Con una situación de violencia en Oriente Medio y con serias desigualdades sociales en América Latina, la pandemia de la COVID-19 sorprendió al mundo sin un plan global para hacerle frente. El investigador Elohim Monard, graduado y docente de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima, analiza estos temas y plantea la urgencia de trabajar para reducir las brechas económicas, sociales y tecnológicas.
¿Cómo se han visto afectadas las relaciones internacionales últimamente?
Estamos viendo algunas cuestiones sin precedentes a nivel mundial. Con esta crisis, muchos países se están comportando de manera contraria a sus predicamentos sobre libre mercado, y están reaccionando de modo mucho más proteccionista, ensimismados ante la emergencia humanitaria. Por otro lado, debemos entender que esta epidemia tomó a la gobernanza mundial desprevenida. Cuando hablo de gobernanza mundial, me refiero a los organismos supranacionales, empezando por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que podría desempeñar un rol al momento de normar los procedimientos entre países. Lamentablemente, eso no está ocurriendo. No es solo una crisis de los países, sino también de la gobernanza mundial frente a la pandemia.
¿Qué esfuerzos se podrían hacer para fortalecer las relaciones internacionales, con la experiencia de la COVID-19 y bajo el supuesto de que más adelante vendrán otros virus de efectos similares?
Los países, al menos de los de la región, deben trabajar conjuntamente, promulgar normas y procedimientos, e incluso fomentar actitudes que deben tener los países en situaciones como esta, a fin de apoyarse mutuamente. Ha quedado clarísimo que este es un problema global y, como tal, debe solucionarse a nivel internacional también, no solo nacional. Si el intercambio de ciertas mercancías, que son de vida o muerte, se va a limitar porque unos países las retienen, entonces se van a afectar muchos países. Y, si todos empiezan a hacer lo mismo, entonces el flujo internacional se va a detener. Eso es lo peor que podría pasar. Lo que tenemos que promover es que los países sigan colaborando y cooperando entre sí. Ahora es momento de sentar las bases para una colaboración más eficiente.
¿Cómo se está viviendo la pandemia de la COVID-19 en Medio Oriente, donde además hay una crisis de violencia de muchos años?
Lo primero que debemos entender es que Medio Oriente es un conjunto de países con conflictos de diferentes características. Es una región llena de apremios y de actores diversos que participan en estas disputas. Sobre esa situación, ya compleja, ha caído la pandemia, lo cual no hace más que agudizar la crisis que vive la población. En ese sentido, tenemos a Siria, país del cual se han desplazado, en busca de un lugar más seguro donde vivir, más de 12 millones de personas a causa del conflicto. También tenemos a Libia y Yemen, donde se libra uno de los conflictos más duros de los últimos años. En estos contextos, al caer la pandemia, esta se vuelve una crisis sanitaria por encima de la crisis de violencia ya existente. Ante ello, los grupos armados reaccionan de diferentes formas.
¿De qué formas, por ejemplo?
Algunos se vuelven los proveedores de medicinas o de equipamiento médico, que roban de un sitio y proveen a otro, en busca de ganar territorios, recursos y legitimidad frente a la población. Aparte, algunos grupos guerrilleros se posicionan frente a los grupos migrantes, pues los migrantes ya no tienen la movilidad de antes y los grupos guerrilleros aprovechan esa circunstancia. Por ejemplo, Isis está sacando ventaja de la situación para expandir su influencia.
¿Cómo es la situación ahora que conviven la pandemia y los ataques?
La situación es muy grave, pero desconocemos los detalles porque tenemos una escasez de datos de esos países. Es imposible saber cuántas personas están contagiadas o cuántas han fallecido; no obstante, es seguro que la pandemia está golpeando muchísimo a la gente. Ahí la situación humanitaria era gravísima desde hace años: muchos de sus estados son frágiles o no tienen ningún papel para resolver los problemas de las personas. Asimismo, tenemos que las grandes organizaciones humanitarias y los países que tratan de resolver estos problemas se encuentran ahora enfocados en la pandemia. En este contexto, los grupos guerrilleros se ven beneficiados por esta situación; para ganar una mejor imagen frente a la población, hasta se alían con el crimen organizado para apropiarse de recursos, como alimentos, medicina y equipamientos médicos, y se los entregan a la gente más necesitada. En síntesis, la pandemia va a prolongar la agonía de los conflictos en el Medio Oriente.
