Su trabajo como productora de documentales le ha permitido a Gabriela Urco conocer distintas realidades y problemáticas de nuestro país, así como también darles a muchas personas la oportunidad de compartir sus historias de esfuerzo y coraje, las dificultades y los retos que enfrentan día a día, sus anhelos y esperanzas.
Gabriela es productora general de la asociación Docuperú y desde hace unos cuatro años es también parte de la junta directiva. Ella estudió Comunicación en la Universidad de Lima.
¿Cómo fueron tus inicios en Docuperú, en el 2013?
Yo ingresé a Docuperú mientras desarrollaba mi proyecto de tesis. Me dijeron que era un tema antropológico y que, por ser de comunicación, una posibilidad era enfocarlo con un documental. Entonces acudí a Docuperú, en busca de una asesoría. Al llegar ahí, me contaron de un proyecto que estaban trabajando y me invitaron a asistir en la producción de un taller teórico de documental participativo “El otro documental”. Comencé asistiendo en cosas muy básicas, como ordenando películas y haciendo listas de Excel, pero poco a poco fui enamorándome de Docuperú. Luego, en diciembre del 2013, me invitaron a viajar con ellos, ya como asesora de proyecto, a Huamanga-Ayacucho. Docuperú tiene una forma de trabajo que consiste en viajar a comunidades, normalmente por una semana, para dictar talleres, que se inician con la creación del concepto de algún tema documental sobre las problemáticas de las comunidades. Realizamos la conceptualización, el libreto, la producción, la edición y, al término de la semana, proyectamos el documental realizado en la plaza pública.
¿Cuáles son las reacciones de las personas cuando se proyecta el documental?
Esos son momentos bastante conmovedores, por varias razones. Muchos proyectos con mujeres han tenido que ver con sus vidas cotidianas, con el trabajo que hacen diariamente, así que se emocionan mucho al verse, porque ellas no están muy pendientes de los roles que ocupan. Cuando se ven en una pantalla, recién reconocen su fuerza y todo lo que hacen día a día. Esta es una constante en el Perú: hay muchísimas mujeres que trabajan de oscurecer a oscurecer y normalmente no son muy conscientes ni de sus capacidades ni del papel que cumplen, así como tampoco suelen ser reconocidas por ello. Pero es muy interesante todo lo que conlleva contar una historia, hacerse consciente de lo que pasa, ahondar en estos procesos, preguntarse por qué suceden las cosas y cómo. Por el lado de la producción del video, también es muy satisfactorio, porque vemos lo que somos capaces de hacer en un período corto. Normalmente vivimos estos procesos de una semana muy intensamente.
¿Qué recuerdos tienes de los viajes que has hecho?
Hay muchos destinos que guardo en la memoria con mucho cariño por los aprendizajes y por los retos logrados. Pero más que un destino en particular, lo que siempre me impactan son las desigualdades que hay en nuestro país, así como entender las condiciones en las que se vive en las diferentes regiones y en comunidades. En el 2015, por ejemplo, hicimos dos viajes a Huancabamba, localidad ubicada en la sierra de Piura, para trabajar el tema de las esterilizaciones forzosas ocurridas en los años 90. Estando en Huancabamba, encontramos que atravesaban un período largo de sequía. Solamente cada cuatro o cinco meses les llegaba agua por un período de ocho horas. Las condiciones eran terribles. Por otro lado, muchas mujeres vivían solas; no tenían familia para trabajar la tierra. La condición de pobreza en que vivían era crítica. Un día, de pronto, comenzó a llover mientras estábamos grabando, y todas las mujeres salieron corriendo con sus baldes a recoger el agua de la lluvia porque ⎯obviamente⎯ eso era más importante que nuestra grabación. Estas cosas permiten que te des cuenta de la abismal diferencia que existe entre el hecho de contar o no con servicios básicos. Creo que la falta de agua es uno de los problemas más grandes que hay en nuestro país.
¿Los trabajos que hacen son por encargos de instituciones o parten de una agenda propia?
Hacemos las dos cosas. En los últimos diez años, Docuperú ha crecido muchísimo. Lo que hacemos normalmente es planificar qué trabajos haremos en los próximos años, concursamos regularmente en fondos de la Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios (DAFO) del Ministerio de Cultura, y también estamos pendientes de otras posibilidades nacionales e internacionales. Tenemos alianzas con organizaciones que tienen fondos. Hemos trabajado con Humboldt Forum (Berlín, Alemania) ofreciendo talleres en los distintos puertos pesqueros de la costa norte. Recientemente, postulamos y ganamos un fondo de la Embajada de los Estados Unidos en el Perú para realizar una caravana documental, ahora virtual. Tenemos una alianza con Broederlijk Delen (cooperación belga en el Perú) y solemos diseñar proyectos en conjunto con ellos y con las copartes andinas con las que trabajan. Por otro lado, también respondemos a llamados por encargo; por ejemplo, hace un mes hemos terminado un proyecto con la Municipalidad de Lima, que nos pidió dictar unos talleres en un albergue, mitad presenciales y mitad virtuales. Fue un gran reto.
