Jordane Boudesseul
Investigador del Grupo de Investigación en Comunicación y Salud e investigador del IDIC
Perfil en el CRIS Ulima
La pandemia de COVID-19 y sus medidas de confinamiento representan un gran desafío para la salud mental y el bienestar mundial. La COVID-19 es una enfermedad infecciosa identificada a finales de 2019 en la provincia de Wuhan (China) que, desde entonces, se ha extendido a al menos 213 países. Al 11 de septiembre de 2020, las instituciones nacionales e internacionales habían confirmado más de 911.000 muertes y más de 28 millones de casos (Organización Mundial de la Salud, 2020). Aunque las recomendaciones de salud pública varían según el país, las órdenes generales de quedarse en casa se han impuesto ampliamente a alrededor de un tercio de la población humana para evitar actividades sociales innecesarias y grandes reuniones. Se han implementado medidas de contención global sin ningún plan específico para proteger la salud mental y el bienestar de las personas. Uno de nuestros estudios sobre el efecto del confinamiento en estudiantes franceses, que pronto se publicará en Journal of Behavioral Addictions, revela que el estrés por confinamiento es un predictor pasado y futuro de atracón de comida [1] y restricción de alimentos. Pero el confinamiento también tiene efectos sobre los síntomas depresivos y ansiosos, especialmente para los jóvenes y las personas vulnerables. A pesar de eso, todavía hay tiempo para actuar y adaptar nuestras políticas de educación y salud pública a los datos que tenemos de epidemias anteriores (SARS, MERS, etcétera) y de los nuevos datos sobre la pandemia de COVID-19.
En nuestro estudio de más de 5000 estudiantes franceses, el estrés por confinamiento se asoció con una mayor probabilidad de atracón de comida y restricción de alimentos en la última semana antes del estudio, y con intenciones de continuar con estos comportamientos durante los siguientes quince días. Una mayor exposición a los medios relacionados con COVID-19 se asoció con una mayor restricción dietética durante la semana anterior. Otros factores de riesgo más clásicos en la literatura —como el sexo femenino, la mala regulación de los impulsos y la alta insatisfacción corporal— aumentaron el riesgo de trastornos alimentarios posconfinamiento. Tanto la detección temprana de personas con alto riesgo como las terapias vinculadas a los factores de estrés ambiental creados por la pandemia de COVID-19 podrían llegar a reducir estos comportamientos alimentarios nocivos.
Sin embargo, estas consecuencias eran en parte previsibles. Desde el 26 de febrero de 2020, la prestigiosa revista médica The Lancet publicó una revisión rápida de los diversos factores de estrés psicológico que hemos aprendido de las anteriores epidemias de SARS, MERS y ébola en particular. Esta revisión, realizada por la doctora Brooks del King’s College en Londres, indica que estudios previos vieron efectos sintomáticos del estrés postraumático cuando el aislamiento duró más de diez días. [2] Samantha Brooks y sus colegas incluyeron veinticuatro estudios sobre el efecto del confinamiento en epidemias anteriores y encontraron algunos factores previos a la cuarentena. Un historial psiquiátrico, por ejemplo, fue un predictor de ira y ansiedad hasta seis meses después del final del aislamiento. Los trabajadores de la salud se vieron particularmente afectados por los factores estresantes postraumáticos, pues se sintieron más estigmatizados y reportaron una mayor pérdida económica (aunque un estudio hecho durante el SARS en Toronto no replicó estos efectos [Hawryluck et al., 2004]).
Otros factores que afectaron la salud mental de las personas confinadas incluyeron la duración del encierro (más de diez días), el miedo a infectarse, la frustración o el aburrimiento asociado con un cambio de rutina, la falta de actividades físicas o sociales y una sensación general de aislamiento (Brooks et al., 2020). La dificultad para acceder a los recursos básicos (por ejemplo: comida, agua, ropa) y el equipo de protección personal (como las mascarillas) se asociaron generalmente con síntomas de ansiedad meses después del final del confinamiento. Las directivas, la coherencia y el estilo de la información comunicada, así como la coordinación de la información de prevención a nivel local y nacional, también fueron factores estresantes durante la epidemia de SARS en Toronto (DiGiovanni et al., 2004). Finalmente, el impacto económico del confinamiento, ya sea sobre el desempleo, la reducción parcial de los sueldos o el retraso en la atribución de ayudas locales o estatales, también fueron factores claves en el estrés postraumático. Por su parte, los trabajadores de la salud informaron haber sido estigmatizados y, en ocasiones, incluso rechazados por su comunidad local mucho después del final del período oficial de cuarentena.
