27 de Abril de 2020
“Ya no resulta muy útil el modelo de zonificación”
La pandemia de COVID-19 nos enfrenta a la necesidad de una ciudad mixta, comercial y residencial, donde las personas cubran todas sus necesidades movilizándose a pie, sin que deban recorrer grandes distancias. El arquitecto Enrique Bonilla, director de la Carrera de Arquitectura de la Universidad de Lima, expresa que esta sería una forma de reducir la circulación de gente por las calles y de disminuir la posibilidad de contagio de COVID-19 y de otras enfermedades que pudieran surgir.
¿Cree que después de esta pandemia habrá necesidad de repensar la ciudad y reorganizarla?
Es evidente que una crisis de esta magnitud cambiará mucho las cosas. Para empezar, necesitamos que la gente no se desplace tanto para cubrir sus necesidades. Ya no resulta muy útil el modelo de zonificación, que separa las residencias de las actividades industriales, comerciales, administrativas y recreativas. Esta organización de la ciudad sirvió en el pasado para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. En años anteriores, las epidemias evidenciaron que la industria pegada a las viviendas propiciaba la enfermedad, por eso se realizó la zonificación. Pero ha pasado el tiempo y, como las ciudades han crecido de manera desmesurada, la circulación es cada vez más asfixiante y las personas están obligadas a recorrer distancias enormes para trasladarse de sus casas al trabajo. Por eso, los urbanistas proponemos que la ciudad sea más compacta, a fin de evitar tantos desplazamientos. De paso, eso reduciría el tráfico sustantivamente.
¿De qué manera se podría, tal como están organizadas las cosas, tener una ciudad más compacta?
Llevar a cabo los cambios toma tiempo, pero hay que dar los primeros pasos. Es fundamental dotar de servicios a la ciudad, generar las condiciones para tener una urbe de usos mixtos, donde una calle tenga no solo viviendas, sino una bodeguita en la esquina, además de otros servicios cercanos. Los edificios mixtos son también una necesidad. Estos tienen comercios en el primer piso y, en los demás, unos pisos están destinados a viviendas y otros a oficinas. Si queremos que las personas no se desplacen demasiado, tenemos que hacer que los productos y servicios lleguen a ellas.
Concretamente, ¿cómo se podrían acercar los comercios a las viviendas?
Se requieren normas que permitan hacer cambios en los planos urbanos. Si hoy solicito al municipio que me permita emprender un negocio en el garaje de mi casa, no lo va a permitir. Dirá que es incompatible con el uso residencial. Pero esta pandemia debería dar lugar a cambios para generar servicios donde se necesiten, como era en los años sesenta y setenta, en que las personas se abastecían en sus propias calles. Yo vivía en Jesús María y debajo de mi casa había un bazar, a unos metros estaba la carnicería, al frente un restaurante. Muy cerca había una bodega, una farmacia, una peluquería, una panadería. En doscientos metros a la redonda uno resolvía su vida. Esto es muy interesante y se enmarca dentro de la propuesta francesa de la ciudad de quince minutos, donde uno puede caminar o usar una bicicleta para realizar gran parte de sus labores. Por otro lado, la ciudad tendrá que recuperar conciencia del barrio como cédula de la organización social. Antes, en Lima, la gente se conocía, los chicos jugaban en la calle, los alrededores de la casa eran microespacios públicos seguros donde todos interactuaban.
¿Las viviendas también deberían cambiar?
Por supuesto. Por lo que vemos en este momento, las viviendas tal vez tengan que rediseñarse. Hay un sector de la población que está teletrabajando, de manera que muchas casas ya no solo tienen un uso residencial, sino también laboral e inclusive para estudiar. Antes de la cuarentena teníamos viviendas dormitorio, a las que uno llegaba exhausto a descansar después de una larga jornada de trabajo. Ahora trabajamos en casa y destinamos un ambiente para ello, no necesariamente una habitación, puede ser un rincón, pero es un ambiente que necesita buena iluminación y ventilación.
¿Entonces el trabajo y los estudios a distancia van a determinar un cambio en el interior de las viviendas?
Definitivamente, esto que estamos viviendo cambiará el paradigma de la ciudad moderna. La digitalización ha ingresado ya al campo laboral y estudiantil, algo de eso va a mantenerse cuando regresemos a la normalidad, aunque no sé si volveremos a la normalidad de antes o cuánto tiempo nos tomará retornar a ella. Incluso cuando la gente compre un departamento va a considerar tener un espacio para trabajar. Por supuesto, para que esto sea posible debe haber nuevas normas que permitan estos y otros cambios, como edificios de mayor altura, con áreas libres grandes, buena ventilación e iluminación.
¿Cómo será nuestra realidad en cuanto se retomen las labores y actividades comerciales?
Volver a nuestras actividades tomará un tiempo y va a realizarse de forma progresiva. Está claro que, mientras dure la pandemia, será un problema desplazarnos, porque tendremos que subir al transporte público, que está saturado y no permite mantener la distancia física que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Las personas que tienen un auto seguramente preferirán usarlo, entonces el tráfico va a ser un problema. Vemos con buenos ojos que se incentive el uso de bicicletas. Tendrá que haber transporte público, pero el aforo será limitado. Habría que estudiar la posibilidad de que los autos salgan solo unos días. La movilidad es muy necesaria para cuando uno trabaja y estudia, pero vemos que cuando se eliminan estas dos actividades, el propósito del 75% de los viajes es para comprar artículos para el hogar.
¿Cómo cambiaron las viviendas o las calles en las anteriores epidemias que han atacado a la humanidad?
La epidemia del cólera del siglo XIX trajo como consecuencia los cambios de la ciudad moderna. En ese entonces había ciudades industriales y migraciones del campo a la urbe, los obreros se instalaban cerca de las fábricas donde trabajaban, en condiciones precarias. Había tugurización, hacinamiento, no había agua ni desagüe. En ese contexto surgieron las pestes y se determinó la separación de actividades, la industria por un lado y las residencias por otro. Apareció la idea de la unidad vecinal, conjuntos aislados y ventilados, con parques y zonas recreativas internas. Así se concibió el urbanismo moderno, la vivienda separada del lugar de trabajo. Pero la circulación de las personas para ir de su hogar a su trabajo era manejable, hoy ya no.
¿Alguna enfermedad de contagio rápido originó cambios dentro de las viviendas en algún momento?
La idea de los ventanales, las terrazas, los espacios amplios y ventilados en las viviendas apareció como una forma de atender la tuberculosis. La arquitectura moderna, sobre todo al norte de Europa, trabajó el concepto de aireación para contener la tuberculosis, que duró mucho tiempo, porque no se conocía la penicilina. Los cambios en la arquitectura no solo se vinculan con los nuevos materiales y tecnologías. Las epidemias y las guerras han sido detonantes para configurar las ciudades de otras maneras, a lo largo de la historia. El éxito de la vivienda social y los grandes conjuntos habitacionales de la modernidad se debe a que había una necesidad de alojar a una gran cantidad de población después de las guerras, que dejaron ciudades enteras destruidas. Esta pandemia también determina la necesidad de hacer unos cambios.