¿Cuántos documentales has hecho hasta hoy y qué satisfacciones te han dado?
En estos ocho años, he asesorado y editado más de 35 documentales, lo cual ha significado muchos viajes a diferentes lugares. Todos han sido muy interesantes. Siento que cada uno es un acompañamiento a personas que buscan cómo contar un poco de sus vidas y realidades. Un proyecto que me gustó muchísimo fue el primero de animación stop motion que pude dictar, donde se trabaja cuadro por cuadro para generar la ilusión de movimiento y se logra dar vida a objetos o materias inertes. Descubrí en ese lenguaje la posibilidad de un acompañamiento más pausado y delicado que el proceso de video propiamente. Otro proyecto al que le guardo mucho cariño es “Mochila Documental Paruro-Palestina”, trabajado con líderes jóvenes, que vincula a Cedep Ayllu (Paruro, Cusco) y Adesup (Palestina, San Martín). Ganó el Concurso Nacional de Gestión Cultural en la categoría multianual, otorgado por el Ministerio de Cultura, y fue también cofinanciado por Broederlijk Delen.
¿Desde que estudiabas la Carrera de Comunicación viste el trabajo de producción como una posibilidad para ti? ¿O ya te especializaste en ello desde el campo laboral?
Recuerdo que cuando estaba en la Universidad siempre me comentaban que me podría ir bien en producción, pero lo cierto es que durante toda mi etapa universitaria no me interesó mucho. Yo relacionaba esta labor con lo menos creativo dentro de todo el quehacer audiovisual y nunca le presté atención. Cuando comencé en Docuperú, cuadrar presupuestos y coordinar algunas cosas se me hizo bastante fácil; por ejemplo, puedo saber de memoria el RUC de Docuperú, las direcciones, los DNI y muchos otros datos; además, los cálculos matemáticos no se me complican: me gustan y disfruto hacer presupuestos. Eso es algo raro, estereotípicamente hablando, en Comunicaciones. Otra cosa que me facilitó mucho el camino de producción es poder redactar fácilmente. Escribir propuestas me resulta sencillo y placentero; me gusta mucho ordenar ideas. Muchas organizaciones en el Perú hacen un trabajo maravilloso, pero no necesariamente logran sistematizar toda esta información para realizar una propuesta y conseguir fondos para continuar sus proyectos. Otra gran limitante para muchas organizaciones es el dominio del inglés, lo cual por suerte es sencillo para mí. Hace un par de años me invitaron a un laboratorio de Derechos Humanos en México y quien convocaba me comentó: “No tienes idea de lo difícil que ha sido conseguir a personas relacionadas a este trabajo que dominen el inglés”. Hay gente que hace cosas maravillosas, pero necesitan capacitarse en ciertos temas para crecer aún más.
¿Has podido ver si alguno de los documentales que has trabajado ha generado un cambio en la población?
Es un poco complicado medir esto, dado que no estamos constantemente en los lugares donde hemos trabajado. Pero, definitivamente, se produce un cambio en las personas que llevan el proceso, pues se genera una mayor visibilidad de sus temas y de ellos mismos. Por ejemplo, en Huancabamba sucedió que las mujeres que habían sido las protagonistas de los documentales comenzaron a tener más participación en las organizaciones de mujeres de la comunidad. Eso fue muy gratificante para nosotros. De cualquier modo, los cambios suelen estar más ligados a lo que el proceso significó para quienes lo vivieron, un proceso humano e individual.
¿Antes de Docuperú has trabajado en otro lugar?
He llevado prácticas profesionales para una revista donde redactaba artículos. Luego trabajé seis meses como asistente en una empresa de marketing relacional, donde aprendí mucho, a pesar de que no fuese realmente lo mío.
¿Tienes algún pasatiempo?
Escucho música todo el día, desde que me despierto hasta que me acuesto; hago yoga, lo cual me permite manejar el estrés, y estudio alemán, pues siempre me ha fascinado ese idioma.
¿Cómo te fue en la Universidad de Lima?
Disfruté mucho la etapa universitaria. Me gustaba mucho la Biblioteca. Tuve la suerte de estar en el cambio de sistema de préstamo de libros: pasé de llenar fichas a simplemente caminar por la biblioteca, ver un libro que me llamara la atención y leerlo. Por otro lado, recuerdo que cuando recién entré a la Universidad me inscribí en el coro y luego en artes escénicas. También estuve en el Círculo de Cine, donde conocí a gente que desarrollaba muchos proyectos. No terminé mi carrera con una especialidad en particular; más bien, llevé un poco de todo y disfruté mucho mi etapa universitaria.