¿Podrá la ciencia salvar a la política?

Author(s)

Javier Díaz-Albertini

Asesor en gestión de la investigación en el IDIC y profesor de la Facultad de Comunicación y del Programa de Estudios Generales
Perfil en el CRIS Ulima

¿Podrá la ciencia contribuir a que las propuestas políticas vuelvan a recuperar seriedad y respondan a los principales retos que nos presenta la actualidad?

En los últimos setenta años, la relación entre la ciencia y la política ha sido difícil y cambiante. No hay mejor ejemplo que el caso de Estados Unidos, principal centro mundial de investigación. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los países occidentales celebraban la victoria política de la democracia contra el fascismo y también una nueva era de desarrollo científico impulsado en los años siguientes por adelantos como el descubrimiento de la energía nuclear, la exploración espacial, la “revolución verde” en la agricultura, los inicios de la genética moderna y la informática.

Estas innovaciones fueron posibles gracias a las alianzas forjadas entre científicos, universidades, empresas privadas y gobiernos. Es esencial entender, por ejemplo, que el desarrollo de la bomba atómica en el proyecto Manhattan significó una inversión equivalente a 22.000 millones de dólares actuales en 5 años e involucró a miles de personas, o que el programa Apolo de la NASA se realizó con un gasto de 98.000 millones (Stine, 2009).

Sin embargo, estos increíbles avances ponían a la ciencia —como nunca— al servicio del Estado, las empresas privadas y las ideologías que las dominaban. La trágica detonación en Hiroshima y Nagasaki significó una importante fisura entre científicos, y una parte de ellos decidió apostar por la autonomía y mantener una posición entre neutra y crítica frente a la política formal. Esta desazón con el uso (¿abuso?) se captura con toda claridad en la reacción de Albert Einstein ante el holocausto nuclear: “Si hubiera sabido de esto, me habría dedicado a ser relojero”.

La Guerra Fría fue, después de todo, lidiada tanto o más en los laboratorios y centros de investigación que en el campo de batalla. La carrera armamentista nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética le costó al primero —durante el período 1940-1996— un poco más de cinco billones (millón de millones) de dólares de 1998 (más o menos nueve billones actuales) (Goodwin, 1998). Como mencioné anteriormente, la otra “carrera”, la espacial, también fue de alto costo y “poner un hombre en la Luna en menos de diez años” respondió a una bravata estadounidense ante las iniciales conquistas soviéticas.

No debe extrañar que en esa época —los años cincuenta y sesenta del siglo pasado— eran los sectores progresistas los que menos confiaban en la ciencia, en comparación con los políticamente moderados o conservadores. En un estudio longitudinal, Gordon Gauchat (2012) comparó la evolución de los niveles de confianza en la ciencia entre adultos estadounidenses durante el período 1974-2010. [1] Encontró que, hasta inicios de los años setenta, los conservadores tenían niveles altos de confianza, comparables a los liberales (progresistas) y mucho mayor que los moderados. Como señala Evan Lehmann en un comentario a esta investigación en Scientific American:

[El estudio] identifica una caída del 25 % desde 1974 entre los conservadores que expresan confiar en la comunidad científica. Este declive es llamativo para los investigadores porque los conservadores antes tenían más confianza en la ciencia que cualquier otro grupo político, por lo menos desde que este tipo de información comenzó a ser recolectada hace cuatro décadas. (Lehmann, 2012) (Traducción propia).

Esta diferencia significativa todavía se da en encuestas más recientes. Por ejemplo, en una encuesta de Pew Research Center (2019a), un 10 % más de demócratas confiaban en la ciencia al compararse con los republicanos. Mientras tanto, Lawrence Hamilton (2015) encontró que, para el estado de New Hampshire, la diferencia entre conservadores y progresistas en los niveles de confianza en 5 temas científicos diferentes siempre mostraba una mayor confiabilidad por parte de los progresistas, con diferencias que fluctuaban entre 55 puntos (respecto al cambio climático) a 24 puntos (energía nuclear).

De acuerdo con Chris Mooney (2005) en su estudio sobre la batalla liderada por el Partido Republicano en contra de la ciencia, fue el surgimiento de la denominada Nueva Derecha —que llegó al poder con Ronald Reagan en 1980— lo que comenzó a minar esta confianza. Este es un singular movimiento que ha unido a la derecha económica (neoliberal) con los cristianos ultraconservadores y una serie de grupos de extrema derecha que se alimentan de teorías conspirativas antiestatales. Este peligroso coctel ataca a la ciencia desde varios flancos:

  • Los neoliberales consideran que la ciencia está afectando negativamente al libre mercado. Están en contra de una ciencia que cada vez se preocupa más por el bienestar de las personas y el planeta. De forma creciente, la investigación sirve para regular la actividad empresarial, sea de las industrias alimentarias, energéticas, extractivas, farmacéutica, automotriz, entre otras. Y casi todas estas preocupaciones científicas tienden a confluir en el cambio climático, gran anatema de los neoliberales. En una reciente encuesta, 71 % de los demócratas consideraba que las políticas para reducir el cambio climático producen beneficios netos al ambiente, mientras que solo el 34 % de los republicanos piensa lo mismo (Pew Research Center, 2019b).
  • Los cristianos conservadores y fundamentalistas también cuestionan el cambio climático, pero añaden a sus ataques aspectos relacionados a estudios sobre la biología humana, la evolución, el origen del universo, el relativismo cultural y los estudios de género.
  • La extrema derecha “popular”, a su vez, propaga una serie de conspiraciones contra las vacunas, la veracidad de los viajes espaciales, la esfericidad de la Tierra, el complot global de la pandemia de COVID-19, entre otros.

