La vuelta a Nueva Zelanda en 90 días

Nicolás Newton se ha probado a sí mismo que puede sobrevivir, por largo tiempo, solo con su bicicleta, un poco de comida y una carpa. Su perseverancia y rapidez para solucionar problemas fueron elementos clave en la travesía que emprendió en bicicleta por Nueva Zelanda, durante 90 días. Tuvo la suerte de que mucha gente lo ayudara (y el carisma necesario para que así fuera), hizo buenos amigos y, en la soledad de paisajes increíbles, pudo pensar quién es y qué quiere.

Este joven estudiante de Ingeniería Industrial de la Universidad de Lima asegura que, más que ganar dinero, le motiva pensar que puede trabajar en proyectos que beneficien a muchas personas.

¿Desde cuándo manejas bicicleta?
Desde los 5 años, pero nunca montañeras ni en la ciudad, porque el tráfico me lo hace desagradable. Cuando me fui a mi primer intercambio, en Finlandia, vi que todos se trasladaban en bicicleta, así que compré una de 50 euros.

¿A qué universidad fuiste?
Fui a Turku School of Economics, en el 2013. Llevé un curso sobre cómo interactuar con diferentes culturas y otros más. Ahí hice mi primer viaje en bicicleta con una amiga francesa: fuimos desde Turku hasta París, unos 2.200 kilómetros aproximadamente. Pasamos por 7 países: Finlandia, Suecia, Dinamarca, Alemania, Holanda, Bélgica, Francia.

¿Allá es común que las personas hagan este tipo de viajes?
No. En Holanda sí, pero es un país pequeño y los viajes duran dos días. En Alemania también se viaja en bicicleta, incluso se ofrecen tours guiados, pero muy tranquilos, porque duermen en un hotel, toman vino, etcétera. En nuestro caso tuvimos que cargar nuestras maletas, aproximadamente 50 kilos, acampamos en el bosque y también nos hospedamos. Después fui a Australia.

¿De intercambio?
Sí, a Griffith University, en Gold Coast. Llevé cursos de literatura, programación, economía y algunos más. Siempre he tenido un deseo profundo de viajar. Y mientras que en Finlandia todo se desarrolla muy respetuosa y tranquilamente, en Australia todo es salvaje, el paisaje, la gente es muy activa y creativa.

¿Qué experiencias viviste en Australia?
Me fui a acampar unos días a Byron Bay, un pequeño pueblo costero con una calidad de vida muy buena. Me divertí muchísimo en Australia, pero terminé en Nueva Zelanda, lo cual estaba planeado.

¿Ya tenías planeadas las rutas que ibas a hacer en Nueva Zelanda?
Solo tenía planeado adónde iba a ir. Comencé en Christchurch, le di la vuelta primero a la Isla Sur y luego a la Norte. Los primeros días fueron difíciles. Un viaje así requiere un nivel de determinación mental… que todos los humanos poseen, pero reconozco que es difícil llegar a él. Ahí comprendí que mi carrera me ayudó a adaptarme a una situación que para otros habría sido crítica. En Ingeniería Industrial nos enseñan a solucionar problemas, y estos se me presentaban en cualquier momento a lo largo del viaje.

¿Qué fue lo más complicado que afrontaste?
Creo que los 30 primeros kilómetros, porque era como volver a ponerme en forma. Recuerdo que los músculos de la entrepierna se me estiraron, el dolor era terrible. En Nueva Zelanda, a diferencia de nuestro país, puedes recorrer 100 kilómetros sin ver una tienda. Así que llevaba más o menos 65 kilos, no había montado en un año y tenía el brazo lesionado. Me dijeron que no era recomendable viajar así, pero ese era mi momento y uno tiene que ir por lo que quiere.

Te la jugaste.
Calculando los riesgos. Por ejemplo, el pronóstico del tiempo indicaba que llovería durante 4 o 5 días, así que subí a la bici y monté durante 90 kilómetros. Llegué a una playa cercana a Invercargill —la ciudad situada más al sur de Nueva Zelanda— y me quedé 2 días. Nadé con los delfines que viven allí, fue fantástico. Luego fui a Fiordland, que tiene paisajes hermosos, vi fiordos, que son montañas en el mar. De ahí subí hacia Te Anau, que es la capital de Fiordland, y conocí a una australiana que estaba yendo a ver el fiordo Milford Sound, y fuimos en su carro. Ese fiordo es impresionante, ves el mar junto a una pared vertical de unos 900 metros con árboles que salen perpendiculares a ella. Es increíble.

