En la última década, la crisis económica y la situación política en Venezuela han llevado a dicho país a una espiral de violencia, escasez de alimentos y servicios básicos, e hiperinflación, lo que a su vez ha producido un aumento en la migración de sus ciudadanos. Esta ha sido calificada como el éxodo más grande en la historia reciente de la región (ACNUR, 2019; Blouin, 2019a; Eguren y Estrada, 2019; OIM, 2020) y como una crisis económica y humanitaria de magnitud sin precedentes para un país que no está en guerra (International Monetary Fund, 2020).
El 31 de diciembre del año 2019, la oficina de la OMS en China confirmó que las autoridades de salud estaban tratando varios casos de una neumonía de origen desconocido, detectada en la ciudad de Wuhan. Los días 11 y 12 de enero, la Comisión Nacional de Salud envió información detallada a la OMS de un brote asociado con exposiciones en un mercado de productos marinos en Wuhan, y ya el 20 de enero del 2020, los casos confirmados fueron reportados en Japón, Corea del Sur y Tailandia. El resultado de esta cadena de eventos ya es conocido por todos nosotros.
La pandemia de COVID-19 ha cambiado nuestras vidas como sociedad, y los más afectados han sido las niñas y los niños. Debido a las medidas de distanciamiento social, han perdido espacios valiosos —como la escuela— para desarrollarse cognitiva, física, social y emocionalmente. En este contexto, los medios digitales representan un recurso invaluable para sobrellevar el confinamiento. Por medio de ellos, niños y niñas aprenden, socializan entre pares y se entretienen.
La pandemia ocasionada por la COVID-19 ha tenido sin duda un efecto en exacerbar la situación de vulnerabilidad de las mujeres alrededor del mundo. En primer lugar, porque la fuerza laboral en salud a nivel mundial está compuesta en un 70 % por mujeres (Fondo de Población de las Naciones Unidas, 2020).
El primer anuncio oficial del Gobierno chino en el que aceptaba la existencia de un nuevo coronavirus en su territorio se dio a conocer a la comunidad internacional el 31 de diciembre de 2019. Se trataba de un virus que, en menos de dos meses, y con el nombre de COVID-19, se diseminó con alarmante rapidez alrededor del mundo.
La llegada de la COVID-19 ha generado en las personas una transformación obligatoria y ha dado lugar a conductas distintas de adaptación. Aquellas mascarillas que veíamos por televisión, de uso cotidiano en algunos países lejanos, se convirtieron en una pieza de uso diario a nivel mundial. Nuestra educación también ha cambiado; debido al cierre de colegios y universidades, se ha dado paso a la educación virtual al cien por ciento. El teletrabajo es otra actividad que se incrementó y que, posiblemente, permanezca como el modo de trabajar de muchas empresas.
La crisis por COVID-19 tendrá un impacto severo en la pobreza y la desigualdad. Las estimaciones del Banco Mundial, analizadas por Loayza (2020) y Mahler et al. (2020), sugieren que la contracción económica empujará a 71 millones de personas a la pobreza extrema, medida en la línea de pobreza internacional de USD 1,90 por día [1]. En un escenario pesimista, el estimado aumenta a 100 millones. Esto hará que el 2020 sea el primer año desde 1998 en que aumente la tasa global de pobreza (Mahler et al., 2020).
Los efectos devastadores de la actual pandemia en la salud y la vida de las personas tienen un correlato sin precedentes en la actividad económica de los países y de las empresas alrededor del mundo.
Son diversos los escenarios que se barajan en torno a cómo evolucionará el sector turismo en el mundo a raíz de la pandemia por la COVID-19. De hecho, es estudiada y monitoreada constantemente por distintos organismos internacionales y consultoras privadas (Promperú, s. f.). El escenario más optimista de la Organización Mundial del Turismo (2020) plantea una recuperación para el 2021; sin embargo, sostiene que será la demanda interna la que primero despegará, para luego dar lugar a la demanda internacional.
Los gobiernos acostumbran a ponerle nombre a cada año antes de que este empiece, pero quizá sería mejor que lo hicieran cuando acaba: en el 2020, el Año de la Universalización de la Salud, nuestros hospitales colapsaron y tuvimos muchos más muertos que en los últimos años. (1)
La epidemiología basada en aguas residuales (wastewater-based epidemiology, WBE) es una herramienta que empezó a ser utilizada para monitorear el consumo de sustancias ilícitas en los desagües. El desagüe puede ser considerado como una muestra muy diluida de las excretas de una población que reside en el área de captación.
Con el prolongado confinamiento al que todos nos vemos sometidos para preservar nuestra salud, la actual pandemia de COVID-19 está golpeando de una manera particularmente severa a las industrias turística y hotelera, que dependen de un dinámico flujo y concentración de personas. Esto afecta mucho al Perú, pues el turismo es uno de nuestros principales generadores de divisas; se calcula que el turismo y la hotelería disminuirán en casi un 98 % sus ingresos, que son producto del turismo interno e internacional.
