28 de Mayo de 2014
El comunicador que escribe
Jeremías Gamboa es comunicador por la Universidad de Lima y máster en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Colorado en Boulder, y ha trabajado como periodista y editor en diversos medios. En sus años universitarios empezó a desarrollar un oficio que le está dando muchas satisfacciones: el de escritor. Los cuentos de Punto de fuga (Alfaguara, 2007, reimpreso este año) fueron su debut literario y recibieron el elogio de la crítica, además del de Mario Vargas Llosa. Ha publicado ya su segundo libro, Contarlo todo (Mondadori, 2013), una novela que ha despertado mucha expectativa.
Eres periodista, editor, escritor. ¿Cómo empezó todo, cuáles son los orígenes de tu vocación?
Antes de entrar a la Universidad de Lima yo estaba entre Historia y Literatura, pero conversando en familia vimos que había más posibilidades para mí en una carrera de Comunicación. Vi el currículo de Comunicación de la Universidad de Lima y me encantó. Gracias a mis calificaciones pude estudiar becado. En la Universidad había un grupo muy variado de gente: cineastas, músicos, poetas, fotógrafos… En ese momento quería ser periodista, pero a mitad de carrera descubrí que quería ser escritor, y cuando salí de la Universidad entré al mundo del periodismo con la idea de dedicarme a la literatura.
Uno podría pensar que para dedicarse a escribir ayuda estudiar Literatura, ¿cómo fue en tu caso?
Para escribir, puede funcionar estudiar otra cosa. La Carrera de Comunicación me resultó estupenda pues desacraliza la literatura y te acerca a ella de una manera más libre. Eso me ayudó muchísimo para escribir. Vas al cine, al teatro, haces análisis de arte, todo eso enriquece tu visión. Aprendes diversas narrativas: crónica, cine… y haces cine. Si hubiera una escuela de escritores, sería como la Universidad de Lima. Nos decían: haz un corto, haz un ejercicio de continuidad filmado, eso hacíamos nosotros. Estudiar Literatura en cambio es abordar la escritura desde la crítica, y se convierte más en una obligación, con calificaciones, papers, etcétera. Cuando estudié Literatura en Estados Unidos, descubrí lo que era leer en función de un plan de estudios. Para mí no fue tan fácil porque me había habituado a leer a mi gusto, “bajo el principio del placer”, como dice Ricardo Piglia.
En entrevistas previas has dicho que para ti fue revelador descubrir que lo importante era dedicar tu tiempo a escribir, y no pensar en llevar una “vida de escritor”. ¿Es malo desear ser escritor?
Es legítimo querer ser reconocido por algo, el problema viene cuando ese deseo de reconocimiento interfiere con lo que podría ser tu voz, y de pronto intentas llevar esa voz hacia lo que crees que podría ser el éxito. Al final uno no puede escribir para lograr esa respetabilidad únicamente, sino porque te gusta escribir. Uno jamás es más escritor que cuando escribe. Cuando estás presentando tu libro eres menos escritor que cuando escribes.
¿Cómo fue ese proceso de abrazar tu vocación, debiste renunciar al trabajo?
Yo he pasado por dos renuncias: primero dejé El Comercio a los 26 años y me fui a escribir, pensando que podía ser freelance. Pasaba épocas en que me quedaba sin dinero y volvía a trabajar, como editor por ejemplo. E intentaba escribir, pero no lo lograba. En retrospectiva, veo que las interferencias que tenía eran por el deseo de ser escritor.
Cuando sentí que había fracasado, postulé a universidades norteamericanas. Y cuando me aceptaron, empecé a escribir los cuentos de Punto de fuga, sin pensar si estaban bien o mal.
En la segunda renuncia tenía yo más de 30 años, trabajaba en el Fondo Editorial PUCP y en Etiqueta Negra. Tomé mis ahorros y me dije: ¿un carro o un libro? Y elegí escribir el libro. Ya lo tenía empezado e intuía lo que iba a ser. Me ordené: enseñaba, escribía columnas y escribía, y así trabajé cinco años. Un escritor tiene que ser un desprendido, el factor dinero no debe tener tanta importancia.