¿Continuaste viajando con ella?
No. De regreso a Te Anau, me senté a orillas del lago a tomar desayuno, vi a dos cicloturistas y reconocí a uno de ellos, de Australia. Con ellos fuimos a Queenstown. De camino a Wanaka, cruzamos la ruta más empinada, fue difícil, pero estar en la cima te da un sentimiento de autorrealización profundo.

Habrás conocido a mucha gente.
Desde que salí de Lima hasta que volví, fácilmente conocí a mil personas. Un buen tramo de la ruta viajé con un grupo de gente que conocí en el viaje, nos hicimos muy amigos. También he tenido contacto con mucha gente que me ha ayudado sin conocerme, a veces detenían sus carros, nos daban comida y nos animaban a seguir adelante por rutas que, por momentos, eran muy duras. Recuerdo que una familia que no me conocía me hospedó; el padre había hecho viajes en bicicleta. También he conocido a viajeros con historias fascinantes, muy radicales.

¿Algún percance?
Una vez se rompió la válvula de mi bici y no la podíamos arreglar; me deprimí, porque mi grupo me iba a dejar. Ese día aprendí el significado de la perseverancia. Toda la noche tratamos de arreglarla, pero no funcionó. Al día siguiente pregunté en todo el pueblo si alguien tenía ese repuesto y, no sé cómo, me encontré con un cicloturista en un pueblo de 30 personas... ¡y él tenía una válvula! La pusimos, la inflamos y hasta ahora la tengo en mi bici.

¿Cómo finalizó tu viaje?
Después de cruzar por Westport, en la región sur de Nueva Zelanda, nos despedimos de unos amigos americanos, justo antes de salir de la Isla Sur. Nos dio mucha pena la despedida. En Wellington ya nos había tocado abandonar a tres compañeros. Los australianos y yo nos quedamos solos y seguimos nuestra ruta. Un día antes de mi último día en ese país hicimos una bicicleteada de noche, muy buena. Al final me despedí y me fui. Llegué a Auckland el 25 de marzo por la tarde, mi vuelo partía el 26. Descansé lo que me quedó del día y a la mañana siguiente fui a una tienda de bicicletas y, con un par de herramientas, desarmé mi bici y la tapé con cajas. Llamé a un taxi con espacio para bicicleta y me fui.

¿Cómo te sentiste al regresar?
Fue un gran viaje, pero el regreso a casa también fue bueno. Hubiera querido seguir montando bicicleta, pero ya me tocaba volver al país y a mi carrera.

¿Has tomado notas de tu viaje?
Sí, tengo un diario de viaje, aunque casi no me alcanzaba el tiempo para escribir, porque terminaba muy cansando, con mucha hambre, y tenía muchas cosas por ver.

¿Perdiste clases?
No, mis viajes los he hecho en vacaciones. Este último comenzó el 1 de enero y terminó el 27 de marzo.

¿Qué has aprendido de tu viaje a Nueva Zelanda?
Mi viaje ha sido un ejercicio intenso de perseverancia. Ya sé que puedo sobrevivir en cualquier lugar, con o sin plata o sin gente. El insight que he ganado me ayuda a vivir y a saber quién soy. Yo perdí a mi padre al año de nacido y esta experiencia me permite valorar el hecho de que, gracias a mi madre, a su apoyo incondicional y constante, he hecho todo en la vida. Mi mamá es un pilar en mi existencia, sin ella no sé qué habría sido de mí.

¿Tienes pensado ir a otros lugares con tu bicicleta?
Sí, en tres años quiero ir a Canadá, aunque puede que se postergue el proyecto, porque necesito ahorrar. Dentro del Perú me gustaría ir a Punta Sal.

¿Te gusta tu carrera?
Ingeniería Industrial es una carrera muy útil y estoy feliz con ella. Me hace saber cómo funcionan todas las empresas. Ahora estoy trabajando en un proyecto con el profesor Fabricio Paredes para ayudar a los niños del colegio San Francisco de Asís que tienen escasa visión. Estamos desarrollando, en el FabLab, unas estructuras que sostienen una lupa del tamaño de un papel para que ellos vean desde lejos lo que tienen en el escritorio.

¿Te interesa esta tecnología?
Sí. La Universidad hace bien en realizar proyectos para ayudar al prójimo.