Muchos no lo saben, pero en el año 2017 una comunidad de personas vivió una experiencia fantástica, catártica y liberadora en torno a las drag queens estadounidenses que venían al Perú a trabajar en fiestas.
Alberto Castro, egresado de Comunicación de la Universidad de Lima, realizó un registro de su paso por el Perú, de todo lo que ocurrió en torno a estas artistas, del amor y el odio que generaron. Finalmente, este año, hizo un documental con este material y plasmó las contradicciones de ese fenómeno. Su película, Invasión drag, ha sido seleccionada para la Semana del Cine Ulima 2020.
¿Podrías compartir la historia de tu documental?
Todo partió de un programa de televisión de competencias en Estados Unidos, llamado RuPaul's Drag Race, que me gustaba ver. En el 2017, las participantes de ese programa empezaron a venir al Perú para realizar presentaciones y yo quería conocerlas. Ese año, se hicieron un par de fiestas por mes y recuerdo que una vez, en un solo mes, vinieron como quince. Fue un boom, una locura, un año muy particular para la comunidad LGTBI. Al final del año, se acabó el furor de estas fiestas y al año siguiente se dejaron de hacer. Yo tuve la oportunidad de grabar muchos eventos y de compartir momentos con estos personajes en el aeropuerto, en sus hoteles, antes del show y durante el show. Al final, recopilé muchísimo material, aunque en ese entonces no pensaba hacer un documental, solo quería grabar eso que estaba pasando.
¿Por qué dices que causaron furor las drags que vinieron ese año?
Claro, no eran conocidas como Lady Gaga o Beyoncé y, si bien viajado a algunos países, no son megaestrellas, mucho menos en su país. Pero cuando venían acá, desataban una locura en la comunidad LGTBI y un poco más allá, inclusive. Desde el recibimiento que se les daba en el aeropuerto, era increíble. Hay un momento en el documental en el que una drag dice: “En verdad, esto es algo a lo que no estamos acostumbradas. En Estados Unidos nos tratan como drags locales”. En su país natal no se sentían tan grandes, pero cuando llegaban acá, se encontraron con un furor que nunca imaginaron. Las drags no generan una expectativa masiva, más bien tienen un nicho de mercado. Mucha gente en el Perú ni siquiera está enterada de que una comunidad vivió el mundo drag con tanta excitación ese 2017.
¿En qué momento decidiste hacer un documental con el material que habías reunido?
A la mitad del proceso, yo ya sabía que iba a hacer algo, pero no estaba seguro de qué. En un momento pensé que ya se producía mucho contenido sobre las drags, así que lo mío no era nada nuevo. Esa idea me llevó a dejar el proyecto por un tiempo, hasta que, a inicios del año pasado, entendí algunas cosas. Quizá también cosas sobre mí, sobre mi vida y sobre el estado de esta comunidad. Entonces tomé consciencia y valoré lo que había pasado. Sin duda, había significado algo importante y revelaba algo sobre el país. Así adquirí un nuevo interés en el tema. No tanto por el show o los personajes, sino por cómo esto que pasó en el 2017 encajaba en la historia de un país tan tradicional como el nuestro.
¿Necesitaste grabar nuevo material para esta nueva idea?
Bueno, yo tenía mucho material de la Marcha del Orgullo del 2017. Todo el material de archivo que he querido usar, por decisión personal, corresponde a ese mismo año. Y la verdad es que en tres años no ha cambiado mucho lo que pensamos; seguimos en ese momento de la historia.
¿Todas las imágenes son tuyas?
Sí, todas son mías. Debo haber grabado diez de las fiestas que se hicieron. En cada fiesta debo haber grabado tres o cuatro horas. Además, he grabado otras entrevistas, he visitado a algunos de los personajes peruanos que aparecen en el documental. Por ejemplo, hay una pedida de mano que sucedió en una de las fiestas y luego he ido a buscar a esos dos chicos que se casaron en Buenos Aires. Hay una madre de familia, heterosexual, que iba a muchos shows y, en uno de ellos, una drag queen la subió al escenario y la hizo bailar. Fue una cosa increíble. Conversé con ella también.
¿Qué conclusiones se pueden extraer a partir del documental?
Hay una paradoja en todo esto, porque si bien los sucesos eran enormes, pues se llenaban discotecas con cinco mil personas, en realidad todo fue una burbuja, una ilusión. Hay un momento del documental en el que las drags manifiestan que se sienten sorprendidas por el cariño de los peruanos. Y contrasto este comentario con imágenes del aeropuerto, en que se ve a las drags caminando mientras les gritan improperios y ellas ni se daban cuenta. Yo quería mostrar esa contradicción de una comunidad LGTBI peruana muy frágil, versus una industria del drag queen, que generó mucho dinero. No es solo un documental de las fiestas. Ese año fue especial y muy contradictorio a la vez. Un chico podía ir a una fiesta y ponerse peluca, si quería. O maquillarse y usar tacos, pero al salir a la calle debía taparse o camuflarse para que no le hicieran algo malo. Esa contradicción es la que he querido mostrar.
Es único el material que tienes…
Eso me han comentado algunas personas. Es un material interesante, inédito, nadie más registró esos hechos y muchas personas ni siquiera saben que todo eso existió.
Tuviste que agenciártelas para recaudar fondos para la etapa de posproducción, ¿verdad?
Para el rodaje me agencié para ahorrar un poco de dinero y pagar un par de guías de cámara. Tuve los mínimos recursos para grabar. Pero al enfrentarme a la edición, quería que fuera de calidad, así que necesitaba invertir en posproducción. También debo decir que muchas personas me han ayudado. Aparte de la edición, me refiero a la corrección de color, la musicalización, la codificación de la película, etcétera. Así que organicé una fiesta en octubre del 2019 con algunas de las drags que están en el documental, y recaudé un poco de fondos.
¿Qué otros trabajos has hecho en cine?
He trabajado como productor ejecutivo en la película Rómulo y Julita. Aparte, tengo otra película en proceso, que se llama Arde Lima, un documental de drag queens peruanas. Recién se está editando. Cuando comenzaron a venir todas esas artistas internacionales, me fascinó el universo drag y empecé a seguir a algunas drags del Perú. Arde Lima es un registro de tres hombres que se visten de mujer para vivir, porque construyeron un personaje a través del cual se volvieron conocidos. Antes trabajaba en publicidad, cuando terminé de estudiar. Ahora tengo el afán de hacer cine, nada más. Trabajo como productor ejecutivo en una productora y como asesor de guion en algunos proyectos, como editor de videoclips. También he editado un documental que se llama Buscando a Fitzcarraldo. Mi meta es ser director. Debo decir que esta película se iba a estrenar en junio en una cadena de cines. Pero llegó la pandemia y se cerraron los cines, así que el estreno se canceló. Por eso es tan importante que esta, mi primera película, se estrene en la Semana del Cine Ulima 2020.
¿Cómo te fue en la Universidad de Lima?
Lo que más le agradezco a la Universidad es la calidad de los profesores que encontré, que me abrieron muchas puertas al mundo del cine. El hecho de que el profesor Ricardo Bedoya haya visto mi documental, le haya gustado y lo haya seleccionado para la Semana del Cine Ulima 2020 significa mucho para mí. La Universidad de Lima tiene muchas cosas valiosas. La inspiración que me dieron mis profesores, en un país donde es difícil vivir del cine o del arte, en general, fue tan fuerte que me impulsó a hacer algo en lo que creo y a no renunciar, incluso en los momentos en que no había plata para seguir.