¿Por qué llamaste a tus cuentos Punto de fuga, como el punto adonde se dirigen las líneas de un dibujo con perspectiva?
Porque el tema que atraviesa los cuentos es el de la pertenencia. Los diversos personajes buscan ahí su lugar, pero no lo encuentran. El resultado es más oscuro que en Contarlo todo. Finalmente se trata de un problema de espacio, de cuál es nuestro espacio: todos los personajes quieren escapar de su realidad. Es la posibilidad de fugar, un punto para fugar y para irse. Terminé estos cuentos mientras estudiaba la maestría en Estados Unidos. Cuando los escribí, experimenté un placer inmenso, que no era comparable al que sentía escribiendo por obligación. Así descubrí que no quería hacer nada más que escribir literatura.
¿Qué descubriste en la Universidad de Lima, qué fue lo más valioso que hallaste en ella?
La Universidad para mí ha sido central. Yo además tenía la ilusión de representar a la Universidad de Lima y de este modo inscribirla en la literatura peruana. A la Universidad le debo muchas cosas: yo estudié becado, y tuve una educación de primer nivel. Y esos Juegos Florales que gané me dieron la computadora con que escribí Punto de fuga. No tengo duda de que es el lugar en que para mí se abrió el mundo. Y es que una universidad es donde te conectas con el universo, donde sales de tu cápsula.
En la Universidad encontré gente de todas partes, había conciencia de una diversidad. Lo dije en Guadalajara: para mí fue como el Leoncio Prado para Vargas Llosa. Me mostró otro Perú, otra Lima, gente muy diferente que me ayudó a romper un montón de prejuicios por obra de la cercanía. Por eso creo que muchos jóvenes se han sentido identificados con la novela; al menos es la novela que yo habría querido leer cuando tenía 20 años.
¿Por qué Gabriel Lisboa, el protagonista de tu novela, no cuenta los años de su infancia y primera adolescencia?
Si hubiera entrado a ese terreno la novela habría sido mucho más extensa. El tema de la familia da como para otro tema: el de los padres y las brechas generacionales. En Contarlo todo descubrí que un tema clave es un sentido de orfandad, de lo que ocurre cuando te enfrentas solo al mundo exterior. Así descubrí que no era necesaria la presencia de los padres para esa historia. La infancia y la relación con los padres es algo que abordaré en una próxima novela.
Aparte de esta nueva novela que has planteado, ¿qué nuevos proyectos tienes?
Consolidar mi trabajo de columnista y profesor, para permitirme siempre el tiempo de seguir escribiendo.
¿Enfrentarse a una nueva novela es difícil?
No. Cuando has escrito una novela ya sabes qué esperar en el proceso creativo, tienes una idea de lo que sucederá. Y sucederá también que en algún momento escribirás una novela que no leerá nadie, eso va a pasar. Pero no importa: no se debe temer al fracaso. No se puede escribir de cara al éxito, a la recepción. Sólo se puede escribir siendo fiel a ti mismo, a lo que necesitas comunicar.
¿Por qué leer y escribir?
Yo creo que cuando leo me ordeno más, entiendo mejor mi propia complejidad. Ése es el tipo de literatura que me gusta: descubrir en otros autores que lo mío no es tan raro, que mis conflictos también son de otros creadores, descubrir lo humano en las perspectivas de otros escritores. Y la escritura es exactamente lo mismo pero potenciado. Escribir te humaniza más y te acerca a una relación de familiaridad con la falta de verdad absoluta. Te acerca a la incertidumbre, que es lo que prima en la experiencia humana. Por eso leo y escribo.
¿Qué es lo mejor de estudiar Comunicación en la Universidad de Lima?
La Universidad de Lima en mi experiencia te prepara para todo y para hacerlo bien. Lo veo en la gente que salió conmigo: fotógrafos, productores de televisión, directores de teatro, animadores de televisión, escritores, periodistas, cineastas, videastas, publicistas… aprendes criterios que te permiten tener flexibilidad para trabajar en todo. A mí me parece una estupenda opción estudiar Comunicación en la Universidad de Lima.