La Facultad de Psicología de la Universidad de Lima organizó el 5 de octubre, en el marco de los Jueves de Psicología, la charla “Diagnóstico y tratamiento del trastorno del espectro autista”, evento dirigido a los alumnos de la Carrera, que contó con la participación de Sandra Cañote García, psicóloga y especialista en autismo y síndrome de Asperger del Centro Peruano de Audición, Lenguaje y Aprendizaje (CPAL).
La experta indicó que, de acuerdo a últimas estadísticas del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) del Ministerio de Salud, en el Perú uno de cada 36 niños presenta el trastorno del espectro autista (TEA). Del mismo estudio, se desprende que la proporción que tiene este diagnóstico entre hombres y mujeres es de 4 a 1, respectivamente.
Subrayó que el Registro Nacional de la Persona con Discapacidad tiene inscritas un total de 219 249 personas, de las cuales 4528 (2,06 % del total) tienen el diagnostico de TEA, distribuidos en 3663 hombres (80,9 %) y 865 mujeres (19,1 %).
Para definir el TEA, Sandra Cañote señaló que se trata de un trastorno del neurodesarrollo, el cual cuenta con déficits persistentes en la interacción y la comunicación social, la ficción y la imaginación, y la flexibilidad. De esta manera, dijo, se evidencia un deterioro significativo en áreas importantes del funcionamiento habitual:
“El TEA depende del desarrollo del sistema nervioso central. Su manifestación comienza antes de que el niño cumpla los tres años, y se diagnostica sobre la base de su comportamiento y su historial de desarrollo”.
Además, manifestó que la persona con autismo lo evidenciará de tres maneras principalmente: dificultad en la comunicación verbal y no verbal (señalizaciones, gestos y miradas); interpretar la conducta de los demás y relacionarse, y pensar y comportarse de manera flexible (rechazo al cambio y preferencia de rutinas).
En otro momento, Cañote García detalló las teorías explicativas por las cuales se genera el TEA. En primer lugar, refirió que la teoría de la mente se basa en la debilidad que se tiene para manifestar emociones o entendimiento; la segunda indica que la coherencia central es la dificultad que tiene el diagnosticado para mirar el mundo de diferente manera; y la tercera menciona las funciones ejecutivas que suceden cuando al individuo le cuesta concentrarse del todo para lograr un objetivo.
Asimismo, la experta dio detalles de las señales que se pueden evidenciar a lo largo del crecimiento de una persona con TEA. Sostuvo que entre los 9 y los 10 meses de edad, el bebé tiene falta de interés por seguir la dirección de la mirada y está ausente el gesto de señalar. De los 10 a los 12 meses, no responde a su nombre o pareciera que no escucha y tampoco imita vocalizaciones.
Bajo esa premisa, subrayó que a partir del año empiezan las acciones más evidentes: sordera paradójica, no pide, no da, no muestra, indiferencia hacia otros niños, no explora convenientemente los juguetes, no comprende el juego “a las escondidas” y desplazamientos o conductas sin metas.
Las señales a partir de los dos años en adelante son estar solo en los recreos o no ir al patio, escaso o nulo interés por el entorno, irritabilidad persistente y bajo reconocimiento de las emociones de las demás personas.
Respecto a los factores asociados al aumento de prevalencia de un TEA, la psicóloga señaló que están el tener hermanos con autismo, defectos neonatales del sistema nervioso central, edad gestacional inferior a las 35 semanas, psicosis o alteraciones afectivas, entre otros.
Finalmente, Cañote García resaltó que una persona con autismo no está enferma y tampoco será necesario que se haga todo por él o ella. Pese al diagnóstico, puede disfrutar, tener amigos, aporta a los demás, tiene derechos y obligaciones, así como cualidades y limitaciones.