En el 2015, mientras estudiaba Arquitectura en la Universidad de Lima, Ramiro Pascal se embarcó en un proyecto de tesis que era todo un reto: el diseño de la reconstrucción del Colegio Padre Iluminato de la Ciudad de los Niños, en San Juan de Miraflores.
Con mucha sensibilidad y gran compromiso, Ramiro llevó a cabo una intensa investigación, realizó un taller con los escolares para conocer sus necesidades y anhelos, se reunió varias veces con autoridades y padres de familia para intercambiar ideas y recibió los aportes de sus profesores. Finalmente, terminó la tesis. Se graduó como arquitecto y entregó el proyecto, que ahora espera una financiación para ser realidad.
¿Cómo así decidiste realizar este proyecto?
Estaba en el décimo ciclo y llegó a la Universidad una carta del Colegio Padre Iluminato, solicitando una colaboración para este proyecto. En ese entonces éramos cinco estudiantes los que nos dedicábamos a hacer arquitectura educativa, y mis profesores, Alejandra Acevedo y Enrique Bonilla, me plantearon la idea de llevarlo a cabo. Acepté inmediatamente, aunque sabía que se trataba de un reto muy grande y con problemas complejos.
¿Y cómo te fue?
Primero fui a conocer la Ciudad de los Niños, que es una ciudad pequeña con una casa hogar y un colegio. Ahí viven niños que han huido de sus casas, donde vivían en situación de violencia: maltrato familiar, drogadicción, delincuencia, abandono. Los niños estudian, comen y trabajan ahí. Es como una miniciudad. Crían pollos, cultivan plantas, estudian y duermen. Pero no cortan el lazo familiar, se quedan por dos semanas en Ciudad de los Niños y regresan un fin de semana con sus padres. Solo hay varoncitos.
¿Cuál fue tu diagnóstico?
Ciudad de los Niños se ubica en un terreno muy grande, de más de 100.000 metros cuadrados. De ese total, 30.000 pertenecen al colegio, el cual se ha construido poco a poco. La infraestructura es pobre, hay techos de calamina oxidados, cables cruzados y aulas improvisadas. La zona para dormir era un poco mejor. Pero la organización Ciudad de los Niños es muy conocida y recibe apoyo social; gracias a eso, en un inicio, se diseñó formalmente, con planos. Tiene una cafetería muy bien hecha, aunque ahora se ve descuidada, lo mismo que los pabellones de dormitorios. El colegio está dentro de una zona industrial, y por ahí circula maquinaria pesada; no es un lugar adecuado para los niños, pero ya está ahí y no se va a mover. Un arquitecto no puede dar la espalda a esa realidad, tiene que ayudar en la medida de las posibilidades.
¿Cuál fue tu idea después de ver el panorama?
La arquitectura educativa “conversa” con los niños y eso es lo que quería hacer, generar un espacio rico en estímulos. Desde que ves el colegio en la calle, hasta que vas por el pasillo o el salón, el uso de cada lugar debe ser un bombardeo de estímulos para los estudiantes. Mi idea en la tesis era desarrollar una matriz de cómo debe ser un colegio adecuado para los niños, y salir de la antigua tipología educativa. Para eso tuve que investigar sobre metodologías educativas y hacer un análisis de los colegios del mundo.
¿Cómo es esta idea de la matriz?
Una especie de libro de reglas. Los buenos arquitectos saben cómo hacer las cosas, pero en el Perú se construye mucho de manera informal, así que planeaba hacer un modelo que se pudiera replicar en cualquier lugar. Empecé por analizar lo que hacen en otros países, vi qué estrategias se trazaban e intenté sintetizar lo más posible la información. A partir de eso traté de hacer una matriz sencilla, fácil de entender y coherente.
¿Cuáles son los objetivos concretos de tu propuesta?
Son cuatro: desarrollar el programa educativo en torno a patios; lograr la protección de los niños contra el riesgo de desastres (terremotos, ciclones, intensas lluvias, calor agresivo, huracanes, según cada realidad); alcanzar el confort térmico y establecer una relación adecuada con el entorno. En cuanto al contexto de San Juan de Miraflores, tuve que batallar bastante, porque es muy agresivo. También recibí aportes de los niños, de padres de familia y autoridades escolares.
