10 de Octubre de 2018
El hombre detrás de Transmeridian
Carlos Castro no había terminado su carrera universitaria cuando le tocó dar sus primeros pasos en el mundo naviero, y le gustó tanto que jamás lo abandonó. Hoy es CEO del grupo Transmeridian, y aunque tiene miles de ocupaciones y la responsabilidad de gestionar riesgos continuamente, nunca pierde la calma, se le ve tranquilo, disfruta hablar de buques y fletes, de lo feliz que se siente por dar trabajo a 900 personas, y de su gran amigo y socio de aventuras, Ralf Petersen.
Junto a él inició sus actividades como agencia naviera en 1993. En el 2004, se volvieron agentes portuarios y en la actualidad cubren el litoral peruano con sus subagencias, atienden con sus servicios de contenedores en los puertos del Callao y Paita y transportan mercadería a las tiendas. Incluso han llegado a Bolivia, donde brindan servicios portuarios y de transporte.
Transmeridian es uno de los grupos más importantes en la articulación de plataformas de servicios en el sector naviero comercial. Carlos Castro es su líder, y administrador por la Universidad de Lima.
¿Cuándo comenzaste a trabajar en temas navieros?
Cuando estaba en séptimo ciclo de la Carrera, hice mis prácticas profesionales en Petroperú, en el departamento de Combustible Marino, para el abastecimiento de buques. Me contrataron por 3 meses, pero me quedé 6 más. Trabajé en horario completo, así que corría a la Universidad para asistir a clases, en la línea de buses Covida. Fue bastante esfuerzo trabajar y estudiar al mismo tiempo, pero fue muy bueno. Al terminar la Carrera, me contrataron en la empresa naviera alemana La Hanseática, como asistente de operaciones, y desde entonces no me he movido de trabajo. Recuerdo que me entrevistó Ralf Petersen, quien me recibió como mi jefe y hoy es mi socio. Desde entonces han pasado 37 años. Con el transcurso de los años, Ralf y yo fuimos comprando acciones y hoy somos dueños de las empresas del grupo Transmeridian. Yo tengo 59 años, Ralf más de 80 y seguimos siendo socios. Confiamos muchísimo uno en el otro.
La confianza es la clave para asociarse con una persona.
Definitivamente. A veces nos proponen negocios, pero no entramos en lo que no conocemos. Más bien, les pregunto a los emprendedores si conocen el mercado en el que piensan ingresar, si están dispuestos a arriesgar su futuro y sus ahorros en algo desconocido. Hacer negocios es muy difícil, se arriesga todo. Por eso le pido mucha cautela a la gente y les recomiendo trabajar para una empresa, al menos por un tiempo, si es que tienen la oportunidad y cierta inseguridad respecto del negocio propio. Cuando eres dependiente, tienes un sueldo, beneficios sociales, un horario, vacaciones… cuando eres el dueño de la empresa, no siempre tienes todo eso y, cuando tienes un año de pérdida, el gerente no pone su plata, los socios lo hacen.
¿Cuál es tu motivación para hacer negocios?
Mi motivación es hacer empresa, dar trabajo, sentir la felicidad en la gente, ver que puedo contribuir a que haya trabajo y que se beneficien las familias de esos trabajadores. Me encanta ver las fiestas del grupo que hacemos en noviembre. Va un mar de gente y yo me siento feliz de ver a tantas familias. Tenemos unos buenos departamentos de recursos humanos y grupos de gestión de talentos. También me gusta el Día del Niño, porque van muchos niños a las celebraciones, lo mismo en Navidad y tantas otras fechas. Actualmente, junto con Ralf, tenemos nueve empresas del rubro naviero.
¿Cómo fueron tus inicios en La Hanseática?
La Hanseática fue mi escuela. Recuerdo que tenía 23 años cuando me enviaron a Japón a trabajar por tres meses en Nippon Yusen Kaisha (NYK). Aprendí mucho de ellos, tanto del negocio como de su cultura y su forma de pensar. Me sirvió mucho formarme en Japón. Después de unos diez años viajé allá otra vez, me mandaron a seguir un curso para aprender a ser director.
