04 de Julio de 2024

Salazar Bondy: sus vivencias en el Viejo Mundo a cien años de su nacimiento

Becado por el gobierno francés, Sebastián Salazar Bondy viaja a París en 1956 para estudiar Dramaturgia en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático por diez meses. A propósito del centenario de su natalicio, Alejandro Susti Gonzales, docente del Programa de Estudios Generales de la Universidad de Lima, ha editado Crónicas desde Europa, compilación de textos que envió el escritor al diario La Prensa mientras se encontraba en el Viejo Mundo, entre los años 1956 a 1957. Conversamos con Alejandro Susti sobre esta obra.

¿Por qué es tan importante publicar estas crónicas en el centenario de su nacimiento?
Porque en esas crónicas surge otro Sebastián Salazar Bondy. Uno lo nota, sobre todo, en aquellas en las que se construye a sí mismo como un individuo que está lejos de su país. Es uno de los escritores que decidió quedarse en el Perú, a pesar de las ofertas y posibilidades de radicar fuera. Es una experiencia de desarraigo, pero es breve en su vida. Él sabe que va a acabar, pero en ese momento la experimenta como tal. A diferencia de esos latinoamericanos que decidieron quedarse, él regresa al Perú y es otro peruano. Ese viaje va a producir en él una transformación. Fue tan intensa la experiencia que, definitivamente, regresó renovado. Conforme leía las crónicas que escribió allá, me di cuenta de que había un hilo conductor, a pesar de que disparaba en distintas direcciones: teatro, arte, política, literatura o viajes.

¿Cuál fue ese punto en común?
Todas esas crónicas tienen la experiencia del viajero, del que se siente de paso. Algunas de esas crónicas, más que tratar de un tema específico, que puede ser la política o el arte, son también el desplazamiento de un individuo que atraviesa ciudades. Tenía la intensidad del sujeto que viaja, que entra en contacto ―por primera vez en su vida― con el fenómeno de la multitud. Cuando él se va a Europa, Lima era una ciudad de poco más de un millón de habitantes, un millón y medio a lo mucho. Cuando llega a París, lo hace a una ciudad multitudinaria, que vivía una agitación social porque era la época de la guerra con Argelia. Una ciudad de estudiantes que se involucran en política, muy vital. Eso tiene que haberlo transformado, definitivamente.

De paso, transformar a la sociedad peruana que recibía estas crónicas del Viejo Mundo…
Claro, esas crónicas fueron publicadas en el diario La Prensa y tienen que haber sido leídas por los ciudadanos de la época, quienes empezaron a transformar su imagen de lo que era Europa. Este continente y Francia en particular eran lugares que se habían recuperado rápidamente de todo el periodo de la Segunda Guerra Mundial. Aún quedaban residuos de eso, pero la vida cultural continuaba. París seguía siendo el centro del mundo desde el punto de vista artístico y cultural. Era una ciudad viva, renacía, quizás. Eso es lo que encontré en esas crónicas.

¿Ya había realizado un viaje tan largo fuera del Perú?
En 1947 se enamoró de una actriz argentina. En ese momento tenía 23 años. De 1944 a 1950 estuvo en Buenos Aires. Esa experiencia fue más larga, pero fue también más difícil para él porque aún no se había establecido como escritor. En 1956 ya era un escritor cuajado, además era una personalidad importante en el ámbito cultural e intelectual peruano. No lo era tanto diez años antes. En Buenos Aires, aun así, pudo colaborar con la revista Sur, que dirigía Victoria Ocampo. Ella formaba parte del círculo de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Cuando su relación con la actriz ―que era mayor que él― terminó, decidió regresar a Perú, pero regresó cambiado. Su poesía, después de ese viaje, se vuelve una poesía de mayor compromiso social. Antes de eso, había publicado tres libros con una poesía más íntima, privada, más preocupada en el lenguaje poético. Sus temas cambian, empieza a introducirse en otras temáticas. Los viajes, como en todo ser humano, produjeron esas transformaciones.

¿Qué puede encontrar el lector actual en estas crónicas que cumplen más de 65 años?
Podrá conocer mejor a un escritor que por un momento cayó en el olvido. A diferencia de José María Arguedas, César Vallejo o el propio Vargas Llosa, Salazar Bondy fue por un tiempo postergado. Se perdió de vista el hecho de que fue el eje de la Generación del Cincuenta. Articuló en su actividad periodística y literaria una serie de preocupaciones que en otros escritores habían permanecido separadas. Noté que en esas crónicas que escribía en Europa, seguía presente en él la imagen del Perú. No solamente eso, sino también la intensidad con la que vivía ese momento de su vida, al pasear por esas ciudades y enfrentarse a realidades totalmente distintas a la nuestra. Países desarrollados en los cuales la cultura y el arte asumían un papel increíble. Su prosa es siempre impecable. Como articulista periodístico era un escritor que hacía periodismo. La calidad de su prosa es impresionante. Por eso este año que se cumple el centenario del natalicio de Salazar Bondy, hay que celebrarlo bien. Primero fueron las crónicas; luego, la novela Pobre gente de París, que ya fue publicada por otra editorial independiente; y, finalmente, la antología poética que se presentó el 19 de junio en El Virrey.

¿Por qué a pesar de ser tan importante cree usted que fue relegado un poco por el tiempo?
Lo que pasa es que vivimos en una sociedad en la que todo lo que tiene que ver con el arte y la difusión está relegado a un segundo plano. No hace falta decir que la obra de un pintor como Víctor Humareda; de un músico como Enrique Iturriaga, que perteneció también a esa generación; o de una compositora como Chabuca Granda, permanezca casi olvidada. La tarea es un poco esa: volver a colocar en el presente el aporte de este escritor, que en realidad es una tarea que debería hacer el Estado, como lo hacen países como México, por ejemplo. Hay países latinoamericanos que tienen una política cultural muy clara. Se trata de darle continuidad a la publicación de las obras de estos escritores, porque eso también ayuda a crear identidad cultural.