El problema peruano que parece definir esta década es la inseguridad ciudadana. Ya no hablamos de terroristas y grupos subversivos, sino de ‘marcas’, ‘raqueteros’ y sicarios. Para comprender de dónde vienen, cómo operan y cuáles son sus motivaciones, la carrera de Comunicación, como parte de la Cátedra Unesco de Comunicación y Cultura de Paz, organizó el intermedio “Inseguridad Ciudadana: perspectivas para una política pública”, que se realizó en la Ventana Indiscreta el pasado 17 de setiembre con la moderación de nuestro profesor Carlos Bejarano.
Entre los expositores, tuvimos a tres especialistas que han formado parte de la estructura policial en diversos frentes: Gino Costa, ex ministro del Interior y actual director de Ciudad Nuestra, una ONG dedicada a investigar temas vinculados a la seguridad ciudadana; el general de la Policía Nacional del Perú Guillermo Arteta; y el actual ministro del Interior José Pérez Guadalupe. La cuarteta la completó Julio Hevia, docente de la Universidad de Lima.
Cifras y experiencias
El primero en intervenir fue Gino Costa, quien basándose en un informe de Naciones Unidas, explicó cuatro grandes causas de la delincuencia: causas sociales, que tienen que ver con las instituciones encargadas de formar a la gente y educarlas en valores, como la familia, la comunidad o las iglesias; causas socioeconómicas como el nivel de desarrollo, de pobreza y de desempleo del país; facilitadores del delito como el consumo de drogas y alcohol, el uso y acceso de armas de fuego y el tráfico ilícito de drogas; y, finalmente, las condiciones institucionales, que involucran a las instituciones encargadas de perseguir el delito, obstaculizadas por su propia corrupción y otros problemas como la sobrepoblación carcelaria. Partiendo de estas definiciones, Costa ahondó en variables que han moldeado a la delincuencia que tenemos hoy en día, como el incremento en la cantidad de embarazos adolescentes, de hogares homoparentales con jefatura femenina, de violencia en el hogar —variable en la que tenemos los peores indicadores de América Latina— y, lo más preocupante según Costa, de deserción escolar (que llega hasta el 60% dentro de la población carcelaria). Este último punto es importante porque quienes no acceden a educación básica están condenados a tener empleos precarios y poco remunerados, lo que genera una insatisfacción que suele ser compensada con algún tipo de actividad, lícita o ilícita. Esto se relaciona con la tesis del “delito aspiracional” de las Naciones Unidas, que postula que gracias al crecimiento económico, no tenemos delitos motivados por el hambre y la pobreza, sino por las ansias de una mejora económica. A propósito de esto, Ciudad Nuestra, en una encuesta realizada en los 15 penales más grandes del país, reveló que el 90% de presos trabajaba al momento de ser detenidos. Costa agregó también que, en términos comparativos, los facilitadores del delito no son un problema fundamental. Consumimos menos drogas, menos alcohol y tenemos menos acceso a las armas de fuego que el resto de la región —solo el 7% de delitos son cometidos utilizándolas— y, aunque tenemos la delincuencia más extendida de América Latina, no somos de los países más violentos, pues comparativamente tenemos una taza baja de homicidios. Teniendo en cuenta estos datos y priorizando ciertos objetivos, Costa consideró que podemos afrontar mejor los desafíos actuales: la falta de vigilancia, la deficiente investigación y castigo del crimen, la corrupción, la falta de organización de la sociedad civil y la sobrepoblación carcelaria. Luego llegó el turno del general Guillermo Arteta, quien otorgó una visión autocrítica de su institución. “Me siento orgulloso de ser policía, porque ingresé con vocación de servicio”, dijo, pero recordó que “uno se encuentra con una serie de muros en el desarrollo de su carrera”. Esas vallas a superar son la corrupción, la falta de recursos y la desconfianza de la población. Para superar esas taras, Arteta recordó una experiencia cercana: “La policía colombiana era muy corrupta, pero entró un director que le pidió poderes al presidente para limpiar la institución. Prefirió quedarse con 50 mil efectivos y destituir a 70 mil involucrados en actos de corrupción”. Considerando esto, afirmó que la Policía Nacional debe tener participación activa en su propia reforma, aunque eso depende de que se le den las herramientas necesarias para hacerlo. Y es necesario un cambio de rumbo, pues el sistema presenta muchas fallas. Además del fuero policial, el sistema de justicia parece quebrado. Arteta cree que el delincuente peruano evalúa costos y beneficios y encuentra que su actividad tiene riesgos bajos y ganancias altas, pues cuando ingresa a la comisaría es muy probable que salga automáticamente. Esto genera además que la población se harte tanto de la impunidad que se acostumbre a no denunciar. Pero este no es el único reto. Elaborar políticas públicas para combatir la delincuencia es complicado, según Arteta, debido al poder que se le ha dado en décadas pasadas a los gobiernos regionales, provinciales y locales, a cargo de elaborar políticas en seguridad ciudadana, cuando ese debería ser trabajo de la propia institución policial y el gobierno central. Por otro lado, consideró fundamental la eliminación del ’24 x 24’ (reglamento que le permite a los efectivos tener días de franco para laborar en el sector privado por cada día de trabajo) y una participación más activa de la sociedad civil a través de observatorios ciudadanos.