Las nuevas coaliciones de derecha, entonces, construyen una retórica anticientífica porque consideran que afecta sus intereses económicos, religiosos o políticos. Utilizan el miedo como estrategia para convocar y movilizar a poblaciones cada vez más distanciadas del conocimiento científico, que son presas fáciles del nuevo populismo derechista. Según una encuesta del Pew Research Center (2019a), los entrevistados con niveles bajos de conocimiento científico confiaban 18 % menos que los que tenían un nivel alto de conocimiento.

Quizás no hay mayor evidencia al respecto que el tratamiento que ha dado la derecha populista a la pandemia de COVID-19. Los presidentes Donald Trump y Jair Bolsonaro han cuestionado de forma deliberada buena parte de lo que ha dicho la ciencia sobre la naturaleza del virus y las medidas necesarias para combatir su flagelo. Han politizado el virus porque no quieren asumir medidas que afecten la economía del país, fundamento de su popularidad entre los electores. Han logrado galvanizar un movimiento compuesto por sus fanáticos seguidores y los incautos que creen que la epidemia es una conspiración para afectar la economía y que no tiene consecuencias serias. El uso de mascarillas se ha convertido en una declaración de posición política. Al mismo tiempo, son líderes de dos de los países con más contagios y muertes.

De otro lado, la parte más preocupada por el futuro del planeta ha encontrado en la ciencia a un poderoso aliado. El lema es claro y directo, como lo repite la activista Greta Thunberg a los cuatro vientos: “Escuchen a la ciencia”. Es increíble que en el siglo XXI posmoderno tengamos que apelar al grito modernista de Galileo de hace cuatrocientos años. Es inconcebible que estemos otra vez ante nuevas santas inquisiciones y tengamos que gritar: “¡Eppur si muove!”. Es imprescindible enfrentar con vehemencia a los nuevos intereses que nos llevan al oscurantismo, como antes pretendieron las creencias religiosas.

Pero, para ello, la ciencia debe ser más próxima y amigable. El esfuerzo de acercar las nociones básicas de la ciencia al lego es más urgente hoy día que en el pasado. Debemos derivar parte de la energía que dedicamos al publicar en revistas indizadas hacia divulgar para el público en general. E igual que antes se combatían la hechicería y las supersticiones, ahora debemos enfrentar redes sociales que promueven el barbarismo. Solo así rescataremos a la política de su actual banalización, y la ciencia es una pieza clave.

Citar esta entrada de blog (APA, 7.a edición):
Díaz-Albertini, J. (26 de octubre de 2020). ¿Podrá la ciencia salvar a la política? Scientia et Praxis: Un blog sobre investigación científica y sus aplicaciones. https://www.ulima.edu.pe/idic/blog/podra-la-ciencia-salvar-a-la-politica

Nota

[1] También es interesante el estudio “The political context of science in the United States: public acceptance of evidence-based policy and science funding”, del mismo autor (Gauchat, 2015).

Referencias

Gauchat, G. (2012). Politicization of science in the public sphere: A study of public trust in the United States, 1974 to 2010. American Sociological Review, 77(2), 167-187.

Gauchat, G, (2015). The political context of science in the United States: Public acceptance of evidence-based policy and science funding. Social Forces, 94(2), 723–746. https://doi.org/10.1093/sf/sov040

Goodwin, I. (1998). The price of victory in Cold War is $5.8 trillion for nuclear arms and delivery systems, says Panel. Physics Today, 51(8), 49. https://doi.org/10.1063/1.882335

Hamilton, L. (2015). Conservative and liberal views of science. Does trust depend on topic? Carsey Research (Regional Issue Brief #45). University of New Hampshire. https://scholars.unh.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1251&context=carsey

Lehmann, E. (30 de marzo de 2012). Conservatives lose faith in science over last 40 years. Scientific American. https://www.scientificamerican.com/article/conservatives-lose-faith-in-science-over-last-40-years/

Mooney, C. (2005). The republican war on science. Nueva York: Basic Books.

Pew Research Center. (2 de agosto de 2019a). Trust and mistrust in Americans’ views of scientific experts. Science & Society. https://www.pewresearch.org/science/2019/08/02/trust-and-mistrust-in-americans-views-of-scientific-experts/

Pew Research Center. (25 de noviembre de 2019b). U. S. public views on climate and energy. Science & Society. https://www.pewresearch.org/science/2019/11/25/u-s-public-views-on-climate-and-energy/

Stine, D. (2009). The Manhattan project, the Apollo program, and federal energy technology R&D programs: A comparative analysis. Congressional Research Service, RL34645. https://www.researchgate.net/publication/293116260_The_Manhattan_project_the_Apollo_program_and_federal_energy_technology_RD_programs_A_comparative_analysis

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