Flavio Vila es arquitecto, pero no quería dedicarse a diseñar casas ni edificios. Él ha encontrado un campo donde quiere realizarse: territorios y solución de conflictos. Quiere aportar algo a su país, contribuir a mejorar la vida de las personas, y para eso se está preparando.
Estudió Arquitectura en la Universidad de Lima, ha aprendido quechua y ha llevado cursos sobre interculturalidad y solución de conflictos. El próximo año estudiará en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (Massachusetts Institute of Technology, MIT), donde le han dado una beca que cubrirá el 75 % de sus estudios. Además, tiene la beca Fulbright, que cubrirá su manutención.
¿Qué te motivó a querer especializarte en territorios y solución de conflictos?
La historia es larga, pero todo se inicia en el momento en que salí de la Universidad. No tenía claro qué camino profesional tomar, así que experimenté varias opciones. He trabajado en un estudio de arquitectura, e intenté ser independiente: trabajé en planificación urbana con el Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento; en docencia, con ONG, colectivos, y en proyectos con comunidades en el interior del Perú. Con el objetivo de seguir experimentando, el año pasado me inscribí en un curso sobre prevención de conflictos sociales. Si bien la arquitectura y el urbanismo son mis competencias profesionales, desde niño siempre tuve interés en temas como los vínculos de conflicto y de paz en la sociedad. Una vez en el curso, me di cuenta de que se orientaba a la prevención de conflictos socioambientales en minería, lo cual en ese momento no era mi interés principal. De todas formas, decidí seguir las clases y, con el pasar del tiempo, reparé en que el espacio y el territorio, competencias de un arquitecto, son temas fundamentales en los conflictos sociales.
¿Podrías explicar esta relación?
Es imposible separar el conflicto minero del ordenamiento territorial, que incluye la distribución de actividades económicas, planes de expansión rural-urbana y la protección de áreas de reservas naturales. Al ver esto, caí en la cuenta de que estos eran espacios de intervención para arquitectos y del enorme sentido que tenía todo eso en mi futuro profesional. Finalmente, todos mis intereses, inclinaciones y preocupaciones encajaban en un mismo camino. Eso me motivó a inscribirme, más adelante, en un curso llamado Minería para No Mineros, para aprender más sobre esta industria. Incluso se me ocurrió que esto podía ser la base de una startup, que pienso desarrollar más adelante, cuando regrese de estudiar en el MIT.
¿Cuál es la idea de tu startup?
Los conflictos sociales paralizan las industrias extractivas. Pensé en un servicio de ordenamiento territorial para empresas extractivas, con un enfoque intercultural. El objetivo es que, desde el ordenamiento del territorio y la identificación de necesidades en las comunidades, se gestionen los conflictos sociales. Además, parte de la idea es plantear proyectos de desarrollo rural que no sean dependientes del extractivismo, sino dirigidos a potenciar actividades resilientes como la agroecología y el ecoturismo, para que la comunidad sea sostenible tras el cierre de la mina. Propongo que los proyectos sean financiados por personas naturales. Una persona podría invertir dinero para generar impacto socioambiental positivo, pero con la promesa de retorno a largo plazo. Con esa idea ingresé al concurso de emprendimiento de la Universidad de Lima, Primer Paso.
¿Cómo te fue en el concurso?
Traté de plantear la idea lo mejor posible en el lapso de un mes y tuve la suerte de pasar las fases primera y segunda, pero no pude ingresar a la final. Fue un proceso complejo y yo trabajaba solo, así que no fue fácil. Esa experiencia también me hizo pensar que necesitaba prepararme más para desarrollar un proyecto de tal magnitud. Necesitaba ser mejor para hacer de este un lugar mejor para vivir, así que en ese transcurso me fui al Open House de la Universidad de Harvard. Estando en Boston, aproveché de ir también al MIT. Yo sabía que tenía potencial para ingresar a una de sus maestrías y el proceso de admisión fue muy emocionante, sobre todo cuando redacté mi carta de motivación, porque realmente abrí mis sentimientos y mis sueños. Ingresé a ambas, lo cual fue increíble, pero el siguiente paso era postular a una beca.
¿Qué decías en tu carta?
Presenté la problemática del conflicto minero en el Perú y todo el camino que me llevó a descubrir que podía mejorar esa situación y hacer la vida de alguien mejor. Sinceramente, yo despierto cada día pensando que puedo hacer de este un lugar mejor. Todo lo que he hecho hasta ahora me ha llevado a ese objetivo, así que para mí fue muy satisfactorio saber que esas universidades creían no solamente en mí, sino en lo que yo creo. Si bien mi meta inicial era ir a Harvard, el MIT me dio 75 % de beca y se adapta mejor a lo que yo quiero. Ahí puedo desarrollar el modelo de negocio que tengo en mente y postular a concursos de emprendimiento. Ahora bien, de todas maneras, pagar el 25 % de los estudios y solventar costo de vida es bastante. Tuve un momento de incertidumbre a inicios de la cuarentena, porque la Beca Presidente del Ministerio de Educación demoró en ser publicada y se me acababa el tiempo para decidir a qué universidad ir. Por suerte, me llegó un correo del MIT en el que me ofrecían aplazar el ingreso un año, lo cual me ayudó mucho, y viajaré recién en el 2021, ya no este año. Eso me dio la oportunidad de postular a la Beca Fulbright, que me cubre el costo de vida.
