El cineasta Fumito Fujikawa vino desde Japón para convivir con la familia Supa Layme, en el distrito de Puyca, provincia La Unión, en Arequipa. Estuvo con sus miembros durante un año, como un integrante más de la familia. Los grabó en sus actividades cotidianas, mientras trabajaban, jugaban, reían, compartían las comidas y contaban sus experiencias, incluido un episodio con un grupo terrorista.
Con aproximadamente cincuenta horas de grabación, Fujikawa regresó a Japón y editó el documental Supa Layme, que ahora se presentará en la Semana del Cine de la Universidad de Lima, del 13 al 21 de noviembre.
¿Por qué decidió hacer un documental en un pueblo tan alejado, en el Perú?
Había leído un libro de un antropólogo japonés, el doctor Tetsuya Inamura, quien investigó el distrito de Puyca, en La Unión, Arequipa, y me interesó mucho. Así que viajé en el 2016, con la intención de hacer una película en los Andes. No tenía un plan específico. Quería conocer cómo era la vida en esa región. La familia Supa Layme me acogió con cariño todo el año que duró mi estadía. Fueron muy amables y yo disfruté mucho el día a día con ellos, rodeado por unos paisajes hermosos. Compartí sus vidas: cocinábamos, sacábamos las alpacas a pastar, y cada día cambiaba mi idea de hacer una película de ficción. Me di cuenta de que no necesitaba llevar nada a la ficción, sino tomar esa realidad que estaba viendo y experimentando. Ese fue mi objetivo, simplemente mostrar la vida de una familia en los Andes. Estuve con ellos tres o cuatro meses sin grabar, solo vivíamos juntos, y de pronto les conté que yo era cineasta y quería hacer una película con ellos.
¿Cómo tomaron la noticia?
Me dijeron que sí, claro. Es una familia maravillosa. Los padres y los niños me enseñaron muchas cosas, también quechua, aunque todavía no puedo hablar ese idioma.
¿Con qué cámara grabó y cómo se sintió la familia al ser grabada?
Llevé una cámara muy pequeña. Al inicio ellos no dejaban de mirar el lente de la cámara cuando yo filmaba, pero finalmente se acostumbraron. Como grababa mucho, ya no les parecía raro, la cámara se volvió un objeto más que estaba ahí. Por momentos hablaban en quechua y yo no les entendía nada. Pero después los niños de la familia veían las escenas y traducían del quechua al castellano y yo tomaba nota.
¿Le costó acostumbrarse a vivir en un lugar tan diferente a los que conocía?
Al principio me costó trabajo. Por ejemplo con la comida, porque los ingredientes eran desconocidos para mí. Pero ahora me gusta la comida de allá, me encanta la carne de alpaca y de llama, también la trucha. Además conocí muchas variedades de papa. Recuerdo que para llegar a Puyca estaba caminando solo, en un trayecto que toma diecisiete horas recorrerlo a pie. Con el paso de las horas anocheció, todo se puso oscuro y no veía nada en mi camino, casi me puse a llorar. De pronto vi una casa con una luz, corrí hacia allá y pedí ayuda para pasar la noche. En ese lugar todas las personas son muy amables, aunque un poco tímidas, y me recibieron muy bien.
Le hablaron de su experiencia con el terrorismo también… una experiencia dura para ellos.
Sí, durante los primeros meses, cuando yo no grababa, la mamá de la familia me contó ese episodio mientras pelábamos habas. Fue un golpe para mí, un hecho muy penoso. Ella quiso contarme otra vez ese episodio delante de la cámara, por eso le pregunté sobre esa parte de su vida.
¿Cuántas horas de grabación fueron aproximadamente?
Alrededor de cincuenta horas. Estando en los Andes no borré nada. Una vez que llegué a Japón me dediqué a ver todo y editar. Eso me tomó casi un año. Fue difícil decidir eliminar algunas tomas. Una primera versión del documental duraba tres horas. Mis amigos lo vieron y me dijeron que estaba muy bueno, pero un poco largo. Así que fui cortando más y más, poco a poco, hasta que llegué a la versión actual de una hora y cuarenta minutos. Le ha ido bien en los festivales, lo cual agradezco mucho.
¿La familia Supa Layme ha podido ver el resultado final?
Vieron varias grabaciones en la cámara y la versión de tres horas. Se reían mucho, disfrutaron mucho de verse.
La forma como se relacionó con esa familia y la grabó es como la técnica de los antropólogos para estudiar comunidades: conviven con las personas, se convierten en uno más de los pobladores…
Sí, exactamente. Hay un cineasta documentalista, Shinsuke Ogawa, que usaba esta técnica. Ya murió hace tiempo, pero hacía una película cada dos o tres años. Eso me motivó a hacer un filme así.
Antes de vivir en Puyca ya había estado en el Perú, ¿verdad?
Sí, trabajé en el museo Amano en el 2006. El gerente general, Hiroshi Sakane, vino a mi universidad para dar una charla sobre el museo. Escuché su discurso por casualidad y me interesó mucho. Antes de eso yo no había pensaba en conocer el Perú, porque queda muy lejos de Japón. Pero ese día le pregunté si podía acompañarlo y trabajar en el museo, y él aceptó. Así que me puse a estudiar castellano, que todavía no aprendo muy bien, y viajé al Perú. Trabajé como guía para turistas japoneses. Permanecí casi diez meses, pero en esa oportunidad no pude conocer los Andes ni los animales andinos, que tanto me interesaba. A veces me iba a los sitios arqueológicos de la costa, como Pachacamac y Chancay. Ahora mi productora se llama Chancay, porque esa cultura tiene cerámicas y textiles muy bonitos, como yo quiero que sean mis películas.
¿Qué planes tiene?
Tengo como proyecto hacer una película de enero a abril, en Tokio. Será un cortometraje. Después me gustaría volver a los Andes, aunque ese plan todavía no lo tengo muy claro. Ya terminé de estudiar cinematografía y ahora sigo una maestría en antropología, que combina bien con mi carrera de cine y con el estilo del filme que hice en el Perú. El próximo año quisiera estudiar un doctorado.