21 de Agosto de 2019
Un enfoque en los procesos y en la productividad
Ni bien terminó sus estudios universitarios, Diana Carrasco armó sus maletas y se instaló en Tumbes para trabajar en su empresa familiar de crianza y exportación de langostinos. Como buena ingeniera industrial de la Universidad de Lima, lo primero que hizo fue ordenar los procesos. Los agilizó y volvió más eficientes, mientras aprendía todo sobre la crianza del langostino. Cuatro años después, volvió a vivir en Lima, donde hoy se desempeña como directora y subgerente comercial de la empresa familiar langostinera, y se dedica a la logística y exportación.
¿Cómo empezó el negocio de tu familia?
Mi papá y su socio compraron una langostinera, en 1998. Era una compañía abandonada en Tumbes, una de varias que habían quedado destruidas después del Fenómeno del Niño. Su nombre es Criador El Guamito y volvió a operar, con el mismo nombre, en 1999. En el 2001, mi papá le compró su parte a su socio. Yo visitaba la langostinera, pero todavía no trabajaba ahí, porque estaba estudiando.
¿Cuándo te involucraste con la compañía?
En el verano del 2005. En el primer semestre académico de ese año me quedaba solo un curso para terminar la carrera, así que viajaba a Tumbes y venía a Lima con cierta frecuencia, iba conociendo el negocio y, al terminar la carrera, me instalé en Tumbes, por cuatro años. Hice mi proyecto de titulación sobre la langostinera.
¿Cómo es una langostinera?
Tiene campos enormes. La nuestra tiene 365 hectáreas actualmente, pero el área productiva es de 165 hectáreas. Cuando recién la adquirimos tenía solo 80 hectáreas y la hicimos crecer poco a poco. Los langostinos se crían en piscigranjas de 1,20 metros de altura. Las piscinas son enormes: la más grande tiene 30 hectáreas, y la más pequeña, una hectárea.
¿Cómo fue para ti dejar a tu familia e ir a vivir a Tumbes, siendo muy joven aún?
Fue toda una experiencia. Estar sola allá me permitió ingresar de lleno al negocio, conocer hasta el más mínimo detalle. Me gustó vivir en Tumbes, me acostumbré al ambiente, no había tráfico e hice buenos amigos. En ese entonces no había mucho que hacer, no había cine ni centros comerciales y no se vive con la premura con que vivimos en Lima.
¿Cómo fue tu desempeño profesional desde un inicio?
Poco antes de que yo llegara, tuvimos un problema, ya que por error no se cosechó y se perdió una gran cantidad de producción. Estábamos muy preocupados por la pérdida, no queríamos que eso se repitiera y yo fui a encargarme de la parte productiva y las cuentas. En ese momento todo era gasto y yo necesitaba entender todas las partes del negocio, sobre todo la parte productiva, saber cómo son las larvas, dónde comprarlas, negociar con los proveedores, etcétera. Me involucré mucho con el trabajo, aprendí bastante del personal y de los cursos de producción en los que me inscribí.
¿Cuáles fueron tus primeros aportes?
Rápidamente fui haciendo aportes y cambios. Cuando llegué, no se hacía monitoreo y en la Universidad me enseñaron a planearlo y llevarlo a cabo, así que me preocupé por eso, por ver cómo crecía el langostino cada semana, por revisar si le salía una manchita y averiguar por qué. También implementé el laboratorio, traje varios implementos de Estados Unidos y trabajé de la mano del Instituto del Mar del Perú (Imarpe), junto con el laboratorista.
¿Actualmente, qué demanda mayor interés de tu parte?
El talón de Aquiles de este negocio es que el langostino se muera. Este es un animal sensible, se puede morir fácilmente, así que el trabajo es de alto riesgo. Es indispensable darle un ambiente apropiado para sobrevivir. Si la población de langostinos baja a menos de 60 %, es preocupante, porque tarda en crecer.
¿Consideras que el hecho de vivir sola en Tumbes ayudó a que te concentraras en el trabajo y aprendieras rápidamente?
Sí, eso me ayudó, definitivamente. Mi papá vivía en Lima, viajaba a Tumbes, pero no se quedaba mucho tiempo, porque necesitaba atender otros negocios en Lima, y tuvo la confianza de dejarme a cargo allá.
¿Por qué volviste a Lima?
Vine para hacer un MBA y, casi terminando de estudiar, salí embarazada y me quedé en Lima definitivamente. Fue un cambio de planes y de funciones, porque mis papás se fueron a vivir a Tumbes; están felices allá.
¿A qué te dedicas ahora?
Sigo en la langostinera, pero me encargo de las ventas y exportaciones. También me ocupo de la logística. Manejo mis horarios, lo cual es una ventaja, pero también vivo con estrés, sobre todo por los precios cambiantes. A veces necesito viajar al extranjero, para visitar ferias, especialmente en China, Corea y Bruselas.
¿A qué país exportas más?
Nosotros a Corea, pero el Perú exporta más langostinos a Estados Unidos y España. Hasta el año pasado, mis principales clientes eran españoles, pero este año todo cambió.
¿Podrías comentar qué planes tienes?
Sí, por supuesto. Planeamos seguir creciendo, por eso hemos adquirido más terrenos y queremos seguir ampliando la parte de producción. Queremos invertir en hacer 20 pozas para la crianza intensiva.
¿Cómo es la crianza intensiva?
Eso es algo que me fascina. Se trata de la reproducción en un ambiente controlado. Si en condiciones normales sacamos 2 toneladas de una hectárea de tierra, en un ambiente intensivo podríamos sacar hasta 40 toneladas.
¿Cómo es un ambiente controlado?
En un ambiente controlado nos ayudamos mucho de la tecnología para manejar la cantidad adecuada de oxígeno, nitrito, nitrato, temperatura, etcétera. Siempre me ha fascinado esa parte del negocio. Cuando vivía en Tumbes, una de las primeras cosas que hice fue mi proyecto de pozas intensivas. Ese es el futuro, cultivar en tierras es importante, pero tener gran cantidad de producción por hectárea, en poco terreno, es muy importante. Así que hacia eso nos proyectamos. Por otra parte, queremos hacer nuestra propia planta de procesamiento, porque nosotros solo cultivamos, el servicio de planta lo tercerizamos.
Seguramente mientras estudiabas nunca pensaste que trabajarías en una langostinera.
Nunca, por supuesto, pero ha sido maravilloso. Este trabajo lo hago con mucho cariño, con mi familia, con personas a las que valoro y con la satisfacción de dar empleo.
¿Cómo te han ayudado tus estudios universitarios en el trabajo?
Me han ayudado mucho, en distintos aspectos, porque la ingeniería industrial es muy flexible y se aplica a diferentes negocios. Primeramente, me sirvió para la parte de producción, para hacer más productivas las pozas. Me preocupé por identificar las pozas más productivas y por encontrar la explicación para tomar las mismas medidas en las demás pozas. Desde que comencé a trabajar, estaba capacitada para revisar todos los procesos y volverlos más eficientes, en todo sentido. Pude ahorrar en costos. El langostino vive del agua, pero no basta el agua y no resulta tan rentable, porque se gasta mucha electricidad, por eso trabajamos con probióticos, para que el agua se mantenga con más oxígeno. También controlé el horario de alimentación de los langostinos, porque si el horario no se cumple, se baja la producción. Mi carrera me ayudó mucho para ordenar y mejorar todos los procesos.