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Pasión y responsabilidad en la minería
Cuando llegaban las vacaciones del colegio, Isabel Arias y sus siete hermanos armaban sus maletas y viajaban a Chanchamayo, junto con su madre, para ver a ver a su papá, quien trabajaba arduamente en la mina San Vicente y amaba transmitirle a su familia todo lo que sabía de este negocio.
Isabel disfrutaba el clima, el paisaje y las conversaciones con su papá, Jesús Arias. Aprendía sobre la forma de extraer el mineral, las maquinarias y el entorno geográfico y social. Descubrió que, al igual que su padre, ella también amaba la minería.
Años más tarde, estudió Administración en la Universidad de Lima y siguió un MBA en el Instituto Europeo de Administración de los Negocios. Luego trabajó en la Compañía Minera San Ignacio de Morococha, y desde el 2011 ejerce el cargo de presidenta del directorio.
¿Cómo fueron tus inicios en Compañía Minera San Ignacio de Morococha (SIMSA)?
En el año 1976 ingresé al Área de Finanzas de SIMSA. Sin embargo, al poco tiempo me di cuenta de que el Área Comercial era estratégica y necesitaba atención. Hacíamos muchos esfuerzos para producir cada tonelada de concentrado y necesitábamos cuidar más las ventas. En ese entonces, por ley, todos los productos mineros y metalúrgicos debían ser comercializados por Minero Perú Comercial (Mimpeco), así que entregábamos nuestros productos sin mayor participación en los términos de la venta. Tuve la suerte de haber trabajado un año en la Société Minière et Métallurgique de Peñarroya, en París, donde aprendí mucho sobre el tema comercial minero y había establecido contactos interesantes. Así que convencí a Mimpeco de la importancia de participar en la decisión de los términos de las ventas de nuestros concentrados, y tuvimos mucho éxito haciéndolo juntos. Trabajé en el Área Comercial de SIMSA muchos años, y en 1988 me mudé a Londres, donde continué comercializando los concentrados de SIMSA. Allí pudimos acceder a una herramienta importante: el mercado de futuros. Al regresar de Londres, seguí trabajando en SIMSA. Recuerdo que el 2001 fue un año de crisis para la compañía. En el 2011, tras la muerte de mi papá, asumí la presidencia del directorio.
¿Desde qué año operas SIMSA?
Desde hace casi cincuenta años, SIMSA opera la mina San Vicente, ubicada en Chanchamayo, Junín. Producimos principalmente concentrados de zinc y, en menor cantidad, de plomo. Ambos de excelente calidad, muy apreciados en el mundo por su alto contenido de metal y por su pureza, por eso se habla de la “calidad San Vicente”.
¿Cómo recuerdas a tu papá trabajando en la minera?
No tengo recuerdos de mi papá que no sean trabajando en minería. Como las minas quedan en lugares alejados de centros poblados, los ocho hermanos tuvimos que venir a Lima para estudiar. Veíamos poco a mi papá, ya que él pasaba largas temporadas en las minas y podía trabajar tranquilo sabiendo que estábamos al cuidado de nuestra mamá. El apoyo incondicional de mi mamá fue fundamental para sus logros. Aquí se comprueba el dicho de que detrás de un gran hombre hay una gran mujer. Somos muy afortunados. Absolutamente todas las vacaciones del colegio nos íbamos a la mina para estar con él. Nos inculcó el amor por la minería. Con el ejemplo vivo, nos enseñó a trabajar con pasión, determinación y persistencia; a enfrentar cualquier reto y a convivir en armonía con el entorno geográfico, social y laboral de las operaciones mineras. Doy fe de que él fue un precursor de la responsabilidad social, ya que antes de que fuera una práctica obligatoria, él la realizaba por convicción propia. Estaba convencido de que la educación es una herramienta fundamental para el desarrollo y de que el deporte da las bases para el trabajo en equipo y la disciplina. Era un enamorado del Perú y le rindió tributo con su esfuerzo y dedicación para contribuir con el bienestar de su país. Recuerdo mucho una frase suya: “Para hacer minería, hay que tener corazón”. En fin, puedo hablar mucho sobre mi papá, pero nos va a faltar tiempo.
¿A qué edad comenzaste a viajar a Chanchamayo?