Otra Mirada
Julio Hevia empezó su intervención recordando que el aparato policíaco fue cambiando su función con el pasar de los siglos. En un principio, era un organismo regulador, fiscalizador y supervisor de las buenas costumbres, el reparto adecuado de los bienes e incluso de la salud de la población. Sin embargo, ya entrados en el mundo moderno, Hevia cree que instituciones como esta se han convertido en guardianes del equilibrio de la circulación constante de sujetos, ideas, eslóganes y mercancías buenas y malas. Por otro lado, para graficar mejor las lógicas delincuenciales, mencionó la serie estadounidense The Wire, desarrollada en Baltimore, la ciudad más violenta de Estados Unidos, en la que existe, en palabras de Hevia, “una imposibilidad absoluta del poder de intervenir en un orden que tiene su propio reglamento, lógica y que compra y vende lo que precisa comprar o vender”. Para ahondar en esto recurrió a un ejemplo un poco más local: “Hace unas semanas, un taxista me explicó cómo vivían la problemática en su barrio, donde a raíz de algunos desmanes, decidieron cerrar todas las puertas de la urbanización a una hora determinada. Pero no solo eso, también colgaron banderolas que decían ‘si quieres entra, si puedes sal’”. “Solo nos organizamos cuando hay una amenaza”, concluyó. Por último, recogió el concepto de “delito aspiracional” propuesto por Gino Costa y recordó que el término “aspiracional” se puso de moda “cuando los publicistas lo utilizaban para justificar todas las campañas posibles”. Él consideró que esta idea trae consecuencias negativas, pues dentro de una cultura del consumo desenfrenado ser delincuente es “un estilo de vida”.
Desde adentro
El intermedio culminó con la participación del ministro del Interior José Luis Pérez Guadalupe, quien empezó reconociendo el reto que tiene a su cargo. “Hace veinte años, en el Perú no existían los ‘peperos’, los ‘raqueteros’ o los sicarios”, recordó. Pero no es que nuestro país se acostara y de pronto despertara inseguro. Para Pérez Guadalupe este es “un fenómeno progresivo que hoy nos explota en la cara”. Un fenómeno, además, que no es solo peruano, pero que en nuestro país tiene ciertas particularidades, pues cada sociedad genera su propia delincuencia. El ministro explicó que en el pasado la delincuencia era mucho menos violenta y menos diversificada. Hoy en día, el rango de acción del crimen es tan amplio que conviene hablar de delincuencias, en plural. Para entenderla, cree que debemos comprender el quién, el cómo y el dónde de los delincuentes y cómo han mutado con los años. Tal como expuso Gino Costa, el aspecto económico ya no es el único móvil del delincuente. En la actualidad, factores como la violencia y drogas en el hogar influyen mucho. “Los “nini” (ni estudian, ni trabajan) ya no abundan en la delincuencia”, precisó el ministro, quien añadió que “la cárcel se ha ‘democratizado’, pues nunca imaginé entrar a una y encontrar presos a generales, el hermano del presidente y un presidente”. Además, desmitificó la idea extendida de que la delincuencia es un problema urbano, pues existen pueblos en donde casi todos los habitantes están extorsionados. Incluso zonas como Ascope, en el departamento de La Libertad, se han convertido en cuna de extorsionadores. Pero lo más importante para el ministro es el cómo. Afirmó que nos hemos convertido en una sociedad mucho más violenta y eso se ve reflejado en nuestra delincuencia. Antes, explicó, una muerte en un robo era un accidente de trabajo, mientras que actualmente es casi la norma. Entonces, ¿qué hacer? Para Pérez Guadalupe se requiere afinar las labores en los tres ejes de la política criminal: prevención, control y sanción. Pero hizo una precisión sobre el primer aspecto: “no es lo mismo prevenir la delincuencia que prevenir el delito”. Es decir, si un policía se dedica a cuidar una esquina, previene que los delitos se cometan allí, pero no en otros lugares. Otro ejemplo dado por el ministro es el traslado de barras bravas, en las que no se combate a la delincuencia, simplemente se le transporta y se evita el delito. Añadió, además, que el gobierno está invirtiendo en contar con más efectivos y mejor equipamiento, pero hizo hincapié en que esto no es determinante, pues en Chile, por ejemplo, hay menos policías por millón de habitantes que en el Perú, pero tienen mejores indicadores de seguridad ciudadana que nosotros. Además, sin una mejora del sistema judicial, cualquier reforma policial va a ser ineficiente. Luego de todo lo expuesto, el funcionario cerró el intermedio con una cita del criminólogo español Antonio García Pablos: “Si la policía, los fiscales y los jueces hiciesen bien su trabajo tendríamos más cárceles y presos, pero no menos delincuencia”.