05 de Diciembre de 2018
Carlos López Degregori: una vida en poesía
La vida de Carlos López Degregori se ha dividido en dos grandes pasiones: la poesía y la docencia. La primera le ha valido un indudable reconocimiento literario, fruto de una trayectoria de 40 años. La segunda le ha permitido convertirse en uno de los profesores más valiosos de la Universidad de Lima.
Pero en esta oportunidad, a propósito de la publicación de Lejos de todas partes, su último libro editado por nuestro Fondo Editorial, su poesía nos convoca en una entrevista en la que repasamos su carrera poética, sus lecturas decisivas, los ejes temáticos de su propuesta, entre otros puntos claves de su quehacer literario.
¿Por qué escribir poesía es una fatalidad?
Porque no es una elección. La poesía es algo que está dentro de la persona, como una especie de inquietud. Un llamado que cada cierto tiempo me impulsa a escribir. Uno no decide escribir poesía. Nunca me ha pasado que determine escribir unos poemas o un libro para publicar el próximo año. Existen períodos en los que la poesía acude.
Y esos períodos han sido prolíficos en estos 40 años…
Así es: son 11 libros aparecidos, si tratamos de ser rigurosos con el tiempo, cada 4 años. Y es que cada cierto tiempo, de pronto, surge esta disposición por la escritura.
Precisamente, es recurrente esa alusión al paso de los años en Lejos de todas partes.
Exacto. Este es un libro unitario. Uno de los factores que permiten verlo de esa manera, y no como la suma de poema y poemarios, es que trata de continuar el devenir de una existencia fracturada, múltiple, que no se reconoce en una sola identidad. Desde mi segundo libro, en un poema en el que señalo mis 26 años, aparece el paso del tiempo y unas coordenadas cronológicas precisas. En otro libro hablo de mi cumpleaños —los 33—, y en otro, del trigésimo séptimo, del cuadragésimo octavo, hasta que llego a mi edad actual.
¿A qué se debe la supresión de algunos poemas de su primer libro?
En la primera edición de Lejos de todas partes, publicada en 1994, incluí cinco poemas de mi primer poemario; pero ahora, releyendo, he agregado siete. Sin embargo, mi primer libro es todavía imperfecto. Era un momento de descubrimiento, pese a que yo había empezado a escribir poesía desde el último año de secundaria. Prescindí de algunos por no considerarlos logrados, aunque el primer libro es importante pues contiene la semilla de lo que desarrollaré después.
Allí se prefiguran los temas que desarrollará posteriormente…
Por supuesto. Allí están el desdoblamiento, la búsqueda interior, el vacío, el tiempo. Y, paradójicamente, el primer poema y los primeros versos apuntan a un nacimiento: “Un buen día / Nos descubrimos en el agua / Y decidimos nacer muy lentamente”. Es el nacimiento de una pluralidad: están naciendo muchos sujetos. Ese ser de varios rostros es el que ha aparecido en este libro en diversos poemas y momentos. A partir de mi segundo libro, concibo una voz clara y sé hacia dónde marchar.
Aunque la incertidumbre está presente a lo largo del libro, como en los versos “A qué sonará una voz que nadie oyó durante años”.
Siempre hay incertidumbre, que es una de las claves para acercarse a mi poesía. No hay certezas ni significados concretos. No hay conocimiento específico. El poema señala simplemente la existencia de algo elusivo, que nos descoloca y desequilibra, presente en el universo cotidiano. Muchos de mis poemas parten de una realidad cotidiana, que es trastocada.
¿Qué encuentra de llamativo en esa realidad como para hacerla materia de reflexión en su poesía?
Creo que todas nuestras acciones son bastante inseguras e irracionales. En general, no hay mucho sentido en varias cosas de lo que ha hecho el ser humano. Supongo que eso aparece en mi poesía. Además, no tengo un proyecto claro antes de iniciar un poema: este se escribe solo. De allí la presencia de ese halo de misterio y sinsentido que a veces existe en todo lo que nos rodea.
Sus poemas, además, son muy visuales…
Utilizan la imagen no solo como figura retórica, sino también para brindar una escena singular.
Que puede ser grotesca…
Sí, a veces grotesca, a veces siniestra. A veces repulsiva y violenta.
Y esta inclusión de fotografías, collages… ¿Cuál es la necesidad expresiva detrás de este recurso?
Mi obra se sitúa en un espacio que quiere transgredir ciertos códigos y géneros. Por ejemplo, hay un componente narrativo importante.