Estudios recientes sobre la inmovilización social durante la epidemia de COVID-19 parecen indicar que los impactos psicológicos del aislamiento son más fuertes entre los adultos jóvenes en Japón (<39 años; Yamamoto et al., 2020), Austria (<35 años; Pieh et al., 2020), España (<30 años; Ozamiz-Etxebarria et al., 2020) o incluso China (<40 años; Ahmed et al., 2020). En el IDIC, estamos culminando con un estudio longitudinal franco-peruano siguiendo a individuos en varios momentos de la cuarentena y un mes después del fin oficial del confinamiento. Estamos intentando explorar si la capacidad de regular y controlar las propias emociones positivas y negativas puede ser un factor protector durante estos tiempos de aislamiento. También probamos la hipótesis de que los factores socioambientales del encierro, como el tipo de vivienda, el espacio disponible, las personas presentes y el lugar de vida (rural versus urbano), pueden representar factores protectores de nuestra salud mental. Todavía hay tiempo para organizar y crear espacios de vida, redistribución económica e información de salud pública que promueva algo como un “buen confinamiento”.
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Notas
[1] En inglés, binge eating.
[2] En Francia, el aislamiento se limitó a un poco más de cincuenta días, y en Perú, a más de cien días.
Referencias
Ahmed, M. Z., Ahmed, O., Aibao, Z., Hanbin, S., Siyu, L., y Ahmad, A. (2020). Epidemic of COVID-19 in China and associated Psychological Problems. Asian Journal of Psychiatry, 51, 1-7.
Brooks, S. K., Webster, R. K., Smith, L. E., Woodland, L., Wessely, S., Greenberg, N., y Rubin, G. J. (2020). The psychological impact of quarantine and how to reduce it: rapid review of the evidence. The Lancet, 395(10227), 912-920.
DiGiovanni, C., Conley, J., Chiu, D., y Zaborski, J. (2004). Factors influencing compliance with quarantine in Toronto during the 2003 SARS outbreak. Biosecurity and bioterrorism: biodefense strategy, practice, and science, 2(4), 265-272.
Flaudias, V., Iceta, S., Zerhouni, O., Rodgers, R. F., Billieux, J., Llorca, P-M., Boudesseul, J. … y Guillaume, S. (2020). COVID-19 pandemic lockdown and problematic eating behaviors in a student population. Journal of Behavioral Addictions.
Hawryluck, L., Gold, W. L., Robinson, S., Pogorski, S., Galea, S., y Styra, R. (2004). SARS control and psychological effects of quarantine, Toronto, Canada. Emerging Infectious Diseases, 10(7), 1206.
Organización Mundial de la Salud. (2020). Brote de enfermedad por coronavirus (COVID-19).
Ozamiz-Etxebarria, N., Idoiaga Mondragon, N., Dosil Santamaría, M., y Picaza Gorrotxategi, M. (2020). Psychological symptoms during the two stages of lockdown in response to the COVID-19 outbreak: an investigation in a sample of citizens in Northern Spain. Frontiers in Psychology, 11, 1491.
Pieh, C., Budimir, S., y Probst, T. (2020). The effect of age, gender, income, work, and physical activity on mental health during coronavirus disease (COVID-19) lockdown in Austria. Journal of Psychosomatic Research, 136, 1-9.
Yamamoto, T., Uchiumi, C., Suzuki, N., Yoshimoto, J., y Murillo-Rodríguez, E. (2020). The psychological impact of “mild lockdown” in Japan during the COVID-19 pandemic: a nationwide survey under a declared state of emergency. medRxiv.
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