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Responsable con el ambiente y con las personas
La empresa de José Antonio Díaz es única en el Perú. Se llama FUB y se dedica al reciclaje de banners o gigantografías de diferentes empresas. Antes de que estos materiales vayan a la basura, José Antonio los recolecta, recicla y les da una segunda vida como material de merchandising.
Así, José Antonio aporta un granito de arena en la limpieza del mar y en la protección de la fauna marina. Y lo mejor es que para ello da trabajo a mujeres que están recluidas en penales, lo que permite que, de esta manera, logren apoyar económicamente a sus familias.
Coméntanos cómo es la contribución que haces al cuidado de nuestro mar.
Es una pequeña contribución, pero me siento muy orgulloso de ello. Los banners están hechos de PVC, que es un derivado del petróleo y no se biodegrada fácilmente. Sin embargo, las empresas los usan en sus promociones y, una vez que terminan sus campañas, los botan a la basura. Ahí viene el problema, ya que un banner tarde en degradarse de 1.000 a 4.000 años. En el Perú no tenemos rellenos sanitarios; por eso, la mayoría de residuos termina en botaderos informales, donde la basura se quema, lo que genera microplásticos de 1 a 1,5 milímetros. Por acción del viento, ese microplástico termina en el mar, donde toda la fauna marina −no solo la que consumimos, sino también las estrellas de mar, los erizos, las tortugas, etcétera− se los comen. Ningún ser vivo tiene enzimas para digerir plásticos: podemos digerir carne, vegetales, cereales… plástico no. Así que resulta tóxico para los animales.
¿Conoces cómo el microplástico afecta a un ser humano que ingiere, por ejemplo, un pescado que se ha alimentado con este material?
La ciencia aún lo está estudiando y ya saldrán resultados más adelante. Por mi parte, hemos calculado que en Lima se genera en un mes una cantidad de microplástico que equivale a 4 estadios nacionales. En el Perú se recicla papel, vidrio, plástico y hasta residuos electrónicos, pero nadie reciclaba los banners, así que decidí empezar a hacerlo.
¿A qué empresas les has vendido artículos hechos con banners?
A la organización ambientalista WWF, al BCP, Prima AFP, Clear Chanel, Libélula, Nexos +1, Tottus, Municipalidad de Miraflores, etcétera. Hacemos cartucheras, mochilas, bolsos, portalaptops y otros productos.
¿Encargas la confección o tienes un taller donde se realiza el trabajo?
Esta propuesta de reciclaje viene de la mano de una visión de responsabilidad social. La confección está a cargo de mujeres del penal Santa Mónica. Las capacitamos en costura en este tipo de material desde enero del 2018. Es muy importante el trabajo que ellas realizan, porque de esa manera se preparan para reinsertarse en la comunidad, a la vez que colaboran con la manutención de sus familias y ganan dinero para pagar parte de la reparación civil al Estado. Pero lo más importante es que las empoderamos. Queremos formar la primera promoción de mujeres costureras de banners del Perú, y que las mujeres de este grupo sean mentoras de sus compañeras. Así también colaboramos con romper ese círculo vicioso que las lleva a seguir delinquiendo fuera del penal por falta de trabajo, porque nadie le quiere dar empleo a una exconvicta. Al romper este círculo vicioso, lo convertimos en una cadena virtuosa.
¿Tú llevas las máquinas de coser al penal?
Trabajamos con el Programa de Cárceles Productivas del Instituto Nacional Penitenciario (Inpe). Este programa facilita determinadas herramientas en los penales, para que los internos lleven a cabo talleres de costura, zapatería, panificación, cosmetología, joyería, etcétera. Las mujeres ya tienen unas máquinas asignadas, así que las capacitamos en la costura de este material, lo cual no es sencillo.
¿Cómo consigues los banners?
Para responder eso, primero debo decir que tenemos dos tipos de clientes: el corporativo y el usuario final. Al primero le hacemos una propuesta de trabajar como aliados estratégicos para gestionar social y responsablemente sus residuos de banners. Estas empresas, al terminar sus campañas, tiran este material publicitario a la basura. Lo que nosotros les ofrecemos es recoger ese material y convertirlo en merchandising para su público externo e interno; de esa manera, se convierten en agentes socialmente responsables.
Así también reducen su huella de carbono y van generándose una buena imagen.
Eso es: se traduce en buena reputación para ellos. El BCP, por ejemplo, nos ha dado medio millar de banners para hacer bolsos cartucheras, neceseres, etcétera.
¿Cómo trabajan con clientes finales?
Una vez, una chica tenía un banner que ella misma había diseñado y nos preguntó si le podíamos hacer algo, así que lo hicimos.
¿Cómo así te interesaste en temas relacionados con el medio ambiente?