Como en el poemario A quién debemos temer…
Y especialmente en los últimos poemas. Los que están, por ejemplo, en La espalda es frontera. Del mismo modo, en algunos momentos he sentido que la palabra resulta insuficiente y necesito recurrir a otros códigos. Es el caso de fotografías, imágenes, dibujos, algún collage, una manipulación o intervención… El primer recurso gráfico aparece en Cielo forzado, con unos tachones que apuntan a la censura. Son palabras que, en realidad, están veladas, ocultas, reprimidas. Ese fue el sentido original, al margen de que cada tachón sigue un ritmo.
Así como un efecto de sugerencia…
Eso mismo. En realidad, es una constante de un sector de la poesía contemporánea durante los últimos 100 años. Una poesía que no es explícita ni directa, sino más bien opaca, que presiente la existencia de algo, pero no llega a esclarecerlo ni entenderlo.
Pero, pese a la opacidad, hay una búsqueda de sencillez en el verso.
Más que una sencillez, el discurso no es retorcido ni barroco, sino transparente en algunos casos. Pero siempre está escondiendo algo. Yo diría que mi poesía es vertical, en el sentido de sumergirse, profundizar una dimensión interior y, también, algunos aspectos del entorno, pero visto como un espacio inseguro, desconocido e inquietante. Eso ha determinado que yo siga escribiendo poesía: es una búsqueda sin fin.
¿Como si fuese un bucle?
Algo así. Hay un collage en mi libro La espalda es frontera, que esclarece el sentido de mi poesía: allí vemos a Sísifo, sacado de su montaña y encerrado en una habitación geométrica con perspectiva arquitectónica, en armonía con un orden del mundo. Pero, ¿qué hace Sísifo? Trata de acercarse a una puerta mientras carga el peso de su roca. Toda mi poesía ha sido el esfuerzo por llegar a esa puerta y ver qué hay tras ella. Y esa puerta se pierde según las reglas de la perspectiva, en un punto de fuga que da al infinito.
¿Es la identidad fragmentada fruto de alguna lectura personal de Pessoa, a quien incluso homenajea en un poema?
Creo que responde a algo situado en mi estructura personal y en mi manera de relacionarme con el mundo. No saber exactamente quién soy, qué soy, es una cuestión que siempre ha estado presente. Mi poesía bucea el inconsciente; es introspectiva. Sería un espacio fructífero para una crítica psicoanalítica, si alguien quisiera hacerla. Porque trabajo con la imaginación, el sueño, el inconsciente, lo oculto y lo reprimido. Muy probablemente influencia de experiencias primeras.
Y esta suerte de bestiario personal, en el que hay perros, gallinas, peces, etcétera… ¿a qué se debe su convocatoria?
Ellos piden aparecer. No los uso por valores simbólicos o porque sean alegorías de determinadas conductas humanas. Simplemente se imponen, deciden aparecer en un momento dado. En algunos casos, el animal responde a una referencia cultural inmediata. Por ejemplo, el ruiseñor apunta a un poema de Keats, “Oda a un ruiseñor”, que encarna la pureza, el arquetipo de lo que sería la poesía. En otro poema, aparece un rinoceronte con el que busco referirme a un grabado de Albrecht Dürer, al que debo agregar un dato curioso: Dürer jamás vio un rinoceronte al momento de dibujarlo. Mis animales y sus representaciones son bastante transfigurados, expresionistas, deformados. Es una realidad deformada la que se observa en mis creaciones. Y espero que eso genere una sensación de estupor y extrañamiento.
Algunos críticos lo han calificado de insular. Pero, ¿se siente afín a algún grupo de poetas en nuestra tradición?
Bueno, mi primer libro apareció en 1978, una época en la que el discurso hegemónico era el conversacional: la poesía como un registro urbano, abierta a la realidad y al testimonio de lo externo, de las transformaciones culturales del país. Como mi poesía transitaba otro camino me calificaron de insular. Pero hoy no tiene mucha vigencia: casi todos los poetas son insulares. Lo importante es construir un universo singular, propio. Ahora, por supuesto que comparto ciertas afinidades con algunos poetas peruanos. Es como una especie de tribu a la que pertenezco. Los veo no como una influencia directa, sino como un parentesco dentro de nuestras propuestas. Por ejemplo, José María Eguren crea muchos personajes peculiares y fantasmales, y yo hago lo mismo. También me reconozco en Vallejo, Martín Adán, Emilio Adolfo Westphalen… en la pasión y la transgresión de Moro. Veo a ellos en mi poesía, aunque no siga su camino, sino busque construir mi propio universo. Espero mis lectores logren reconocerlo.