¿En qué consistió tu postulación a esa beca?
Además de llenar formularios, pasé por una entrevista en la que me hicieron una pregunta linda: “¿Con qué miembro de tu familia relacionas tu desarrollo profesional?”. No la esperaba, pero les hablé de mi mamá y me quebré cuando estaba respondiendo, porque me emocioné mucho. Yo fui criado con la idea de que el amor puede hacer un mundo mejor y eso tiene mucho sentido con mi proyecto. No solo es un sueño, sino que he estudiado para esto y sigo haciéndolo. Actualmente, llevo un diplomado en interculturalidad y otro en comunidades campesinas, he escrito papers científicos y sigo investigando. Tengo una motivación auténtica para llevar a cabo mi proyecto.
¿No te asombra que todo haya ido encajando tan bien, desde el curso que llevaste de conflictos sociales y todo lo que has hecho y te ha ido pasando?
Sí, todo ha encajado perfectamente. Incluso, justo el día en que se me ocurrió la startup, me llegó una invitación de la universidad donde enseño para seguir un curso de emprendimiento social de manera gratuita. Todo ha coincidido increíblemente. Recuerdo también que durante la entrevista para optar por la Beca Fulbright me preguntaron por qué debían darme la beca y yo les dije que todo lo que había hecho hasta ese momento me había llevado al punto de esa entrevista, que nunca había parado y no lo pensaba hacer entonces, que en la vida no existen superhéroes que combatan el mal, así que nosotros somos los llamados a hacerlo, está en nosotros lograr el cambio con las pequeñas acciones del día a día.
¿En qué mes del próximo año te vas a estudiar al MIT?
Me voy en agosto del próximo año a la Maestría en Planificación de Ciudades. Mientras tanto, estaré tranquilo y me voy a presentar otra vez al Concurso Primer Paso. He venido puliendo mi idea y, aunque no pase a la final, quiero sentir que no estoy soñando.
Comentaste que has trabajado en el interior del Perú, ¿qué tipo de proyectos apoyabas?
El año pasado me becó la Universidad Católica de Lovaina para hacer un proyecto en Ayacucho, junto con otros profesionales, peruanos y belgas. Hicimos una investigación en tres zonas de la ciudad de Huamanga, a mí me tocó Mollepata. Había que pensar, desde el diseño urbano, en estrategias para que los habitantes tuvieran más agua disponible, ya que las plantas de agua estarán listas dentro de muchos años. En mi grupo de trabajo propusimos unas medidas para lograr que el agua se mantenga más tiempo en el sistema. Planteamos el aprovechamiento de las lluvias, la reutilización, y convertir unos espacios públicos que ahora son terrales en humedales artificiales para tratar el agua de las viviendas y usarla para regar las quebradas donde crecerían plantas y se podrían criar animales. Actualmente hay viviendas instaladas, lo cual implica un riesgo grande frente a un terremoto. Este trabajo se presentó en un congreso de ciudades sostenibles y la idea es que los proyectos se incluyan en el Plan de Desarrollo Urbano de Huamanga. También he estado en comunidades en el medio de la selva, a seis horas en bote por el río Amazonas desde la ciudad de Iquitos, para apoyar a una ONG con el diseño de colegios.
¿Te gustó trabajar en el Estado?
Me gustó mucho. El sentimiento de trabajar por mi país y un bien mayor hacía que me sintiera muy feliz por eso. Lástima que se terminó, por un tema presupuestal.
Este año has estado muy activo, a pesar de la pandemia de COVID-19, ¿no?
Sí, así es. Aparte de trabajar como docente universitario, tomé un curso sobre conflictos socioambientales con un instituto español y ahora estoy llevando dos diplomados. He escrito dos papers científicos y empecé a estudiar quechua. Todo lo que tiene que ver con interculturalidad peruana me interesa mucho. Ahora lo que necesito es hablar con alguien en quechua. Además, entreno y hago yoga en mi casa.
¿Qué te gustó de estudiar Arquitectura en la Universidad de Lima?
Yo pertenezco a la cuarta promoción de Arquitectura de la Ulima. A pesar de ser una carrera reciente, han salido profesionales muy buenos, tengo amigos de la Universidad a los que admiro muchísimo. Valoro mucho la idea de reciprocidad que me inculcaron, en el sentido de cómo ver la ciudad. Agradezco que mis profesores me hicieran conocer mi ciudad, mi realidad, que me formaran para desarrollar una postura crítica y como un profesional capaz de decir qué no está bien y cómo hacerlo mejor. También me enseñaron a trabajar en equipo, que es algo fundamental. Yo terminé en el primer semestre del 2016 y me titulé el año pasado.