Sentidos y significaciones en un texto de Julio Ramón Ribeyro

Los sentidos y las significaciones de un texto breve del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro fueron analizados por Óscar Quezada Macchiavello, rector de la Universidad de Lima y presidente de la Asociación Peruana de Semiótica, en la conferencia virtual “Sobre modales e ideas. A propósito de los huachafos y los arribistas en un relato de Julio Ramón Ribeyro”, organizada el 28 de mayo por el Grupo de Estudios Semióticos de la Universidad de São Paulo (Brasil). 

Quezada se centró en la prosa 76 de las Prosas apátridas de Ribeyro, su celebrado libro de textos breves, microrrelatos, reflexiones existenciales y apuntes sociales. La prosa 76 empieza con estas líneas:

“Cenando de madrugada en una fonda con un grupo de obreros me doy cuenta que lo que separa lo que se llama las clases sociales, no son tanto las ideas como los modales. Probablemente yo compartía las aspiraciones de mis comensales y más aún estaba mejor preparado que ellos para defenderlas, pero lo que nos alejaba irremediablemente era la manera de coger el tenedor. Ese simple gesto, así como la forma de mascar, de hablar y de fumar, creaba entre nosotros un abismo más grande que cualquier discrepancia ideológica. Es que los modales son un legado que se adquiere a través de varias generaciones y cuya presencia perdura por encima de cualquier mutación intelectual…”.

Sobre esta pieza literaria de Ribeyro, Quezada afirmó en el texto de presentación del evento:

“Dicha prosa es un microrrelato que gira en torno al ‘yo’, observador-narrador, actor de sus ‘experiencias en la mesa’. Ese ‘yo’ atento enuncia el relato de lo vivido, deja su sitio al lector, lo invita a tomar posición en una imaginaria mesa, con los demás actores tematizados como ‘comensales’, y a reflexionar con él. A partir de sus experiencias corporales en situación, formula una tesis estética, que será reiterada a lo largo de varios enunciados. La formulación más escueta de esa tesis tiene forma apodíctica: ‘lo que separa lo que se llama las clases sociales, no son tanto las ideas como los modales’. Reaparece en su dinámica histórica: ‘…los modales son un legado que se adquiere a través de varias generaciones y cuya presencia perdura por encima de cualquier mutación intelectual’, o en su formulación meramente cultural: ‘…la comunicación entre las gentes se da más fácilmente a través de las formas que de los contenidos’”.

Asimismo, con el fin de ahondar en su argumentación, nuestro rector precisó que utilizó los modelos teórico-metodológicos de Claude Zilberberg, el teórico de la semiótica tensiva, y de Eric Landowski, quien propone una zoo-sociosemiótica, con el objetivo de dar cuenta del (des)encuentro entre cuatro valores-tipo: i) los modales del oligarca, ii) los modales de los obreros, iii) las ideas de los obreros, y iv) las ideas del oligarca.

En busca del sentido

En la conferencia virtual, Quezada presentó al escritor peruano de esta manera:

“Julio Ramón Ribeyro pertenece a esa respetable literatura que inquiere por el sentido del no sentido o del sinsentido. Y, como los extremos se tocan, al sinsentido suele adherirse la insignificancia (…) Julio Ramón Ribeyro es, en suma, maestro del contrapunto entre la insignificancia y el sinsentido”.

En otro momento, nuestro rector reconoció dos tipos de enunciados en la prosa 76: los enunciados situacionales, que corresponden a las coordenadas espacio-temporales, y los enunciados ideológicos separables, que producen por sí solos un efecto de significación completo e independiente, tienen la estructura lógica de una proposición universal y no están ligados contextualmente a una subjetividad. Añadió que la prosa 76, por su construcción, que incluye estos dos tipos de enunciados, se asemeja a una trenza que alterna la condensación ideológica y la expansión situacional en términos de elasticidad.

Quezada también trazó un campo tensivo, con el que analizó una serie de sentidos del texto de Ribeyro. Por ejemplo, señaló:

“El enunciador expresa su adhesión a los modales del oligarca, que para él tienen un valor de absoluto, y su repugnancia, su rechazo a los modales y la vulgaridad de los obreros (…) En lo relativo a las ideas y los planes de huelga, tenemos los valores de abismo, es decir, ‘yo’ se acerca a los obreros, se une con ellos, al extremo de estar a su disposición para defender sus aspiraciones, pero, a la vez, repudia implícitamente las ideas oligárquicas (…) El ‘yo’ se separa de las ideas oligárquicas y se une a las ideas de los obreros. Pero las ideas, en conjunto, tienen mucho más débil intensidad que los modales”.

De la misma manera, indicó:

“Los modales del oligarca son intensos, tónicos, concentrados, y unen al ‘yo’ con el oligarca. Los modales de los obreros también tienen una intensidad tónica, aunque tienen una extensidad difundida en la fonda o restaurante, en el aquí y ahora, y separan al ‘yo’ de los obreros. Las ideas de los obreros tienen una intensidad átona y una extensidad difundida, y unen al ‘yo’ con los obreros. Las ideas del oligarca, lentas y difundidas, separan al ‘yo’ del oligarca. Si las ideas del oligarca no están manifestadas en la superficie del texto, quedan implícitas por la incapacidad del ‘yo’ para alternar con él en el plano de las opiniones, y por la simpatía y la sintonía con la huelga que van a protagonizar los obreros”.

Más adelante, Quezada se apoyó en la zoo-sociosemiótica de Eric Landowski y trazó otros sentidos. Así, afirmó:

“El arribista es esnob, pero no lo parece. No se mueve en el arriesgado, continuo e intenso territorio de la imitación de los modales, sino en el invisible, discontinuo y átono territorio de la imitación de las ideas, con toda su panoplia retórica”.

Además, pormenorizó:

“El huachafo es un esnob puro, ingenuo, directo, que se delata. El arribista es un esnob mezclado, un animal híbrido, sinuoso, astuto, que con toda discreción se metamorfosea en camaleón; así, logra hacerse tomar por alguien que pertenece ya al mismo mundo de la élite, aunque jamás se ha separado del universo completamente distinto del que proviene y adonde secretamente sabe o imagina que podrá volver un día como uno vuelve a su casa”.

Del mismo modo, se explayó sobre la tópica del ‘yo’:

“El ‘yo’ observador es un intelectual identificado ideológicamente con los obreros, y seducido por el oligarca (…) El ‘yo’, puesto en el medio, se complace en filosofar como por encima de los demás actores, expone una verdad universal que lo acerca y lo aleja, a la vez, del oligarca y de los obreros, de ese pútrido hombre del mundo y de esos osos aparatosos, eternos exiliados del centro que exploran el horizonte utópico de la transformación de sus sufridas condiciones de vida, nutridos por el fantástico descubrimiento interior de una posible justicia social, como si se tratase —Eric Landowski dixit— de los sueños de una dulce locura”.