¿Nunca se sintió cercano a grupos como Hora Zero y Kloaka?
Sucede que yo me fui del Perú en los años 70. Viví en Colombia una temporada. Esto me alejó un poco de las exigencias y discursos más fuertes de la época. Sin duda, yo leí a algunos poetas de ese período. Por ejemplo, los primeros libros de poesía que compré fueron de Juan Gonzalo Rose, Washington Delgado y Enrique Verástegui. También uno de Antonio Cisneros. Son libros que me encantaron, aunque mis intereses poéticos iban por otro lado. A nivel de poesía peruana, la antología Vuelta a la otra margen, de Mirko Lauer y Abelardo Oquendo, que rescataba a poetas entonces inhallables como César Moro, Martín Adán, Westphalen y Jorge Eduardo Eielson, me marcó mucho.
¿Qué otros autores han marcado su poesía? ¿A quiénes revisita?
Empecé a escribir tratando de dialogar con dos autores que descubrí en el colegio: Vallejo y Baudelaire. Ahora, sin duda mi poesía está lejos de Vallejo, aunque me sienta cercano al de Poemas humanos y Los heraldos negros, y puede tener aspectos de Baudelaire a partir de la imaginería. Pero una de las lecturas decisivas al salir del colegio fue Kafka. Ese fue un autor que realmente me marcó. Kafka no es poeta, no me dio un lenguaje, pero sí una visión de la realidad. Me transformó por completo. Y lo sigo leyendo hasta ahora, sobre todo sus textos breves, sus diarios y sus apuntes. Después he descubierto a otros importantes para mí, como Pessoa, a quien leí en la universidad. El surrealismo también tiene un rol clave para mí, no a nivel de técnicas, pero sí por el espacio que tiene la imaginación, el sueño y ciertas zonas inconscientes. Esos autores han contribuido a mi manera de ver el mundo, aunque no podría llamarlos influencia. Hay autores que empiezan imitando a otros. No es mi caso.
Nabokov sostenía que la biografía de un escritor está marcada por la historia de su estilo. ¿Cuál cree que ha sido la historia del suyo?
Si entendemos por estilo a la manera particular que tiene una persona de manejar el lenguaje y situarse en el mundo, creo que he conseguido uno reconocible a partir de mi segundo libro, aunque sin duda ha ido variando. Dejando de lado el primero, me atrevería a señalar que mi poesía tiene dos grandes ciclos: el primero, que va hasta Aquí descansa nadie, y el segundo, que recoge los poemas restantes. El componente narrativo es importante en la segunda etapa.
¿Y es más transparente quizá?
Quizá el poema se hace más transparente a nivel del discurso. Eso lo percibo después de releer todos mis poemas. Siento también que mi estilo es el mismo desde Las conversiones hasta el final. Y creo que alguien que esté enterado de la poesía peruana sabría reconocer mi poema sin necesidad de ver mi nombre.
Por otro lado, temas como el amor, el dolor y el tiempo marcan su propuesta desde Las conversiones. ¿Cómo ha evolucionado su mirada sobre estos tópicos?
Creo que esos temas eternos de la poesía han sido observados desde la perspectiva del extrañamiento. Yo no hablaría de evolución. Sí, en cambio, de ciertos libros con una orientación hacia cierto núcleo temático. Por ejemplo, El amor rudimentario recoge poemas de tipo amoroso, pero Aquí descansa nadie gira en torno a la inseguridad y la escisión del sujeto.
También hay una reincidencia en ubicarse en el sur como punto de partida…
Porque el sur es el espacio de lo indeterminado, lo indefinido, las postrimerías. Lo que está más allá del mundo. Lo que no se sabe qué es ni qué se hallará ahí. Hay un poema que considero decisivo en mi obra, llamado “Siempre es al sur”, que es la clausura del libro. Ese sur es un punto opuesto al rumbo definido. Siempre suele decirse “tienes un norte”. Yo, en cambio, tengo mi sur. Lejos de todas partes empieza con un nacimiento, un extraviarse en ese lugar incierto, que puede ser un vacío o lo que hay tras esa puerta.
“Tengo fiebre en mi mano izquierda” dice el prólogo. ¿Qué esconde ese verso?
Lo izquierdo tiene que ver con lo reverso a lo habitual. La mayoría de seres humanos son diestros, de modo que la siniestra tiene que ver con escribir con ese otro lado que no orienta ni guía tu actividad. Escribir para auscultar la otredad y desde la otredad.