Recientemente ha habido movilizaciones en Ecuador, en rechazo de las medidas económicas dictadas por ese Gobierno. ¿Este tipo de protestas se podrían replicar en otros países de la región?
Es muy probable que eso suceda en otros países latinoamericanos. En el Perú, lo dudo porque, por un lado, nuestro país, a diferencia de Ecuador o de Bolivia, no tiene un historial de manifestaciones de esta naturaleza. Una segunda razón es que, ante un 70 % de informalidad laboral, hay mucha gente que no acata las medidas de aislamiento social dictadas por el Gobierno. La desobediencia de las normas es una forma de movilización, distinta a lo que ocurre en Ecuador, pero es también una forma de protestar en las calles, sin pancartas, pero sin hacer caso a la autoridad.
¿Cómo podría ir cambiando esta situación, dado que la gente sale a vender cosas, pero en realidad lo único que se compra es comida?
Como en todo el mundo, la activación va a ser gradual y desordenada, en el sentido de que creo que ningún país tiene una receta precisa de cómo ir abriendo sus mercados. El Perú tiene una idea de cómo hacerlo, pero no está siendo bien comunicada y no necesariamente es perfecta porque los comercios tienen fronteras muchas veces borrosas. Entonces, por ejemplo, permitimos que el gasfitero salga, pero no se abre la ferretería; así, hay una serie de cadenas de producción de suministros que hacen que cualquier apertura por partes sea limitada y difícil de implementar. Todo ello impacta en el carácter, en el humor de las personas, y eso es lo que, en mi opinión, estamos viendo como reacción en las calles. Como dije, no salimos a marchar, pero desobedecer las normas es una forma de protestar. Por supuesto, no es una situación fácil y todo el mundo está teniendo problemas.
¿Qué problemas o conflictos sociales podrían presentarse en el Perú como consecuencia de la crisis?
La situación es bastante compleja. Por un lado, tenemos que abordar el tema del crimen organizado y cómo va a evolucionar en esta situación. Me refiero al tráfico de drogas, que no se ha detenido. En la frontera entre Brasil y Bolivia, por ejemplo, se está expandiendo. Además, tenemos la minería ilegal, que sigue activa y puede relacionarse con los desplazamientos internos que se están produciendo por parte de la gente que sale de Lima hacia sus regiones de origen. Estas personas van a tener que buscar trabajo, muchas en el campo y, al no encontrar tierras cultivos, probablemente sean captadas fácilmente por el crimen organizado. La seguridad ciudadana es otro de los temas por tratar. Con el incremento del desempleo, es muy alta la probabilidad de que se incrementen, al menos, los delitos comunes. Incluso habrá que ver cómo evolucionan los casos de violencia contra la mujer. Todo esto, para enmarcar la complejidad de los problemas de seguridad y de convivencia que vienen con la pandemia y que en muchos casos se agudizan.
¿Qué temas se deberían atender con urgencia luego de la pandemia?
Hay inequidades profundas que debemos atender inmediatamente. Para poder estar mejor prevenidos y atender mejor a nuestros conciudadanos, necesitamos reducir las brechas tanto económicas como sociales y tecnológicas. Si hubiera habido una mejor bancarización o un mejor acceso a la tecnología, probablemente algunos no habrían tenido que hacer colas en los bancos. De otro lado, tenemos un transporte público masivo deficiente y eso no es sostenible en nuestro país. Necesitamos, además de medios alternativos, como bicicletas o simplemente asumir la opción de caminar, un transporte masivo eficiente.