María Teresa Quiroz Velasco
Directora del Instituto de Investigación Científica de la Universidad de Lima (IDIC) y miembro del Grupo de Investigación en Comunicación y Educación
Perfil en el CRIS Ulima
Llegamos al Bicentenario en un momento particularmente difícil de la vida nacional, que está atravesando la mayor crisis sanitaria y económica de nuestra historia reciente. Como peruanos, venimos sufriendo un tiempo que nos afecta en el trabajo, la familia y en nuestra propia vida personal por la incertidumbre y la dificultad para mirar con claridad el futuro. Sin embargo, esta también resulta ser una oportunidad, puesto que adquirimos una conciencia de la cual carecíamos antes del inicio de la pandemia.
El fenómeno global de la COVID-19 hizo emerger ante nosotros un país profundamente desigual. Lo sabíamos, pero las manifestaciones y las muertes de nuestros compatriotas que no podían conseguir una cama en un hospital, o el oxígeno para sobrevivir, o una conexión adecuada para que sus niños accedieran a sus clases, o la falta de trabajo, nos mostraron con crudeza la diferencia entre el país imaginado y el país real. Como lo dijo Jorge Basadre en 1940, a propósito de la desgracia peruana de la Guerra del Pacífico y la condición desastrosa de la República, estamos ante un Estado empírico y un abismo social, producto de “las diferencias y la desconfianza entre los muchos y diversos estamentos del país, una mochila aún pesada de prejuicios extendidos, la elevada informalidad y el abandono extremo que sufren aún poblaciones vulnerables del Perú profundo” (Ortiz de Zevallos, 2020). Esta brecha colosal persiste hoy a los doscientos años de nuestra República, pero escondida detrás de un discurso de proclamación de la inversión como clave única del desarrollo humano, sustentado en cifras que nos hicieron pensar en un país en franco camino a la prosperidad —había disminuido la pobreza—, pese a la precariedad e informalidad laboral.
A esta profunda crisis que multiplica las imágenes de inequidad se sumaron el proceso electoral y la extrema polarización instalada en la vida social, en medio de familias, amigos y organizaciones, lo que mantiene al país en vilo. Podemos caracterizarla por el sistemático desplazamiento de posiciones ideopolíticas hasta sus extremos, caricaturizando sus contenidos, lo que, en consecuencia, genera posiciones irreconciliables, puesto que se abandona el pensamiento racional a emociones negativas. Esto conduce, en el plano del pensamiento, al dogmatismo y al fanatismo. Todo ello, así definido, constituye la negación de la vida universitaria, entendida como el espacio libre para el desarrollo del pensamiento, el intercambio crítico de ideas y la formación integral de las nuevas generaciones. Y quiero insistir en esta preocupación porque, en la universidad peruana del siglo XXI, si bien se han producido importantes cambios orientados a la calidad, la producción de conocimientos y la inclusión, necesitamos seguir defendiéndola como un espacio abierto al diálogo y a la contribución, así como al trabajo en equipo de todos con todos, y de muchos con muchos, para desterrar el fanatismo y el miedo.
