Filósofo de profesión, la carrera del actor francés François Vallaeys está marcada por su interés en expresar reflexiones y estados anímicos a partir de la narración de cuentos populares. Su puesta en escena se caracteriza por un minimalismo capaz de provocar, mediante la naturalidad de su arte, una liberación del espíritu en el público.
A propósito de su presentación ¿Dónde te duele florecer?, organizada por el Centro Cultural de la Universidad de Lima y próxima a estrenarse el 9 de mayo, Vallaeys comenta en esta entrevista la composición de su espectáculo, además del secreto detrás de contar cuentos.
¿Cómo definiría un cuento?
Contestaré con la respuesta de un narrador africano, que dice: “El cuento es el mensaje del ayer, transmitido hoy, destinado al mañana”. Me gusta porque da esta idea de un hilo histórico que une la lejana humanidad con la actual para que advenga la humanidad futura. En nuestra época hay muy poco de eso: todo es instantáneo, todo es hoy. El cuento es un viejo sabio que todavía está ahí y nos habla del mañana.
¿Qué cuentos pone en escena en esta oportunidad?
Primero, hay un cuento oral de la tradición armenia, que trata sobre un jardinero diferente que hará crecer una rosa que va a ser inmortal al dueño del jardín. Ahí radica la pregunta “¿dónde te duele florecer?”, porque la rosa no quiere crecer. Después hay otro que pertenece a la tradición haitiana, sobre un papá que ha perdido su nombre, de hecho, nadie lo sabe, y el no tener identidad lo pone muy violento. Sus hijos irán a buscar su nombre para liberar a la familia. Es un cuento muy lindo, que trabajaremos con piezas de Debussy. Después hay un cuento de Turquestán acerca de un joven que quiere ser sabio y visita a un sabio para aprender el arte de la sabiduría. Pero el sabio le encomienda pasar la escoba a un monasterio, nada más. Es una enseñanza rara: una enseñanza sin enseñar.
Porque hay una enseñanza escondida.
Exactamente. También narraré un cuento africano que cuenta cómo un árbol abre su corazón a un conejo: es un corazón que encierra miles y miles de tesoros, pero desgraciadamente otro animal lo hiere y el árbol termina cerrándolo. Es un cuento sobre las heridas del corazón que no nos dejan florecer. Luego hay un cuento de la tradición china sobre una joven muy íntegra que, debido a su pureza y su ausencia de corrupción, se volverá emperatriz de China. Un cuento muy coyuntural para el Perú de hoy. Otro cuento muy lindo de Medio Oriente es “El árbol del bien y del mal”, que nos enseña, a partir de un árbol con una rama del bien y otra del mal, el propósito de la ética: no acabar con el mal, sino saber distinguir el mal y el bien. Es un cuento sobre la ética y sobre el fanatismo ético: quienes quieren ser muy éticos puede ser muy peligrosos cuando vuelven su lucha un dogma. Colectivamente necesitamos distinguir, pero no radicalizarnos.
¿Hay algún cuento de su autoría?
Sí, uno sobre una gota de agua que pasa por miles de aventuras. Es capturada por los seres humanos y pasa a las tuberías. Luego se lava, se ensucia, hace todas las tareas de la casa, y termina en el cuerpo humano. Para finalizar, hay un cuento de la tradición oral árabe, llamado “La voz de las arenas”, sobre un río fuerte y orgulloso que llega a un mar de arena, un desierto terrible, y tiene miedo de cruzarlo y desaparecer, evaporarse, hundirse. Entonces la voz de las arenas tratará de tranquilizarlo y decirle que no tema a la metamorfosis: húndete, desaparece, reaparecerás entre las nubes, en algún lugar, pues no eres río, eres agua.
¿Qué condiciones debe encontrar en un cuento para llevarlo a escena?
Tiene que haberme elegido, porque es como una varita mágica de Harry Potter, donde la varita es la que elige al mago, no al revés. También el cuento debe ser narrable y tener un poder de sanación. Cada quien entiende el cuento desde su propia vida.
¿Y en qué momento surge esta revelación?
Se ve cuando el cuento golpea fuertemente. Uno lo recuerda, lo sueña, hace llorar, pide ser contado. Son cosas de mucha energía que sube a mí. Y también hay una necesidad coyuntural del espectáculo o la actualidad que conduce a un tema más que a otro. Y dejar que el cuento se cuente a través de mí: no meterse adelante, sino atrás. No perturbar la historia cuando se cuenta. La dificultad de este arte es zen: es el arte del vacío, estar lo más desnudo, vulnerable y diáfano posible para que la historia se cuente.
Trabaja con el músico Loïc Vallaeys, su hijo, desde que él era pequeño. ¿Cuánto ha enriquecido esta relación su trabajo?
Muchísimo. Ese descubrimiento de contar con música clásica fue una revelación y me permitió ahondar en el aspecto energético del cuento, que más que una historia, un cuento popular es energía, y la música clásica permite expandir esa energía. Además, el nivel de complicidad con mi hijo es fenomenal. Lo tengo en casa y nos cuidamos mutuamente. En el escenario no hay papá e hijo, sino dos artistas dialogando.
¿Cómo considera el trabajo con el Centro Cultural de la Universidad de Lima?
Genial, porque el teatro es muy bonito, tiene un tamaño perfecto para contar: no es demasiado grande ni chico. Tiene muchas luces y yo trabajo siempre con Mario Ráez, un iluminador reconocido en el medio que conoce muy bien mis cuentos. Él también improvisa conmigo. Mario es como el tercero en el escenario, pero silencioso. De modo que tenemos muy buenas condiciones para hacer un espectáculo aquí. Para mí es fantástico, porque yo necesito tranquilidad absoluta, un entorno protector que acá tengo.