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Rocío Tovar en el Teatro Ulima
Disfruta ese espacio en que los actores investigan a sus personajes, le gusta verlos relacionarse en escena y sentir que su equipo se compromete al 100% con el proyecto teatral. Rocío Tovar, directora de obras como Las criadas, Perú ja ja y Noche de tontos, se prepara ahora para estrenar Los perros, una adaptación de la película de Quentin Tarantino Reservoir Dogs, en el Teatro Central de la Universidad de Lima.
La fecha de estreno es el 25 de mayo, por eso se siente un poco ansiosa, pero también feliz, porque cuenta con un elenco de actores de primera: Pietro Sibille, Aldo Miyashiro, Pablo Saldarriaga y Manuel Gold. En esta entrevista, Rocío —también egresada de esta Casa de Estudios— comenta varios detalles de su proyecto y reflexiona sobre su trayectoria en las tablas.
¿Qué te llevó a hacer una adaptación de Reservoir Dogs?
Esta película me llamó mucho la atención desde la primera vez que la vi. Gira en torno a un asalto a una joyería que deja más de 20 muertos. Los personajes hablan de un crimen que los espectadores nunca ven. En el teatro esto es muy frecuente; por ejemplo, en Edipo rey, nunca ves cuando Yocasta se suicida ni cuando Edipo se saca los ojos: todo te lo cuentan. El teatro tiene cierto sentido evocativo que el espectador completa y así se acaba de formar el relato. Esta película tenía eso y me gustó mucho la forma como se reconstruían los hechos, con los flashbacks, me parecía interesantísimo para los actores tener que cambiar sus emociones para regresar al pasado, donde todo está perfecto, y luego volver al presente, donde todo está terrible.
Los actores son todos seguidores de Tarantino, ¿verdad?
Sí, tenía a la gente loca por trabajar conmigo en este proyecto. Ya se ha generado un público de culto de Tarantino, él es un director que ha llegado a hacer cosas maestras. Y mis actores son de primera, están completamente conectados con el proyecto, eso da mucho gusto. La verdad es que hace tiempo que no trabajaba con gente tan comprometida con un proyecto. Yo había tratado de hacer esta obra anteriormente, pero no había podido.
¿Por qué?
Es que a veces el director sueña con hacer cosas que finalmente no resultan, por diferentes motivos. Pero, sinceramente, me quito el sombrero por La Nave Producciones, una productora que se compra mis locuras y tiene una producción integral, te acompaña en el proyecto desde el inicio hasta el final.
Se te ve feliz con este nuevo proyecto.
Me siento como si tuviera un nuevo hijo, todavía no lo puedo creer. Y agradezco que se haya abierto la oportunidad de montar la obra en el Teatro Central de la Universidad de Lima, que es tan buena sala y queda dentro de la misma Universidad, eso es interesante. Pienso que esta sala va a ser un boom, porque es cómoda y se ubica en una zona de Lima que no contaba con salas de teatro.
¿Siempre has sido tan entusiasta con lo que haces?
Desde que estudiaba en la Universidad de Lima he sido muy activa, he estado en participación estudiantil. También he sido docente en la Ulima, he enseñado dramaturgia y dirección de actores, compartía la cátedra con Aristóteles Picho, en dramaturgia y construcción de personajes. Un tiempo hice investigación también.
¿Sobre qué?
Fue para la Carrera de Comunicación, pero no devino en un libro, era más bien una propuesta de metodologías de trabajo para el actor. Siempre estuve muy cercana a la facultad, incluso me casé con mi profesor de televisión [risas]. Luego nos divorciamos y me fui a Brasil del 93 al 96, al programa de Artes Escénicas en el Departamento de Dirección Teatral de la Universidad de São Paulo.
¿Y qué tal la experiencia?
Me cambió el chip. Me dio un soporte teórico muy bueno, porque había gente de muy buen nivel y yo en la de Lima también tuve profesores de lujo. Recuerdo a Paco Pinilla, que fue mi maestro y lo seguí en tres cursos. También a Óscar Quezada, César Zamalloa, María Teresa Quiroz, eran unos profesores únicos que te daban un muy buen soporte. Me encantó mi paso por la Universidad, yo tengo la camiseta de Comunicación.
¿Cómo así empezaste con la docencia?
Cuando entré a la maestría en la Universidad de São Paulo, tuve que desarrollar la pedagogía como parte de mi beca. Así que me volví jefa de práctica de los cursos de Actuación I y II y, además, como proyecto de tesis tenía que sacar mi obra a una sala comercial (no solo la debía presentar dentro de la Universidad). Hice Cuarteto, de Heiner Müller, y ganó un premio. Ahí descubrí que sirvo más para directora que para actriz. Pero antes de irme a Brasil, soñaba con terminar trabajando en una de esas telenovelas que me encantaban, en ese momento yo era actriz. En paralelo con la Universidad, formaba parte del grupo Cuatrotablas.
¿Extrañas tu faceta de actriz?
Creo que siempre he sido muy dura conmigo misma para actuar. Funcionaba más para el clown y cosas exageradas, pero no he tenido el placer que otros tienen de actuar, porque era muy autocrítica.
Lo tuyo es la dirección, entonces. ¿Cuáles fueron las primeras obras que dirigiste?
En Brasil comencé a dirigir. Acá, lo primero que hice fue Las criadas, de Jean Genet, en la Alianza Francesa. Fue una obra premiada, nos encerramos en un laboratorio teatral casi medio año para trabajarla. Tuvo muy buena acogida por parte del público.
¿Cómo así incursionaste en la comedia?
Cuando me separé, después de varios años de casada, y entré en depresión. Llevé una terapia y el psiquiatra me recomendó hacer comedia. Yo pensaba que era un género menor y le tenía cierto rechazo, pero resultó que no. Ahí es cuando viene mi trabajo con Carlos Carlín, Pablo Saldarriaga y Christian Ysla, hicimos Perú ja ja, muy buena experiencia.
Te gustó la comedia.
Me gustó y comencé a hacer las obras de Johanna San Miguel con Carlín y formamos una productora que se llamó Raquel en Llamas. La comedia es un espejo deformante de la sociedad, hiperboliza los defectos hasta hacerlos risibles. Pero el humor no es gratuito, no me gusta el humor fácil. Se debe tener una postura como comediante y, a partir de ahí, descubrir la forma como quieres contar las cosas y encontrar el juego cómico. Esto se relaciona con la coyuntura social, que es el insumo para crear, el público necesita pasar por un proceso de identificación. Siento que eso es muy importante en mi oficio como directora de teatro. Te diré que en mi oficio de directora teatral me defino como comunicadora, como una contadora de historias.
¿Qué te aporta definirte de este modo?
Eso me ayuda mucho. No solo me preocupo por lo que sienten y hacen los personajes, sino también por cómo transmitir ese mensaje. Para mí, el fenómeno teatral ocurre recién cuando quien asiste a la obra le da un sentido o una lectura a lo que le pones en escena, cuando ves al emisor, el mensaje y al receptor. Es mi forma de ver las cosas. Yo me desempeño como directora teatral, pero siempre desde una posición de comunicadora.