Las cifras económicas no han sido nada buenas en los últimos meses. La pandemia del nuevo coronavirus no solo incrementa las cifras de contagios y decesos, sino que afecta también a la economía de todos los peruanos. Uno de los sectores más perjudicados es el de los restaurantes. Al mes de marzo de este año, el grupo de restaurantes decreció en 50,28 % según reporte del INEI.
Como es sabido, las constituciones en el Estado constitucional reconocen con carácter implícito o explícito diversos valores, principios y derechos fundamentales, los que deben ser optimizados por todos los poderes públicos. Ordenar que algo sea optimizado significa que debe ser realizado en la mayor medida posible; es decir, que estos valores, principios y derechos fundamentales son vinculantes para los poderes públicos, los cuales deben orientar sus políticas y generar las condiciones necesarias para su efectiva realización.
A lo largo de nuestra historia, hemos podido comprobar la enorme influencia del derecho extranjero en el derecho nacional: el nuestro se convirtió, principalmente, en receptor de teorías, doctrinas, normas, principios e instituciones de otros ordenamientos jurídicos. En especial, recibimos influencia de aquellos pertenecientes a la familia del civil law y del sistema romano-germánico, del cual formamos parte.
Lynne Billard, en un artículo publicado en 1998 en The American Statistician sobre el rol de la estadística y de los estadísticos, escribía: “No science began until man mastered the concepts and arts of counting, measuring, and weighting”. Dado que los conceptos y artes de contar, medir y ponderar constituyen la esencia misma de la estadística, dos de los mensajes que encierra esta cita son que la estadística, al menos en sus etapas más rudimentarias, es muy antigua, y que es fundamental para el desarrollo de todas las ciencias.
La aparición del nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) en el mundo ha traído como consecuencia una serie de nuevas medidas que debemos adoptar como parte de nuestra convivencia. Una de las medidas más importantes que debemos adoptar es mantener una distancia de un metro y medio entre nosotros, ya que el virus se transmite de persona a persona. Este tipo de transmisión ocurre debido a las pequeñas gotas que contienen al virus y que se disparan cuando hablamos, estornudamos o tosemos.
El coronavirus presenta, en una multiplicidad de ámbitos, retos que el sistema legal debe afrontar con creatividad y con orientación al balance de los intereses que puedan estar en juego en cada circunstancia. ¿Cómo podemos abordar legalmente esta problemática tan grave?
En situaciones normales, un científico lleva a cabo su pasión —la producción de conocimiento— mediante el desarrollo de proyectos de investigación en los que pueda colaborar y establecer nexos con otros investigadores del mundo. Además, a partir de esta producción de conocimiento, colabora en la formación de estudiantes y futuros investigadores. De esta manera, el investigador logra aprender un poco más sobre el tema elegido como especialidad y compartirlo en presentaciones, eventos científicos, publicaciones o patentes, entre otros productos científicos.
La pandemia por la COVID-19, enfermedad del nuevo coronavirus, tuvo su inicio en la ciudad de Wuhan, China, en diciembre del 2019. En nuestro país, se detectó al paciente cero el 6 de marzo en Lima. Ante la amenaza de contagio masivo, el Gobierno del Perú decretó el estado de emergencia y una orden de aislamiento social obligatorio (cuarentena) el 15 de marzo.
La emergencia sanitaria que atraviesa el país ha devuelto la televisión abierta al primer plano. La necesidad de información y el ocio de una ciudadanía en cuarentena están produciendo picos de audiencia que, paradójicamente, no abonan nada para superar la crisis que padece desde hace algunos años. Si, por un lado, el buen rating no puede ser aprovechado porque la pauta publicitaria es exigua, la ausencia de esta presión tirana tampoco ha obrado efectos positivos en su propuesta de contenidos.
La COVID-19 presenta, en una multiplicidad de ámbitos, retos que el sistema legal debe afrontar con creatividad y orientándose al balance de intereses que puedan estar en juego en cada circunstancia. Por ejemplo, en el campo de la protección al consumidor, debemos encontrar soluciones que procuren la satisfacción de los intereses de los consumidores, pero sin generar exigencias imposibles que se traducirían en costos que impactarían en mayor medida en los propios consumidores que queremos salvaguardar.
Producido por el SARS-CoV-2, la COVID-19 es una enfermedad infecciosa, altamente contagiosa, propiamente una pandemia, que se ha extendido a lo largo y ancho del planeta sin distinción de regiones, sexos ni razas, y está acabando con la vida de miles de personas. Los estragos que causa nos hacen pensar a una Tercera Guerra Mundial, en la que el enemigo es invisible, sin nacionalidad, no respeta fronteras y ataca sin piedad.
El blog del IDIC nace en un momento crítico para nuestro país y para el mundo. La emergencia sanitaria nos ha conducido a ocuparnos de asuntos que antes no eran prioritarios en la agenda nacional, a pesar de ser la esencia para la vida humana: la salud y la educación, la vivienda y la comunicación. Hoy los Estados, los medios y la población les han asignado importancia.