12 de Junio de 2020

Tiempo para revalorar sentimientos, percepciones y actitudes

A la desconfianza que antes sentíamos en las calles a causa de la inseguridad ciudadana, ahora se suma una sensación de sospecha de que los demás están contagiados y pueden enfermarnos. El investigador social y docente de la Universidad de Lima Elder Cuevas nos aconseja estar atentos, pues teme que esto derive en actitudes de exclusión. Asimismo, señala que el confinamiento nos hará valorar el tiempo: ya no monetizarlo tanto, sino adjudicarle el valor del disfrute y verlo como una forma de nutrición.

¿Qué nuevos sentidos han adquirido nuestras vidas a partir de las medidas de aislamiento social?
Creo que este virus ha transformado muchas cosas, incluyendo el sentido de nuestras prácticas diarias y nuestra forma de vida. Ahora se trata de revestir aquello que damos por descontado, aquello que habíamos determinado como la vida cotidiana. Necesitamos reorganizar el mismo concepto de valor de la vida o nuestras formas de entablar una relación con la significación. Nos toca empezar a percibir, por ejemplo, que perdíamos dos horas o más en el tráfico. Uno podía estar en una reunión y tenía que salir más temprano para atender la siguiente, o debía cancelar trabajos o aplazarlos, mientras que ahora eso se hace, simplemente, cerrando una ventana de la computadora y contestando el teléfono. Hay un cambio fuerte en la organización del tiempo y hay que darle otro sentido. Cuando hablo de sentido, me refiero a la dirección: hay que darle otro rumbo a nuestro tiempo.

¿Cómo podríamos lograr ese nuevo rumbo?
Esto se lograría tras comprender que el tiempo no solamente es una cuestión económica, sino también un disfrute. Antes de la pandemia no existía un espacio para la contemplación, sino para la acción. Nos reuníamos para hacer cosas: para charlar, para ir al cine, para tomar café, pero no para contemplar las flores en el parque. Siempre sentíamos que no había tiempo para uno. Si bien es difícil afirmar que hoy nos alcanza el tiempo para todo, sin duda tenemos unas horas extra y las personas caen en la cuenta de que antes se perdía tiempo, sobre todo, en movilizarse de un lado a otro.

Llevamos más de dos meses en las mismas rutinas y las mismas incertidumbres. ¿De qué manera nos marcarán estos tiempos?
Creo que el cambio que podría generarse guarda relación con la actitud de sospecha. Y la sospecha demuestra la vulnerabilidad de un sistema social, no solo de salud, sino a nivel de la confianza entre las personas. Estamos aislados en nuestras casas debido a que el Estado no puede responder, pues no se da abasto para atender la crisis de salud. Y esta no es una situación exclusiva del Perú, hablamos de todo el mundo. Si, con anterioridad, los estados hubieran invertido en salud, hoy estaríamos diciendo que esto es una gripe más y la carga del problema iría hacia el sujeto. Desde el primer día de la cuarentena, hemos visto personas que salían a la calle, aunque no se podía salir, en parte porque se desconfía del Estado, ya que este se ha percibido ausente toda la vida. Lo mismo ocurre en otros países, no solo en el Perú. Las naciones donde más se ha respetado la cuarentena son aquellas donde el Estado les ha respondido a sus ciudadanos, históricamente. Acá es muy fuerte el sentido de la sospecha. Por otro lado, si antes vivíamos en una situación de inseguridad frente a los otros debido a los asaltos y la violencia, ahora se añade la inseguridad que nos da la posibilidad de infección.

Entonces, ¿lo social se configura ahora en un ámbito de mayor desconfianza?
Creo que habrá mucha desconfianza, por supuesto. Cuando realizamos el estudio "Representación de la inseguridad en Lima: semiótica de la ciudad", con la profesora Lilian Kanashiro, este nos reveló que el atacante ya no tenía un fenotipo o un estereotipo, sino que podía ser cualquier persona. En esta investigación nos dimos cuenta de que toda la ciudad era un campo posible de robo y asalto. No se percibía seguridad en un barrio exclusivo y tampoco en un lugar con mucha gente. No había una ficha técnica del ladrón y los robos ya no se cometían solo en la noche, sino a plena luz del día y con cualquier tipo de sujeto. Así, se instaura una forma de paranoia. Previamente a la cuarentena, cuando viajábamos en el transporte público, podíamos ver que todas las personas cuidaban sus cosas con desconfianza, ya que cualquiera era un posible atacante. A esta desconfianza se suma ahora el hecho de que cualquier persona puede ser portadora de un virus, sin saberlo. Hay que estar atentos, pues en lugares donde hay racismo o clasismo, ahora puede sostenerse más fácilmente una forma de exclusión marcada. El hecho de que alguien pueda estar enfermo porque viene de determinado lugar o porque tiene un fenotipo específico se convierte en la excusa perfecta para despedirlo o separarlo. Esa es una de las cosas que más fuego le va a dar a la situación.

¿Qué valores le estamos asignando a la virtualidad?
Había muchos estigmas respecto al trabajo virtual o la educación virtual. Ciertamente, por muchos años, hemos estado inmersos en la interacción humana y de pronto depositamos todas las formas de entretenimiento e interacción en lo virtual, que es una cuestión tan frágil. ¿Qué sucedería si de pronto nos quedáramos sin Internet? Volveríamos al Medioevo en un instante. Hay una lectura apresurada respecto de que nos hemos acelerado hacia la digitalización, pero en un momento peligroso, en el sentido de que creemos que hay algo más allá. Sin embargo, esto es un traspaso, una traducción; simplemente llevamos lo que tenemos a otra parte. Pero en este camino de traspaso, al pasar nuestra vida a lo digital, al traducirla a Internet, perdemos algo.

¿Qué vamos a valorar en una etapa pospandemia?
Una de las cosas que espero es que el confinamiento nos haga valorar que el tiempo como un factor importante que no debe monetizarse. Necesitamos nutrirnos de él durante el confinamiento y pensar, por ejemplo, qué implica una hora desperdiciada en el tráfico. Hacia el futuro, si pensábamos que el tiempo no era suficiente, ahora vamos a tratar de aprovecharlo, recolectarlo y nutrirnos de él.