27 de Octubre de 2012

Sonreír para vivir

La vocación de servicio es parte de la vida de Maritza Podestá, graduada de la Facultad de Economía de la Universidad de Lima. Es por este interés que estudió esta carrera, y es también por esta preocupación y por sus ganas de ser útil a la sociedad que hoy es la directora ejecutiva de la fundación Operación Sonrisa, dedicada a cambiar la vida de las personas con malformaciones congénitas a través de cirugías reconstructivas.

¿Qué te apasiona de la economía que optaste por seguir esta especialidad?
Recuerdo que tomé la decisión cuando estaba en tercero de media, básicamente por el fin social que tiene la carrera. Además, definitivamente, mi vocación por el servicio influyó.

La mayoría de las personas no suele ver a la economía como una ciencia social.
En realidad, la economía siempre debe ser percibida de esa manera. Por otro lado, la Universidad de Lima me dio una visión tanto micro como macro de esta ciencia social, lo que es bastante beneficioso si alguien que está empezando busca orientación. En los inicios de mi carrera profesional trabajé en el Banco Central de Reserva por un año; de esta manera, pude ver en la cancha lo bonita que es esta parte macroeconómica, que implica revisar las cifras y las estadísticas de tu propio país, o pensar de qué modo se pueden bajar los índices de la pobreza. Fue una etapa de aprendizaje provechosa, pues mediciones de este tipo no se efectuaban con frecuencia en las décadas anteriores, a diferencia de hoy.

Luego pasaste a trabajar al sector privado, para finalmente recalar en Operación Sonrisa. ¿Cuán fructífero ha sido todo este proceso?
Ingresé al Banco de Crédito del Perú (BCP) como asistente de negocios y terminé como gerente de Relaciones con Gobierno y Gremios, y gerente del Área de Banca Institucional. En este último rubro posicionamos al BCP como líder del negocio financiero, con un 19% de rentabilidad en banca corporativa. Y el hecho de que soy mujer, creo, impulsó el desarrollo de varias fortalezas mías. Antes de que fuera gerente hubo dos mujeres que ejercieron un cargo parecido, pero cuando asumí un puesto gerencial, yo era la única mujer que estaba en esa posición. Entonces, cuando me movía en ese mundo de ejecutivos, me esmeraba más de lo habitual para hacer las cosas bien. Eso, de todas maneras, te da una fortaleza especial.

Luego de una carrera de cerca de veinticinco años en el sector privado, este año asumes la dirección ejecutiva de la fundación Operación Sonrisa. ¿Cómo se presentó esta oportunidad?
Cuando empecé esta segunda etapa profesional, me dije a mí misma: me gustaría trabajar en una entidad en la que pueda trascender y ayudar a la sociedad. En esa búsqueda es que llego a Operación Sonrisa. No me equivoqué. Esta fundación sin fines de lucro está presente en el Perú desde 1999, y su misión es transformar la vida de las personas nacidas con la malformación del paladar hendido. Somos un equipo chico de seis integrantes que velamos por la organización y la realización de cuatrocientas treinta cirugías al año. Además, contamos con el apoyo de un grupo humano de ciento setenta voluntarios de siete especialidades. Asimismo, planificamos eventos de recaudación de fondos, ya que nuestras actividades son posibles gracias a las donaciones de empresas o de individuos.

Es destacable que la fundación promueva iniciativas que van más allá de la transformación física de las personas que padecen de labio leporino.
Así es. Procuramos ir más allá del tema estético. Tratamos de orientar a los niños y a las madres en el aspecto psicológico, en el tema nutritivo y en la terapia de lenguaje.

¿Qué otros proyectos planea llevar a cabo Operación Sonrisa?
Queremos poner en marcha un centro de atención que permita efectuar un acompañamiento y un seguimiento en las etapas preoperatorias y posoperatorias. Nuestra meta es brindar apoyo a las personas por un lapso de dos o tres años, en lugar de seis meses.

Pese al arduo trabajo, la satisfacción que sientes como directora ejecutiva de Operación Sonrisa debe ser impagable.
Antes de llegar a la fundación no tenía una idea clara de la realidad con la que me iba a relacionar. Ahora que estoy en ella, ver cómo cambia la vida de la gente y mejora la situación de las madres son logros que me han llegado al corazón y, muchas veces, me han quebrado de felicidad. Ante estas experiencias conmovedoras, me he hecho una promesa: Maritza, nunca más volverás a quejarte de nada.