La emergencia sanitaria que atraviesa el país ha devuelto la televisión abierta al primer plano. La necesidad de información y el ocio de una ciudadanía en cuarentena están produciendo picos de audiencia que, paradójicamente, no abonan nada para superar la crisis que padece desde hace algunos años. Si, por un lado, el buen rating no puede ser aprovechado porque la pauta publicitaria es exigua, la ausencia de esta presión tirana tampoco ha obrado efectos positivos en su propuesta de contenidos.
Desde antes de la COVID-19, nuestra televisión ya exhibía el mayor número de programas informativos que se recuerda. Este dato podría sugerir que el público prefiere la realidad a la ficción, o que la dramaturgia del noticiero seduce más que muchas teleseries, pero la razón de fondo estriba en que los formatos vinculados con la realidad son proveedores ideales de aquello que se ha convertido en su marca esencial: el golpe de efecto, la estridencia, como si el caos y la batahola fueran las únicas señas para dar cuenta de todo aquello en que incurrimos como país.
Las coberturas desafortunadas alrededor de la pandemia, las entrevistas altisonantes, los lugares comunes, la vocación por cifras sin detalle ni contexto, las mismas notas con distintos rostros en diferentes horarios y canales no son más que una extensión e intensificación de sus modos habituales. Nuestra tele ha cumplido diez años de vida digital, pero apenas hemos sacado provecho de la tecnología. Hace tiempo le extrañamos una gesta memorable. Y hace tiempo la necesitamos de vuelta como ese eje crucial que mantiene la estructura social en constante proceso de producción y reproducción de sentidos. Necesitamos una televisión creativa, que abjure del horror al vacío y desafíe el rating y las apuestas sobre seguro.
Ejemplos e inspiraciones existen por doquier. En el 2013, la NRK de Noruega transmitió en vivo las cuatro horas de la final de ajedrez en la que participaba su mayor estrella, Magnus Carlsen, e hizo del juego un deporte nacional. Hace tres años, en la televisión de Hanói, los reyes del prime time fueron dos ancianos desconocidos, ciudadanos comunes que contaban sus vidas, y por medio de ellas el país recordaba y se reencontraba con su historia, desde la ocupación japonesa, pasando por las modas afrancesadas y el mercado negro para conseguir rock and roll, hasta los Jemeres Rojos de Pol Pot, todo sin las tildes e hipérboles del reality show, con el único despliegue de dos sillas, una plantilla de iluminación formal y una cobertura plano contra plano. En Kiev, el segmento con más audiencia de la parrilla estuvo a cargo de un niño que daba consejos a sus pares acerca de cómo reparar juguetes. A comienzos del 2018, César Brando se llevó el Got Talent español recitando poemas de amor que ahora los chicos copian a las chicas de la secundaria, con lo que demostró que hay audiencia para casi todo. Y este último 1 de enero, la televisión autonómica de Aragón quebró para bien sus expectativas y números transmitiendo un documental propio titulado El viaje, que consistió en seguir durante horas el recorrido del tren que va de Zaragoza a Canfranc, sin efectos ni concesiones, solo plantando la cámara delante, en el parapeto frontal de la máquina.
A esta televisión nuestra le hace falta una rebeldía, una travesura audaz a la que pueda plegarse el público. Aunque dure poco y parezca inútil. Todo bien con el streaming, pero necesitamos de la señal abierta porque es la que mejor puede dar cuenta de nosotros para volver a mirarnos y reencontrarnos. Somos más que un desconcierto nacional. La cobertura de los Juegos Panamericanos o el crecimiento del encendido de Canal 7, durante el 2019, gracias a contenidos distintos y dinámicos, señalan que esto es posible. Y los cambios que provocará la crisis de la COVID-19 seguramente obligarán a reinventar nuestra tele con urgencia. La suerte está del lado de los valientes.
Nota: Publicado originalmente en el Facebook del IDIC el 14 de abril de 2020.
Citar esta entrada de blog (APA, 7.a edición) Cappello-Flores, G. (4 de mayo de 2020). Pantalla chica, señal grande. Scientia et Praxis: Un blog sobre investigación científica y sus aplicaciones. https://www.ulima.edu.pe/idic/blog/pantalla-chica-senal-grande |
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