¿Cómo te relacionaste con todos ellos?
Armé un taller con los chicos, con ayuda de un alumno de Psicología. Junté a niños desde tercero de primaria hasta quinto de secundaria y les mostré fotos de pasillos de colegios, fachadas, bibliotecas, aulas, patios, salón de usos múltiples, etcétera. Les pedí elegir tres propuestas de cada espacio. El segundo paso fue entregarles fotos de elementos ajenos al colegio, como una hamaca inclusive, para que ellos las coloquen en los lugares donde les parecía que debían ir. Al final expusieron sus ideas por grupos. Además, me reuní varias veces con los padres de familia y las autoridades del colegio. De esta manera pude obtener una imagen general de lo que querían.
¿A qué conclusiones llegaste finalmente?
Que el colegio no debe contener solo elementos educativos, sino también de recreación, y debería ser parte de la comunidad. Yo propongo que sirva como un centro cultural, que permita invitar a la gente de afuera. Por eso propuse una franja para generar ingresos, como una cafetería de doble entrada para que la gente del exterior la use, pero sin cruzarse con los niños. Planteé además un parque público y una zona de espera para los padres. Incluso propuse un auditorio que se pueda alquilar para eventos y así genere ingresos, y lo aceptaron.
¿Qué aprendizajes te ha dejado esta experiencia?
Ha sido un trabajo duro, largo, cansado y sacrificado, pero muy gratificante. Durante el año y medio que duró, generé lazos muy fuertes con las autoridades, los niños y las señoras que hacen labor social. Aprendí muchísimo, recibí grandes aportes de mis profesores y siento que ha sido un honor hacer este trabajo. Nunca pensé que ayudaba a los demás, al contrario, todo el tiempo me he sentido honrado de hacer este proyecto. Y todavía mantengo el contacto, asisto a sus eventos y me comunico por WhatsApp con los hermanos.
¿Cómo va el proceso para la ejecución del proyecto?
Ya hice la entrega oficial de los documentos en la Ciudad de los Niños. Ahora toca que la organización matriz de los Hermanos Capuchinos decida si puede financiar la reconstrucción. Pero, por otro lado, la Ciudad de los Niños siempre ha recibido el apoyo del sector privado y creo que no debería ser tan difícil conseguir financiamiento para llevar a cabo esta obra, a través del canje por impuestos.
¿Continuarías en la etapa de ejecución?
Sí, la gestión corre por cuenta de la Ciudad de los Niños, pero su arquitecto de por vida soy yo [risas]. Siempre les voy a dar la mano y ellos lo saben. Solo esperamos obtener los fondos. La idea es que la construcción no interfiera con las clases; todo se ha programado para que eso no suceda.
¿Habías hecho algo así anteriormente?
Sí. Siempre me ha parecido muy duro ver trabajar a los niños y que no tengan oportunidad de estudiar. Trabajé una propuesta de diseño de La Casa del Niño, en Surquillo, un hogar de menores, que participó en el concurso para estudiantes de la IX Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo que se llevó a cabo en Argentina, en el 2014. Ocupé el tercer lugar y eso me hizo pensar que era bueno para la arquitectura educativa.
¿En qué trabajas actualmente?
Soy jefe de prácticas del Taller de Modelación de la Universidad de Lima, donde asesoramos a los alumnos de todos los ciclos. Se desarrolla en un ambiente adecuado, en el cual los alumnos trabajan sus maquetas y planos. También hago labor administrativa ahí, y he trabajado en la muestra del arquitecto Emilio Soyer.
¿Cómo fue tu vida de estudiante en la Universidad de Lima?
Yo pertenezco a la primera promoción de Arquitectura de la Universidad. Pensaba estudiar Ingeniería Civil, porque me gustaba la construcción, pero luego cambié a Arquitectura y no me equivoqué, me encantó desde el primer día. Escuché hablar de la carrera al decano Enrique Bonilla y me cautivó todo lo que dijo. Luego he tenido excelentes profesores y, definitivamente, me gusta el enfoque de gestión que tiene la Universidad en general, también el currículo de la carrera y el campus. Hay una buena tecnología y el entorno es el adecuado. Todo eso permite al alumno desarrollarse; todas las universidades deberían contar con estos recursos.