La historia nos permite entendernos como nación tanto a los ingenieros como a los comunicadores, a los abogados como a los psicólogos, a los economistas y a los arquitectos. No es, por tanto, patrimonio de los científicos sociales. Por ello, la historia nos permite comprobar que nuestros prejuicios y la falta de prioridades que tengan en cuenta a todo el país están muy extendidos. No puedo referirme a todos ellos, pero sí recordar, por ejemplo, que el debate sobre los votantes de zonas rurales tiene sus raíces en el año 1895, cuando se reservó el sufragio solamente a los ciudadanos que sabían leer y escribir, y se privó de dicho derecho a los analfabetos, nada menos que hasta el año 1979. Más aún, como lo afirma Cecilia Méndez, a partir de la segunda mitad del siglo XIX cambian las imágenes sobre la ruralidad:
“Es solo entonces que la ‘sierra’ empieza a ser imaginada y estigmatizada como una geografía empobrecida, un ‘obstáculo para el progreso’, poblada únicamente por ‘indios’. Un adjetivo geográfico neutro, ‘serrano’, devino en un sustantivo y en un estigma: ‘indio’”. (Méndez, 2021)
Refiriéndose a la actualidad, el economista Diego Macera sostiene que el Perú es un país minero, pero a la vez agrícola y que
“una de las dinámicas más interesantes en los enormes movimientos económicos originados en la crisis de la COVID-19 fue la migración hacia el sector agrario […][y] la actividad agrícola pasa a emplear a cerca de uno de cada tres trabajadores peruanos”. (Macera, 2021)
Por esta razón,
“la limitada influencia que logra este tercio de la población —conformado por muchos de los sectores más pobres y alejados de los círculos de poder de la capital— reduce sus oportunidades de tener una cuota de atención justa en el debate nacional”. (Macera, 2021)
La universidad peruana no puede estar a espaldas del país; mejor sería decir que el país necesita estar presente en las aulas porque los estudiantes y profesores, como ciudadanos, somos parte de este país que nos duele. Requerimos estar unidos como un centro de ciudadanos y mantenernos vigilantes y activos. Este es uno de los propósitos que propongo. No podemos solamente sentarnos a esperar porque también seremos responsables de lo malo que ocurriera. ¿Qué tipo de intervención se espera de nosotros o esperamos nosotros? La ciudadanía es el soporte de la vida democrática, y la política, como el bien común, no requiere una intervención necesariamente en las organizaciones políticas, sino un conocimiento de lo que pasa, un diálogo permanente acerca de lo que ocurre y, sobre todo, la propuesta desde los diferentes campos de formación y de investigación.
Pienso que, ante el Bicentenario, los universitarios tenemos la gran responsabilidad de contribuir a hacer posible el país que soñamos, y ello requiere extender la formación de nuestros estudiantes a aprendizajes que les permitan proyectar su formación profesional más allá de las aulas, darles un sentido ético a nuestras prácticas, mirar críticamente el complejo panorama que se abre ante nuestros ojos y proponer soluciones. La universidad peruana puede ser un extraordinario laboratorio que desarrolle un ecosistema autosostenible de ciencia, tecnología e innovación (CTI). Ciertamente falta mucho. El Perú está rezagado respecto a otros países de la región en materia de investigación, y faltan leyes e incentivos, pero entender el camino es ya un punto de inflexión fundamental que no debemos abandonar: ilumina las aulas de esperanza y nos orienta al desarrollo de estudios aplicados que contribuyan a generar valor al Estado, a las empresas y a las diferentes organizaciones.
Me da mucho optimismo advertir la alegría que despierta la vacunación en el país y, sobre todo, que por primera vez es recibido el beneficio de un Estado que, al vacunar a sus ciudadanos, afirma la igualdad del derecho de todos a la salud, en diferentes regiones, de pobres y ricos, con el orden y la gestión de calidad que se merece cada uno de los peruanos. Y lo enfatizo porque el cambio se inicia desde adentro: desde nuestra subjetividad y nuestra responsabilidad como profesores e investigadores; comunicando a nuestra comunidad universitaria y a todo el país que la universidad no es una isla, pues participa de los esfuerzos por la justicia y la igualdad; y, sobre todo, por nuestro compromiso, desde el lugar en el que nos encontramos, por un país que nos represente a todos.
Citar esta entrada de blog (APA, 7.a edición): Quiroz-Velasco, M.-T. (26 de julio de 2021). La Universidad ante el Bicentenario. Scientia et Praxis: Un blog sobre investigación científica y sus aplicaciones. https://www.ulima.edu.pe/idic/blog/la-universidad-ante-el-bicentenario |
Referencias
Macera, D. (15 de julio de 2021). La otra deuda agraria. El Comercio. https://elcomercio.pe/opinion/columnistas/la-otra-deuda-agraria-por-diego-macera-agricultura-pedro-castillo-reforma-agraria-noticia/
Méndez, C. (7 de junio de 2021). Antropología arcaica y violencia racializada. La República. https://larepublica.pe/opinion/2021/06/07/antropologia-arcaica-y-violencia-racializada-por-cecilia-mendez/
Ortiz de Zevallos, F. (28 de julio de 2020). Ad portas del Bicentenario. Perú 21. https://peru21.pe/opinion/ad-portas-del-bicentenario-noticia/
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