14 de Marzo de 2018

Graduado de Administración José Luis Peroni: toda una vida promocionando al Perú

José Luis Peroni lleva una vida promocionando productos peruanos en el extranjero, especialmente en la industria textil. Aunque lo ha hecho a través de su propio negocio, también lo hizo en las diversas instituciones donde ha trabajado y desde su puesto actual, como consejero económico comercial del Perú en Canadá.

Pertenece a la cuarta promoción de egresados de la Carrera de Administración de la Universidad de Lima, y aquí comenta sobre su experiencia profesional y su época de estudiante.

¿Cómo llegaste a Canadá?
Durante diez años tuve mi empresa consultora, hasta que se abrió la posibilidad de ser consejero comercial en Toronto. Me pareció una oportunidad maravillosa para promover todo del Perú, no solo prendas de vestir. Me presenté a un concurso en septiembre de 2011, a través de la Cancillería, y gané. El 31 de diciembre de ese año estuve en Toronto y este es mi quinto año en el cargo.

¿Cómo te ha ido?
Muy bien. Hemos desarrollado muchísimo. Han crecido todas las exportaciones, también el turismo y las inversiones directas e indirectas, a través de alianzas estratégicas.

¿Cuáles son las actividades que se vienen?
En Canadá tenemos un programa de actividades a lo largo del año. Este año acabamos de presentar el Plan Operacional Institucional. Durante los días 3, 4 y 5 de marzo tendrá lugar el encuentro minero más grande del mundo, en Toronto. Participan todos los países del planeta, y el Perú es sponsor del evento. Irán entre 12 y 14 empresas peruanas a exponer sus productos, desde materia prima hasta productos terminados. Y luego sigue la feria de turismo en Toronto. También estaré presente en el Perú Moda y el Perú Gift Show. Se viene un año cargado de actividades.

Fuiste de los primeros graduados de Administración de la Universidad de Lima. ¿Cómo era en ese entonces?
Pertenezco a la cuarta promoción de Administración, cuando la Universidad quedaba en Jesús María. En ese local hice mi primer semestre; y después nos mudamos a este campus, en agosto. Pero todo era muy diferente, era un local mucho más pequeño, solo había dos pabellones, el A y el B, una cafetería y la biblioteca. Eso era todo. Teníamos catedráticos muy buenos y los horarios de estudio eran privilegiados, como de colegio. Nos sentábamos a las ocho de la mañana y salíamos a la una de la tarde. Eso me permitió trabajar desde el segundo semestre de la carrera, y desde ahí no he parado. Tenía tiempo de salir, ir a mi casa, almorzar, ponerme terno y llegar al trabajo, a la fábrica de calzado El Diamante, a las dos de la tarde. ¡No había tráfico! Recuerdo que en esa época el sueldo mínimo era de 1200 soles y, como yo trabajaba medio tiempo, me pagaban 600.

¿Recuerdas algún aporte que hicieras en esa época?
Cómo no. Un aporte importante fue a partir de mi tesis, en la que proponía la comercialización del calzado a modo de supermercado, con anaqueles donde las personas podían buscar sus tallas. Mi tesis se aprobó por unanimidad y con la recomendación de publicarla. Y mi idea se implementó en El Diamante. Fue la primera zapatería con concepto de supermercado, y redujimos los costos de atención al público. Justo en ese momento me hicieron una oferta en Estudio 501, la fábrica de muebles y decoraciones. Necesitaban un área para atender los reclamos de los clientes: así me tocó la etapa de implementación del servicio de posventa, que fue un éxito.

¿Después vino tu emprendimiento?
Sí. Empecé haciendo puertas contraplacadas y luego equipamientos para bancos, hasta casas prefabricadas de madera, y logramos exportar. En ese tiempo se comercializaba en soles nada más, pero los préstamos se otorgaban en dólares. Así que en los años 80 se vino la devaluación y quebramos. Terminamos pagando deudas en dólares, pese a que cobrábamos en soles. Fue duro, pero cancelé mis deudas en dos años. He tenido varias experiencias laborales y he pasado por todos los sectores de fibras naturales, madera, cuero y textiles.

Pero te quedaste en el sector textil...
En efecto, desde entonces siempre estuve en las confecciones. En 1989 me fui a Canadá y seguí empujando mi negocio para exportar prendas de vestir. Pero luego terminé en Paraguay, por una oferta de trabajo en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), y trabajé en Pro Paraguay, proyecto que se acababa de crear. Fue un cambio enorme, de trabajo y de vida. Me motivó a viajar un bicho loco que se llama gitanería (risas). Pero la verdad es que me gustó Asunción; además, la oferta era buena desde el punto de vista económico y en cuanto a la calidad de trabajo.

¿Qué siguió después?
En Paraguay estuve un año, creamos los consorcios de empresas confeccionistas para exportar. Generamos un concepto de marca que agrupaba a diversas empresas del rubro textil y, a partir de entonces, comenzaron a presentarse con más fuerza en las ferias, ya no de manera aislada. Funcionó muy bien y, cuando mi contrato estaba por vencerse, me llegó una oferta para volver al Perú, y creamos Prompex. Toda la experiencia fue muy exitosa. Por ejemplo, organizamos el primer Perú Moda, en el Hotel El Olivar.

¿Mantenías tu negocio textil?
Sí, paralelamente a mis otras actividades. Ya me conocían todos en la industria textil, así que, estando en el Perú, me ofrecieron ser director del Comité de Confecciones de la Sociedad Nacional de Industrias. El que era vicepresidente pasó a ser presidente y me pidió ocupar su cargo. Fui vicepresidente por tres periodos y después presidente. En esa misma época terminé siendo presidente del Comité de Confecciones de Adex y presidente de la Comisión Consultiva de Senati.

¿Qué crees que te falta hacer?
Enseñar, hacer la transferencia de conocimientos, que es vital. El ser humano tiene la obligación de transferir el conocimiento. Si alguien te transfiere conocimiento privilegiado o tamizado, tu punto de partida no es en uno, es en cuatro. Vas a tener ventajas, conocimientos y fortalezas.

¿Hay algún lema que guíe tu vida?
Hay dos frases de Heráclito que rigen mi vida: “No hay nada permanente en la vida, excepto el cambio” y “Reconocer que no se tiene la razón es comenzar a ser razonable”.