El cine, la radio, TikTok o WhatsApp: los medios de comunicación atraviesan nuestras vidas. Sin embargo, ¿somos conscientes de su influencia en nuestros hábitos? ¿Conocemos sus modelos de negocio? ¿Reflexionamos sobre las intenciones de sus dueños? ¿En qué nos beneficia interactuar con ellos de un modo más crítico? E ahí la importancia de educarnos de manera mediática. Este concepto es abordado por Julio César Mateus, investigador y docente de la Universidad de Lima, en el libro Educación mediática: emergencia y urgencia de un aprendizaje pendiente (Fondo Editorial de la Ulima), que será presentado en la Feria del Libro Ricardo Palma, en Miraflores, el 12 de noviembre a las 17.00 horas. Conversamos con Mateus sobre su trabajo.
¿Cómo definirías la educación mediática?
Es el proceso de formación de capacidades para conocer mejor los medios de comunicación; a partir de ese conocimiento, se puede interactuar más crítica y creativamente con ellos. No se trata solo de usar los medios, sino de comprenderlos, de saber cómo funcionan, qué códigos y lenguajes tienen, o cuáles son sus modelos de negocio.
¿Qué imprecisiones sobre la educación mediática suelen ser mencionadas?
Se confunde la educación mediática con el uso de tecnologías o medios de comunicación en el aula. Utilizar un video de YouTube o un software para enseñar matemática y lenguaje no es educar mediáticamente, en el sentido de que no forman capacidades críticas. El uso no es equivalente a la alfabetización o a la educación mediática.
¿Cuán estudiada o analizada ha sido la educación mediática en el Perú? Teniendo en cuenta esos antecedentes, ¿cuáles son los aportes principales del libro?
La educación mediática no es un concepto conocido. Si hablamos de educación artística o matemática, a todo el mundo le suena de qué estamos hablando. Cuando hablamos de educación mediática, hay una intuición que tiene que ver con los medios, pero que se confunde con lo que decía de la tecnología educativa. En ese sentido, el estudio o la investigación en esta línea es aún incipiente. Si bien existe una tradición en el Perú que data de los años 60, relacionada con cineclubes y el uso de la radio comunitaria para procesos educativos, no hay una línea de investigación consolidada. En los últimos años, particularmente después de la pandemia, esta se ha fortalecido. Asimismo, la Unesco impulsa el término de alfabetización mediática informacional, y esto ha sido bueno porque ha motivado que investigadores de todo el país empiecen a interesarse con más decisión en el asunto. En esa línea, los aportes del libro son, en primer lugar, aclarar algunos conceptos y presentar una genealogía de la educación mediática, para que sirva de línea de base para las personas que quieren investigar el tema.
¿Cómo fue el proceso de concreción de la publicación?
El libro es una síntesis de diez años de trabajo. Cuando empecé a investigar cómo los profesores imaginaban las tecnologías, hice un trabajo de corte etnográfico con historias de vida docente para ver cómo se generaban sus temores ante el uso de la tecnología y la idea de que si no la utilizaban se iban a rezagar. Luego, ya en el proceso de obtención del doctorado en Comunicación por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, trabajé junto con Joan Ferrés, un autor de referencia en el tema, y con él hablé mucho de la importancia de insistir en la formación inicial docente. Revisé planes de estudio, cómo se forman los profesores en Iberoamérica, qué políticas públicas existen en la región enfocadas en la educación mediática. Así aparecieron productos y artículos que después fueron reorganizados, reescritos y actualizados. Luego ocurrió la pandemia, y ahí evidentemente había un vacío que necesitaba ser cubierto.
¿Qué riesgos pueden permanecer o agravarse en un contexto carente de educación mediática?
Gran parte de nuestras vidas están atravesadas por los medios de comunicación. Usamos el celular todo el tiempo, nos informamos de manera incidental o accidental por los grupos de WhatsApp, vamos al cine, leemos libros y vemos la televisión. No saber cómo funcionan y cómo nuestras mentes se desenvuelven en la interacción con ellos, puede jugarnos en contra y hacernos más vulnerables, en la medida en que caemos con una mayor facilidad en las trampas emocionales.
Por ejemplo, alguien recibe por WhatsApp o correo electrónico una noticia altisonante sobre un hecho que le genera indignación, y lo primero que hace es reenviarla al grupo familiar o a sus amigos sin un filtro adecuado como preguntarse quién produjo la noticia, qué fuentes usó, cómo se elaboró o qué tipo de narrativa o recursos empleó. Esas preguntas o filtros críticos son planteados por la educación mediática. Si no desarrollamos esos filtros desde la primera infancia, después es más complicado adoptar una actitud crítica a lo largo de nuestras vidas. No es posible ser personas o ejercer una ciudadanía sin ser alfabetos, y esa alfabetización no debe agotarse solo en saber leer y escribir, también debe integrar otros medios. Ahí los medios de comunicación son vitales.
Asimismo, hemos renunciado como sociedad a exigir calidad en los medios de comunicación. No contar con medios de calidad reduce o lesiona nuestra posibilidad de ejercer la ciudadanía y, por lo tanto, de tener una democracia más sólida. Mientras más mediáticamente alfabetizados estemos los ciudadanos, más capacidades tendremos para exigir y demandar calidad en los medios.
¿Cuál es la dirección hacia la que debe apuntar la educación mediática?
Diría que hay dos direcciones. A nivel macro de las políticas públicas, es importante adoptar el concepto de alfabetización mediática informacional que promueve la Unesco, y el de la educación mediática. A ese nivel formal, ellos tienen que estar en la currícula y los planes de estudio, ya que es necesario formar a los docentes en ellos, porque si sigue siendo una competencia tecnológica, como actualmente está enunciada, corre el riesgo de que se continúe pensando que con esa instrumentalización y formación en el uso de la tecnología se está alfabetizando mediáticamente, y eso es falso. Es importante poner la educación mediática en la agenda pública.
En segundo lugar, las iniciativas que desarrollan distintas organizaciones carecen de un marco, y la educación mediática puede aportar ese marco. Eso puede ayudar, por ejemplo, a generar fondos concursables, en los que las organizaciones puedan participar y obtener recursos para desarrollar materiales vinculados con la educación mediática, sobre todo si se considera que muchas iniciativas en el país suelen quedarse en el olvido.
Finalmente, ¿qué te motivó a interesarte en el tema?
Lo que me llevó a especializarme es el curso que actualmente enseño, Educación y Comunicación, una materia que llevé cuando era alumno de la Facultad de Comunicación de la Ulima. Me di cuenta de que los comunicadores tenemos un deber educativo, no solo desde la mirada de la responsabilidad social, sino desde la ética de nuestra propia profesión; es decir, los comunicadores somos educadores, y los educadores son comunicadores. Hay un puente natural entre ambas disciplinas y que requiere del concurso de pedagogos y comunicólogos para desarrollarse. En otros países existen maestrías, cursos de capacitación e instituciones que velan por esa comunión entre lo comunicativo y lo educativo, y creo que en el Perú estamos en camino a generar este tipo de encuentro. Hay una demanda grande de los profesores por saber más de la comunicación, y los comunicadores también aprendemos mucho de los educadores. Un curso como Educación y Comunicación plantea, como me planteó a mí, la oportunidad de acercar estos dos universos. Fue a partir de ahí y de las enseñanzas de María Teresa Quiroz que me decanté por especializarme en el asunto. Luego vi que había mucho que hacer y encontré una línea de investigación fértil.