¿Cómo así te volviste dueño del negocio con Ralf Petersen?
En 1993 escindimos la empresa y La Hanseática, como tal, pasó a otros dueños, mientras que Ralf y yo nos quedamos con Transmeridian. Aquí empezamos a trabajar el primero de febrero de 1993, representando buques japoneses, italianos y mexicanos, con empresas grandes y serias. Éramos 11 personas al inicio, ahora somos alrededor de 900.
¿Cómo fueron creciendo?
Ya desde los años 90, la globalización estaba en su máximo esplendor y en los 2000 consideramos estratégico aliarnos con nuestros clientes, con las empresas que representábamos. Entonces invitamos a la empresa japonesa NYK, dueña de los buques, a ser socia de Transmeridian y estamos felices con esa sociedad, con ellos empezamos a crecer.
¿Qué cambios les propuso NYK?
Nos plantearon formar nuestra propia agencia portuaria para atender los buques que llegan a los puertos. Nosotros subcontratábamos ese servicio, pero ante esa idea, montamos una oficina propia, Transmeridian Portuaria. Además, tercerizábamos el almacenamiento de los contenedores hasta que decidimos abrir un depósito de contenedores grande, llamado Contrans. Esa fue la primera gran inversión que hicimos. Después empezó a ser evidente que el negocio naviero no terminaba en el flete marítimo, entonces creamos una agencia de carga y un operador logístico que se llama Antares Logistics, en el 2004 o 2006. Eso fue creciendo hasta que necesitamos una agencia de aduanas, y así surgió Antares. Luego formamos una empresa de camiones, Transportes Meridian. En el camino, Contrans fue creciendo: primero estaba en el Callao y ahora también en Lurín, donde tenemos un centro de distribución, no para contenedores, sino para cajas sueltas, algo más delicado. Para la distribución no solo necesitamos camiones, sino también furgones. Adicionalmente, tenemos una empresa de intermediación de carga a granel, en sociedad con una empresa chilena. Es una compañía muy pequeña. Además, somos los agentes portuarios de One en Bolivia, una empresa de la cual NYK es socia. NYK también nos ha nominado para Bolivia, así que los representamos en temas de transporte. No pensaba que este año fuéramos a crecer tanto.
¿Ha sido muy difícil llegar hasta aquí?
Todo tiene un costo en la vida, nada es gratis. Felizmente, tengo una muy buena esposa, que se ha encargado de los chicos y yo del trabajo, así nos dividimos las responsabilidades. No hemos empezado ahora, sino hace tiempo, en épocas difíciles, en los 80, cuando la gente se iba del país por falta de oportunidades. Nosotros creamos Transmeridian en el 92, el año en que cayó Abimael Guzmán. Pocos hacían negocio en esa época.
¿Qué temores has tenido a lo largo de estos años?
Temores, pocos. Retos, sí. Recuerdo una inversión muy grande que queríamos hacer con Transmeridian y NYK, pero al final NYK decidió no intervenir. Ralf me preguntó qué podíamos hacer. Yo le respondí: “Avanzamos”. Ya estábamos en el ruedo, así que negociamos un poco los porcentajes, yo asumí más riesgo que Ralf, y nos va muy bien.
¿Eres el más arriesgado?
Sí, lo soy. Mi socio es mi cable a tierra. Hay negocios en que hemos perdido plata, no siempre se gana en los negocios.
Hace muchos años, ¿imaginabas este futuro profesional?
No. En algún momento, mi socio me ha preguntado cuándo vamos a parar. Yo me río, nunca vamos a parar. Yo quería encontrarle un sentido a las cosas que hacía y lo he encontrado. He trabajado duro, me he sacrificado también y he tenido poco tiempo libre. Pero disfruto esto.
¿Cómo eras de estudiante universitario?
Siempre me gustó el ambiente universitario, las clases eran buenas, los profesores. Terminé Administración en 1981, en ese entonces la Universidad tenía como tres pabellones, hoy está impresionante. Una vez me invitaron para dar una charla sobre empresarios de éxito y regreso cada cierto tiempo al campus, porque voy al Teatro del Centro Cultural Ulima con mi esposa.