Creo que eso es algo que llevo en la sangre. Mis papás son ingenieros zootecnistas y tengo varios tíos que son ingenieros agrónomos. Yo quería estudiar biología, ingeniería ambiental o ingeniería forestal…, pero finalmente decidí estudiar ingeniería industrial, porque quería dedicarme a algo relacionado con el medio ambiente y, al mismo tiempo, quería gestionar. Me gusta observar el panorama y detectar dónde puedo mejorar algo para que el proceso global sea mejor. Si estudiaba otra carrera, tal vez me hubiera encasillado en un tema. En cambio, a mi carrera le puedo dar un enfoque ambiental. Además, he estudiado otras cosas. Seguí una especialización en residuos sólidos y otra en humanidades, esto último para entender cómo procesa la información el ser humano. Además, en la Universidad de Lima seguí el curso de especialización Comunicación Corporativa: Identidad e Imagen. En Barcelona llevé una maestría en medioambiente. Estuve casi dos años en España, estudiando y trabajando. Ahí conocí una empresa que reciclaba banners, con aproximadamente 15 años de experiencia. Me puse en contacto con esa compañía y me ofrecieron ser country manager de su marca en el Perú y, cuando ya íbamos a cerrar la propuesta, me pregunté para qué llevar basura de Barcelona a Lima si en nuestro país también hay basura y mucha creatividad, así que no llegamos a cerrar el trato.
¿En cuanto llegaste a Lima comenzaste tu proyecto de negocio?
No, primero traté de poner una consultora en responsabilidad social y desarrollo sostenible, pero no resultó. Hice algunos trabajos de consultoría, pero nada más. Luego recordé mi objetivo de reciclar gigantografías y, sin saber nada, me lancé a la piscina. Afortunadamente, me fue bien, pero aprendí casi todo sobre la marcha y no ha sido fácil.
¿Qué no ha sido fácil?
Cada paso ha tenido sus complicaciones. Al principio, no conseguía quién cosiera; tal vez eso fue lo más dificultoso. Me querían vender los banners, pese a que las empresas los botaban a la basura después de usarlos. Luego hice pruebas de costura, en el 2016, y eso fue lo más complicado porque no hay costureros especializados en esto. Todo el 2017 lo invertí en investigación y desarrollo, en buscar costureros. Les dejaba los banners y, cuando regresaba para recoger los productos cosidos, me devolvían el material intacto y el dinero: no sabían cómo coserlo. Fue muy duro hasta que, finalmente, con tres costureros llegamos a desarrollar una alianza e hicimos las primeras pruebas, bolsas, neceseres, cartucheras, sobres, etcétera.
Este es un negocio muy original.
Es único en el Perú. Somos nueve empresas en el mundo que nos dedicamos a reciclar banners, pero esta es la única con impacto social. Me siento orgulloso de decirlo, pues somos una empresa peruana que apuesta por el cuidado de medio ambiente y por la reinserción en la sociedad de las mujeres que tienen su libertad limitada, bajo una dinámica de precio justo.
¿Estás contento con lo que has logrado?
Muy contento, pero más contento por el impacto que tiene en las mujeres. El año pasado reciclamos 980 metros cuadrados de banners. Espero que podamos duplicar esa cifra este año.
¿Cuál es el impacto que has podido notar en las mujeres?
Una de las señoras con las que trabajamos tiene 12 hijos y su preocupación era cómo poder mantenerlos desde la cárcel. La menor de sus hijos tiene 4 años, así que es una situación muy penosa. Otra de las señoras paga parte de la universidad de su hijo. También hay una señora que ayuda a mantener a su mamá, que es una persona mayor. ¿Cómo no me voy a sentir contento con esto? Esas historias me dan una satisfacción enorme. También les exijo bastante, eso sí, porque el producto tiene que salir bien y a tiempo. Recuerdo que quemaron la primera producción, así que la capacitación ha sido fundamental.
¿Cómo así llegaste a trabajar con ellas?
El miércoles 3 de enero de 2018 entré al penal. Bastó ese día para quedarme a trabajar con ellas. Me presenté con la jefa del área de Trabajo, le expliqué la propuesta, conocí a las internas y muchas dijeron que querían trabajar, pero luego se fueron yendo, algunas ni llegaron a la primera prueba. Finalmente, me quedé con algunas y empezamos este periplo.
¿Qué piensas lograr con FUB?
Espero que FUB tenga mayor reconocimiento, que la gente sepa de esta propuesta de valor. No solo hacemos un bolso reciclado que es bonito, también contribuimos al bienestar de la fauna marina y promovemos, en un país machista, el rol de la mujer como aportante en la economía del hogar. Eso es lo que quiero que sepan de FUB. Lo segundo es poder internacionalizar la marca, pues quisiera vender productos fuera del país.
¿Cómo aplicas tus conocimientos de ingeniería industrial en este negocio?
Lo aplico de muchas maneras. Veo el flujo de los procesos y su optimización, trato de que la línea de producción sea más eficiente, me preocupo por el impacto ambiental que tenemos y por la cadena de abastecimiento, etcétera. Todo el tiempo estoy aplicando las herramientas que me dio mi carrera de Ingeniería Industrial en la Universidad de Lima, y siempre me acuerdo de mis profesores que fueron excelentes. También hice grandes amigos que se convirtieron en familia. Pertenecí al Círculo de Estudios de Impacto Ambiental durante casi toda mi carrera, incluso fui presidente del círculo dos veces. Siempre he tenido una preocupación ambiental y la Ulima me permitió explorar esa faceta.