Tuve el privilegio de conocerla y visitarla hace cincuenta años. La vi nacer, seguro por eso le tengo tanto apego. He sido testigo de cuánto esfuerzo y determinación se invirtió para ponerla en marcha, desde los profesionales en la oficina de Lima hasta los valerosos ingenieros, técnicos y obreros que trabajaron arduamente para lograrlo. En aquella época no había energía eléctrica ni agua en Chanchamayo. La infraestructura vial era muy precaria y el precio internacional del zinc era de 255 dólares con 86 centavos por tonelada métrica en promedio ese año. En el año 2018 el precio fue de 2.921 dólares con 95 centavos por tonelada métrica. Esto, principalmente, es lo que me inspira el respeto necesario para enfrentar hasta las crisis más difíciles. ¿Cómo podría permitirme cerrar una mina que costó dedicación, sacrificio y esfuerzo humano para hacerla operativa? Además, San Vicente es muy importante para la economía del valle de Chanchamayo. Hemos atravesado varias crisis y muy pronto espero poder decir que hemos logrado darle vida a San Vicente por dos generaciones más.
¿Has ingresado a la mina?
Sí, ingreso a la mina cuando voy a trabajar allá. En San Vicente hay cada vez más mujeres laborando en las diferentes áreas, incluso hay geólogas y su aporte es cada vez más reconocido y apreciado.
¿Tus hijos han mostrado interés por la mina?
Dos de mis cuatro hijos trabajan en SIMSA, tan apasionados como su abuelo y su madre. Veo en ellos rasgos de mi papá, sobre todo en lo más importante: su buen trato y respeto hacia las personas. Donde esté él, debe de estar feliz de ver a sus nietos siguiendo su obra con la pasión que siempre nos inculcó.
¿Cómo es la actividad de responsabilidad social que llevas a cabo en SIMSA?
Compañía Minera San Ignacio de Morococha desarrolla sus actividades empresariales basada en su política de responsabilidad social, priorizando sus relaciones con las comunidades y estableciendo espacios de diálogo genuino y participativo. Los programas están enfocados en generar nuevas oportunidades de progreso social. Nos hemos impuesto la misión de ejecutar nuestras operaciones con altos estándares de calidad, seguridad y eficiencia, con la prioridad de preservar los ecosistemas y desarrollar socioeconómicamente nuestra área de influencia. Así, buscamos alcanzar una armoniosa convivencia y equilibrio entre nuestras operaciones, el medio ambiente y las comunidades aledañas. Ejecutamos también un programa de desarrollo productivo enfocado en los agricultores de la zona, con una metodología participativa que fomenta la organización y el trabajo en equipo, con la consecuente mejora de su calidad de vida a través de su producción agrícola.
¿Qué piensas de la minería en el país?
La minería en el Perú es una de las actividades más importantes desde la época prehispánica. Ha sido un motor esencial en la economía del Perú, que es reconocido mundialmente como un país minero y un destino importante de inversiones en este sector. Estar involucrada en una actividad de tanta trascendencia solo puede provocarme orgullo y pasión.
¿Cómo le va a SIMSA en el mercado?
La compañía está listada en la Bolsa de Valores de Lima. Produce concentrados de zinc y plomo que exporta a diferentes países a través de dos compradores, Trafigura y Korea Zinc, con quienes tiene una muy buena y larga relación comercial. Durante los 49 años de producción continua, hemos extraído casi 27.000.000 de toneladas de mineral de una ley de zinc promedio de 9,10 %, y se han procesado 3.650.000 toneladas de concentrado de zinc y 205.000 toneladas de concentrado de plomo. La mina tiene reservas y recursos minerales definidos para unos seis años más al ritmo actual de producción. Para una mina subterránea es un plazo adecuado, y continúa sus exploraciones tanto locales como regionales. Cuenta con catorce proyectos de exploración, tanto en el área de San Vicente como en otras que cubren 65.000 hectáreas adicionales de gran potencial minero. Siendo una mina que produce básicamente solo un metal, zinc (caso raro en el Perú, ya que casi la totalidad de las minas tienen contenidos metálicos mixtos), estamos siempre abocados a controlar los costos y buscar eficiencias, tratando de estar preparados para enfrentar bien los ciclos de precios bajos. Somos una compañía con una buena proyección, los últimos tres años han sido buenos y esperamos continuar con los buenos resultados.
¿Has tenido oportunidad de trabajar o realizar prácticas en otro sector?
