Puerto Prado es una comunidad ubicada en la cuenca del río Marañón, adentrada en la selva loretana. Ahí, las historias de resiliencia, sobrevivencia y superación son parte de su cultura, así como la marca más palpable de cada uno de sus pobladores. Es en esta gran familia de diferentes apellidos donde creció Ema Tapullima, llegando a convertirse, en el 2008, en teniente gobernadora de su localidad. Es la primera mujer en recibir este cargo en todo Loreto. Pero, además, Tapullima es considerada como una gran cuidadora de los bosques, razón por la cual fue galardonada con el Premio Nacional de Ciudadanía Ambiental en la categoría “Tradiciones Ambientales” en el 2013, por su labor protegiendo la selva que la rodea de madereros ilegales y otros malos elementos. Pero llegar hasta ahí no fue nada fácil.
Ella es la cara del nuevo episodio de Rostros del Bicentenario, serie documental elaborada por el Centro de Creación Audiovisual (Crea), por su trabajo como protectora ambientalista en una de las zonas más complicadas para serlo: la Amazonía peruana. Pero ¿cómo es la vida en su pueblo nativo?
Puerto Prado, la casa de Ema
En una entrevista exclusiva para Nexos, Ema Tapullima recordó la dureza que causó el primer desplazamiento de su comunidad. “Nosotros vivíamos antes con un señor hacendado”, cuenta. “Tenía de todo el señor y hacía trabajar a los comuneros de seis a seis”, relata, mencionando además que muchos de ellos no sabían leer ni escribir. Poco a poco, algunos miembros de la comunidad fueron educándose en la escuela primaria, y esto les permitió ver más allá de su situación y buscar una salida, un terreno propio. De hecho, a pesar de que laboraban para él, “nuestros ancianos pagaron arriendo por vivir en las tierras del hacendado”, recuerda Ema.
Fue así como se formó Puerto Prado, una comunidad que había logrado ingeniárselas para salir de las tierras hacendadas en busca de un nuevo hogar. Instalándose en una nueva playa a las orillas del río Ucayali, las familias empezaron a crecer hasta llegar a tener más de cien unidades familiares. Para su mala suerte, el río se secó “y ya no había ni agua para tomar. Se salía (al río) empujando las canoas”, recuerda Ema. La situación continuó así “hasta que un año se murió mi prima embarazada. No la pudieron sacar al hospital y se murieron el bebé y ella”, recuerda. Entre lágrimas, decidió en ese momento que era necesario reubicarse.
Su nuevo hogar es la zona boscosa de la cuenca del río Marañón. Cuando llegaron, muchos de los comuneros, cansados del constante movimiento, optaron por mudarse a la pequeña ciudad de Nauta e Iquitos, “y de esa manera la comunidad se ha quedado con 26 familias”, explica la señora Tapullima. Previamente, al llegar a esta cuenca, tuvieron problemas con una comunidad cercana que no les permitió utilizar los recursos de la zona, obligándolos a mudarse nuevamente. Pero a pesar de las constantes trabas y la dura realidad que enfrentaron –como tantas comunidades nativas en el Perú–, los pobladores de Puerto Prado han sabido resistir hasta los momentos más complicados, y siempre han estado vigilando y protegiendo los bosques que los rodean, alimentan y curan. En el 2014, la comunidad inició el proceso para que se certifique la zona como Área de Conservación Privada, la cual fue nombrada Paraíso Natural Iwirati, y se extiende a lo largo de cien hectáreas.
La solidaridad frente a los problemas
Loreto fue una de las regiones más golpeadas por la pandemia, pero también es una de las regiones que más ha sufrido con el dengue. Pero en Puerto Prado se aprende una lección muy importante sobre cooperación y apoyo mutuo. “No teníamos nada”, cuenta Ema sobre la pandemia. “Un plátano y unas yucas de la chacra nos servían de alimento, pero nos ayudábamos unos a otros. Al que no tiene, se le da”, agrega. Por otro lado, gracias a las plantas medicinales que se encuentran en los bosques que rodean a Puerto Prado, han podido resistir las enfermedades, incluyendo los efectos de la Covid-19. “Ninguno de nosotros ha ido al hospital”, aclara Ema.
Cuenta, además, que para evitar la propagación del dengue tapan los charcos y las aguas acumuladas cerca. De esta forma, se evita que el zancudo ponga sus huevos y se reproduzca en la zona. Este trabajo en conjunto, esfuerzo de toda la comunidad, ha logrado que solo una persona sea contagiada con esta enfermedad y únicamente otra con malaria, otra enfermedad grave que se transmite por los mosquitos. Es de costumbre que todos vistan pantalones largos y ropa manga larga, protegiéndose así de las picaduras. Como lo cuenta Ema, “en Puerto Prado se aprende a vivir en comunidad, somos moradores, pertenecemos y colaboramos como comunidad. Así es nuestra forma de vivir”.
Si bien fue Ema quien recibió el Premio Nacional de Ciudadanía Ambiental, toda su comunidad ha crecido con gran respeto y trabajo hacia la ecología que los rodea. Esta actitud que emana ella hacia sus vecinos y amigos ha creado una unión en Puerto Prado para proteger los bosques cercanos; claro, para ellos va más allá de solo metros de áreas verdes. “A mí me ha ayudado la naturaleza y me gusta mucho, porque dentro de ella tenemos nuestro mercado, nuestra ferretería, nuestra farmacia”, explica Ema. Pero cada vez es más difícil luchar por estos recursos.
Autoridades lejanas
“Anteriormente no teníamos dificultad sobre los bosques”, cuenta la protectora ambiental, “pero ahora parece que la invasión se ha vuelto una moda”, agrega. Si bien los invasores aun no han llegado a la zona protegida por los comuneros de Puerto Prado, la amenaza está cerca y constantemente en extensión. Por otro lado, están los taladores ilegales, que, si bien no han estado muy presentes en el área, cuando aparecen es muy difícil contar con las autoridades correspondientes. Se hacen las denuncias y se conversa con los vecinos, pero más no se puede hacer.
“Las autoridades no te responden para nada. A veces nos cansamos de caminar hasta allá si nada hacen”, menciona Ema con impotencia. “Me parece que las autoridades no saben o se hacen. A ellos no les interesa la conservación, pero nosotros nos mantenemos ahí conservando nuestros bosques”, añade. De hecho, cuenta que realizó una denuncia luego de encontrar a unos “taladores extraños”, y luego de citaciones y viajes hasta la ciudad, las autoridades solo mencionaron que no se encontró a los sujetos “y ya, se cerró, ya la denuncia la van a eliminar”, explica.
Pero no es solo en materia de protección ambiental donde, según explica Ema Tapullima, las autoridades han fallado. “Hasta ahora ni un colegio me pueden hacer, los niños estudian en una casita”, cuenta. Es tal el olvido estatal en esta zona que, desde un comienzo, “no contábamos con el apoyo de las autoridades”, explica Ema. “Ya me he cansado de gestionar”, dice, pero rendirse no está en su mente. De hecho, toda esta precariedad la llevó a apostar por el turismo como una actividad económica que permita el desarrollo de Puerto Prado, pero en la pandemia ha sido muy difícil debido a las restricciones sanitarias.
Y así es la vida en medio de la selva, donde es la misma naturaleza la que brinda los recursos básicos para sobrevivir por largos años, formando personas trabajadoras y responsables que merecen más que lo poco que tienen. Alejados de todo, Ema Tapullima y la comunidad de Puerto Prado resiste ante las adversidades, cuidando y protegiendo su Paraíso Natural. Pero quedamos advertidos, ellos también se cansan si no hay respuestas serias.