Mi primer trabajo fue en Indalsa, la fábrica de jugos Selva, primera compañía que industrializó frutas tropicales en el Perú. Yo organizaba el Área de Exportaciones. Hice mi primer viaje de negocios a Japón, para abrir mercado. Conseguimos clientes para los concentrados de frutas tropicales, ellos los diluían y hacían los jugos.
En una entrevista que ofreciste a un medio de comunicación, indicabas que Arequipa es un clúster minero, ¿podrías explicar un poco más al respecto?
Arequipa aloja importantes productores mineros, empresarios medianos y mineros artesanales. Esto ha permitido que se desarrollen todo tipo de negocios vinculados, como perforación, consultorías, laboratorios, metalmecánica, transporte, catering, construcción, etcétera, que aprovechan integralmente las oportunidades de desarrollo que ofrece el sector. Esto, a su vez, permite reducir costos a los usuarios, agregando valor a la cadena de abastecimiento de las mineras. El Perú, como país minero, ha podido desarrollar a través de los años la industria auxiliar que sirve a la minería, que se ha especializado, brindándole los servicios e insumos de manera competitiva. Esto le da una ventaja comparativa en el mercado. Ojalá se dieran los incentivos tributarios y otros para replicar este modelo en el centro y norte de nuestro país.
¿Qué le falta desarrollar al Perú como país minero?
Somos un país con una riqueza en minerales diversos y abundantes, un país minero por excelencia; ese es un gran atractivo para los inversionistas, tanto peruanos como extranjeros. La minería formal peruana trabaja con estándares internacionales que permiten minimizar los impactos inherentes a la extracción y al procesamiento de minerales. La minería es la actividad más normada y fiscalizada del Perú. Nuestros procesos pasan controles estrictos y, frecuentemente, la minería implica grandes riesgos y requiere grandes niveles de inversión que tienen una lenta maduración para recuperarse. A los riesgos tradicionales de la minería se le han sumado nuevos riesgos, el más notorio es el social. Le sucede hasta al mejor proyecto minero que, luego de invertir tiempo en obtener permisos para exploración, de haber hecho una gran inversión en ubicar mineral económico, de haber pasado varios años haciendo estudios de factibilidad, ingeniería de detalle, etcétera, de obtener permisos para producir con estándares muy altos, de pronto, no es viable, porque no obtiene la “licencia social”. Como dice el presidente Martín Vizcarra, es necesario convertir los recursos del subsuelo en bienestar en la superficie. Eso sería lo lógico. No quisiéramos que los minerales sean reemplazados por productos sustituto, como ocurrió en el pasado con el guano y el caucho. Todos deberíamos cumplir las leyes, y los trámites para los permisos deberían ser menos engorrosos y más expeditivos, a fin de no poner en riesgo la viabilidad del proyecto, debido a la volatilidad de los precios de los metales. Esta demora también significa que la prosperidad y el bienestar tarden en llegar a quienes más lo necesitan.
¿Qué recuerdos tienes de la Universidad de Lima?
Los años más felices de mi vida los pasé en la Universidad de Lima. Aprendí de grandes maestros no solo las materias académicas, también lecciones de ética que me acompañan siempre y que me han permitido desarrollarme con éxito. Con mucho orgullo, quisiera comentar que el año pasado mi promoción celebró cincuenta años de amistad; no de graduación, sino de habernos conocido. Nuestra promoción celebró todo el año, con actividades que nos permitieron reencontrarnos, compartir y recordar importantes momentos como estudiantes universitarios. Tuvimos una charla magistral de Alonso Cueto, que nos deleitó realmente. Recordamos a nuestros compañeros que ya no están con nosotros. Sus viudas nos acompañaron en esa ceremonia. La participación durante todo el año en las actividades para dicha celebración fue masiva y recordamos muchas anécdotas, con el cariño y respeto de la amistad que forjamos en nuestra alma mater Terminamos con una fiesta de gala con nuestros esposos y esposas. Somos una promoción feliz y agradecida con todo lo que nos dio la Universidad de Lima. Por eso, a los estudiantes de hoy quisiera decirles que son muy afortunados por estudiar en la Universidad de Lima. Es increíble ver los cambios tan favorables en la infraestructura y la oferta académica. He quedado realmente fascinada y muy emocionada. Nunca dejen de capacitarse, de innovar, de hacer networking a nivel global, busquen mentores que los inspiren y recuerden que mientras más capaz sea el equipo humano con que trabajemos, con mayor eficiencia podrán conseguir sus objetivos y en menor tiempo. Para lograr esto hay ingredientes básicos: la empatía y el respeto.